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Democracia, ciudadanía y populismo: una combinación problemática

Hay que decir que la tendencia autoritaria e intolerante del gobierno y su manejo comunicacional, propio de los populismos de derecha, deja pocas posibilidades para que el grueso del electorado pueda “racionalizar” su voto.

Por Carlos Gregorio López Bernal
Historiador

Robert Dahl, el gran estudioso de la democracia, dice que la poliarquías modernas, entendidas como  “Gobierno de los muchos” con sufragio universal, deben llenar seis requisitos mínimos, a saber: cargos públicos electos por ciudadanos; elecciones imparciales y frecuentes; libertad de expresión, entendida en sentido amplio e implicando el acceso a fuentes de información alternativas e independientes, de tal manera que el votante pueda formarse un criterio propio de la realidad del país y de lo que quiere que sea a futuro; autonomía asociativa, incluyendo partidos políticos y otro tipo de organizaciones, sin coacciones de ningún tipo; y ciudadanía inclusiva. (La democracia, Taurus, 1999).

Estos requisitos mínimos garantizan que la ciudadanía tenga un efectivo “control de la agenda” política. Por un lado, que sus representantes en el gobierno puedan impulsar proyectos que sus votantes consideran importantes, pero también que puedan oponerse a aquellas iniciativas lesivas a sus intereses. Hoy día, el control de la agenda está directamente vinculado al acceso a la información pública y a la rendición de cuentas. Según Dahl, una democracia que llene esos requisitos facilita que el “control de la agenda” y obliga a la rendición de cuentas y así los ciudadanos adquieren las capacidades para refrendar libre y voluntariamente su apoyo al gobierno o, por el contrario, cambiarlo por otro que les resulte más atractivo.

Es necesario considerar que Dahl supone una ciudadanía con virtudes cívicas y cierto nivel educativo; con disposición para participar en la política y con pensamiento crítico para tomar decisiones. Su libro fue publicado en inglés en 1998 y un año después en español. Seguro que algunos temas de hoy día no podía considerarlos entonces, por ejemplo, la distorsión que el boom digital supone para la democracia, o la irrupción de los populismos en las últimas dos décadas.

Una rápida revisión a los planteamientos de Dahl, nos daría lo siguiente: 1) Cargos públicos electos por ciudadanos, ciertamente los tenemos aún. Sin embargo, en los últimos cinco años, ejecutivo y legislativo atentaron contra el poder judicial. Se destituyó a la anterior Sala de lo Constitucional y al fiscal y se nombró sustitutos, violando flagrantemente la Constitución. Además, vamos a una reelección presidencial que transgrede al menos seis artículos constitucionales. 2) Elecciones imparciales y frecuentes; lo último es innegable, que sean imparciales ya queda la duda. El TSE está totalmente plegado al oficialismo y se implementa el voto en el exterior con mínimas garantías. Por otra parte, el Ministerio de Hacienda no ha pagado la deuda política a los partidos de oposición, sin dar ninguna explicación. 3) Libertad de expresión, se mantiene, pero cada vez hay más restricciones al periodismo crítico; se le denigra y se niega el acceso a la información pública. 4) Autonomía asociativa, se tiene. Todavía nos diferenciamos del régimen orteguista, pero cada vez hay más nubes en el horizonte. Es claro que el gobierno ha impuesto el temor sobre ciudadanos y dejado claro a las asociaciones, especialmente a las de la empresa privada, que arriesgan mucho si asumen una posición crítica. 5) Ciudadanía inclusiva, formalmente cumplimos, en tanto que los derechos ciudadanos siguen vigentes. Sin embargo, Dahl señala que la ciudadanía requiere el concurso de los cuatro requisitos anteriores.

Hay que decir que la tendencia autoritaria e intolerante del gobierno y su manejo comunicacional, propio de los populismos de derecha, deja pocas posibilidades para que el grueso del electorado pueda “racionalizar” su voto. Paradójicamente, hay satisfacción por la reducción de la violencia pandilleril y la mejora de la seguridad, pero también mucho temor. Satisfacción y temor se capitalizarán electoralmente; no es casualidad el incremento de operativos y capturas en los últimos días. El gobierno cuenta con muchos recursos comunicacionales a su favor, lícitos e ilícitos. La oposición carece de recursos económicos, y a veces pareciera que también de ideas.

Por otra parte, las encuestas muestran que la población tiene muchas dificultades para analizar la realidad y actuar electoramente en consecuencia. Pareciera que muchos votarán obnubilados por la propaganda, asumiendo como grandes logros gubernamentales acciones superfluas y obviando falencias, errores y vicios, que son los mismos de gobiernos anteriores. Por ejemplo, el costo de la vida es cada vez mayor, pero eso no le resta apoyos al gobierno. Hay fuertes indicios de corrupción, y a pesar de que, en un performance de película, el mismo presidente le pidió al Fiscal que procediera, nada ha pasado. Solo era un show pre electoral. Un rasgo distintivo de este gobierno es su opacidad. La ley de acceso a la información pública fue castrada, y el instituto a cargo es simplemente inoperante. El nivel de endeudamiento es cada vez mayor, y a nadie le interesa una reforma fiscal.

Que problemas como los apuntados no hagan mella en la popularidad del candidato-presidente, dice mucho de la capacidad crítica de los salvadoreños. No tenemos la calidad de ciudadanos que demanda Dahl; tenemos votantes sometidos a las interpelaciones del discurso hegemónico. Esa debilidad de nuestra democracia no es culpa del actual mandatario. Él solo ha aprovechado los desencantos y resentimientos acumulados. Los resultados están a la vista. Pasamos de la democracia al populismo de derecha con una clara tendencia a la perpetuación en el poder.

Historiador, Universidad de El Salvador

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