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El “hombre salmón” se va, remontando el “Ares”

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Por Carlos Balaguer |

Habría el arquero errante de abandonar Ara y a su amada Samaj -la bella ariana de los besos de miel. Con los días, la abandonada mujer calló su congoja, ante su ausencia. Aceptó la desaparición de su amado, pues al fin y al cabo los cazadores de ciervos y de estrellas -como dije antes- no siempre tornaban del desierto. Y éste había sido uno de ellos. Uno más que no volvió. Tal vez por no quedar por siempre en la tierra yerma de su eterna fantasía. Aquella comarca del luminoso río de las doradas arenas. El mismo que quedaba atrás -como todo lo que un día él amó y tuvo que abandonar- para continuar su viaje hacia los montes. Es decir, para volver a sí mismo… Al buscar en el baúl de Kania, Samaj se dio cuenta de la verdad: Los mapas de Rhuna -el misterioso monte que buscaba su amado- ya no estaban allí. Fue hasta la ventana de su habitación, desde donde se divisaban en la lejanía los picos dorados y brillantes de las tierras altas. Secando sus lágrimas, la mujer miró tristemente a las montañas, murmurando en silencio un adiós. De esos adioses donde se muere un poco: la dulce y triste despedida de los amantes fugaces. Entonces ella -que podía ver los peces invisibles del caudaloso Ares- vio al salmón escarlata que era su amado, saltando los torrentes cuesta arriba. Y musitó una antigua tonadilla de los pescadores que hablaba de murgones subiendo montañas e imposibles. (XL)

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