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Laboratorios Max Bloch: un legado de más de 80 años que continúa su expansión

Lisseth Bloch, hija del médico y cabeza actual de la empresa, espera poder instalar una “cultura de la prevención” en El Salvador, basado en un servicio de calidad acreditada.

Por Moisés Alvarado | May 06, 2024- 11:07

FotO EDH/ Jorge Reyes

El recuerdo de su padre, el médico Max Bloch, sigue vívido en la mente de Lisseth, su hija menor y la encargada de continuar con la empresa familiar, los laboratorios que llevan el nombre del patriarca. Allí está la imagen de un hombre, “un eterno estudiante”, que recurría, en la última etapa de su vida, a gafas adicionadas con lupas para poder seguir reconociendo las letras en los libros. Un tumor en el cerebro estaba afectando su visión, pero no su sed de saber más. De allí que Max Bloch haya sido uno de los pocos salvadoreños de los que hay certeza de que fue nominado al premio Nobel de Medicina en 1985 por una de sus publicaciones. Durante su vida, produjo más de 500 de estas.

“La sangre de la empresa es la innovación. Queremos reflejar el espíritu de mi padre, un hombre sumamente trabajador y enamorado de este país”, comenta Lisseth Bloch, al frente de los laboratorios desde 2007. La sociedad fue fundada por su padre en 1942. Es una empresa octogenaria.

Formada en Estados Unidos como ingeniera industrial, en sus manos estuvo expandir a la compañía de dos sucursales a las 11 que ahora atienden en El Salvador. Pero, para ella, ese recorrido es solo la manifestación de un deseo: que en este país se instaure una cultura de la prevención, en el que el laboratorio clínico pueda ser ese aliado indispensable de la población para poder detectar con tiempo cualquier padecimiento que, en un futuro, pueda mermar su salud.

Lisseth pone como ejemplo algo tan común como un examen de lípidos: si alguien es plenamente consciente de que no muestra los niveles óptimos, por ejemplo, de triglicéridos y colesterol será capaz de mudar sus hábitos (tanto alimenticios como de movimiento) para ponerlos a tono. A esto, dentro de la compañía lo han denominado como “educación orientada al bienestar”.

“Esto se puede convertir en algo puntero. En el mundo industrializado, por ejemplo, es muy complicado encontrar un médico primario. Tiene que haberte pasado algo grave para que te vea el médico. Y que te dé el ‘Ok’ para hacerte un examen. En este país no tenemos ese obstáculo y podemos caminar hacia esa cultura personal de la prevención”, comenta.

Se trata de, en suma, tomar acción previo a que se manifieste la enfermedad y, con ello, ahorrarse tratamientos mucho más caros. Quieren derrumbar el paradigma de que cuidarse es más costoso que no hacerlo.

Para ello, dice, la empresa que dirige desde hace casi dos décadas ha puesto énfasis en la calidad. Que sus procesos sean comparables a los mejores en el mundo. Es un compromiso que se expresa mediante acreditaciones: en 2018, su casa matriz, ubicada en la Colonia Médica de San Salvador, se convirtió en el primer laboratorio clínico acreditado bajo la norma ISO 15189. Y hace unas semanas, se convirtió en la primera empresa en tener una sucursal (la de Las Piletas, en Nuevo Cuscatlán) con este mismo respaldo.

Esto hace que un resultado emitido en cualquiera de estos dos lugares pueda ser comparable con el de cualquier clínica en Nueva York o París. Los hace, por tanto, homologables con los hospitales del primer mundo.

Se trata de un proceso voluntario, en el que una empresa se somete a una larga lista de evaluaciones y lineamientos, que se renuevan cada cuatro años. Se consideran aspectos como las cadenas productivas, la seguridad en las instalaciones e incluso la temperatura mantenida en cada proceso.

En El Salvador, no es necesario que un laboratorio clínico cumpla con esta acreditación para operar. Debe cumplir, sí, con los lineamientos que se le establecen desde las instituciones públicas, que toman lo básico de una norma como la ISO 15189.

“Es duro cumplir con ella. Para nosotros, lograrlo fue un proceso de varios años. Por supuesto que, si esta se exigiera a todos los laboratorios clínicos, muchos saldrían del mercado… por eso nos consideramos líderes. Cuando las empresas se someten a estos procesos, los que ganan son los salvadoreños y el país, porque eleva el nivel de la calidad y la salud”, dice Lisseth Bloch.

Para poder lograrlo, agradece su formación como ingeniera industrial, una profesión dedicada a optimizar los recursos (dinero, personas o procesos), de una empresa.

“Somos una fábrica de exámenes, entra la materia prima, una muestra de sangre, y sale un dato, información, es transformada. Requiere una línea de producción”, añade.

Un legado ilustre

Lisseth hace un gesto triste cuando recuerda que ni ella ni sus otros cuatro hermanos decidieron dedicarse profesionalmente a la medicina, una suerte de camino directo para continuar con el legado de su padre, Max Bloch, quien dedicó buena parte de su vida a la salud pública en El Salvador. Por tanto, concentró sus energías en encontrar soluciones a las patologías de sus compatriotas.

Max Bloch

“Estaba a la vanguardia en todo lo de la medicina, fue hematólogo patólogo enfocado al área de laboratorio clínico. Era su misión para que los colegas pudieran hacer buenos diagnósticos”, dice Lisseth.

Según la empresaria, el 80 % del tiempo de su padre estaba destinado a la salud pública, en específico, al Hospital Rosales, y solo una parte pequeña era para los laboratorios privados, que le permitieron darle una vida digna a sus cinco hijos.

“Se levantaba muy temprano, a las 5 de la mañana, para hacer ejercicio. Caminaba mucho (somos de los Planes de Renderos) y después hacía pesas. Atendía primero el laboratorio (lo más grueso del trabajo se registra en las horas más tempranas), pero a eso de las 10 iba para el Rosales y solo volvía al laboratorio cuando estaba terminando el día. Era un hombre muy trabajador”, comenta.

Su entrega y sus innovaciones lo han convertido en una figura importante en la historia médica en el país. Por ello, se decidió ponerle su nombre al Laboratorio Nacional de Salud, que cambiará de ubicación, en las instalaciones adjuntas al hospital Rosales sobre la alameda Roosevelt, a otro recinto.

Max Bloch, cuarto a la izquierda en la fila de enfrente.

Según comenta Lisseth, cuentan con todos los trabajos de su padre, que superan los 500, digitalizados. Es muy probable que pronto estén colgados en un solo sitio web para que cualquiera pueda indagar más sobre su trabajo.

Lisseth se hizo cargo de la empresa al 100% hasta el 2007, cuando se retiró su madre. Cuenta que fue una decisión personal, que no estuvo marcada nunca por ninguna presión de su padre.

“Era un hombre de origen alemán, muy estoico, respetuoso de la individualidad de cada uno de sus hijos. Siempre garantizó nuestra libertad”, comenta.

La suerte de continuar con el legado también está ligada a su decisión, contraria a la de sus hermanos, de fijar su residencia en este país, cuando tuvo múltiples oportunidades de hacer carrera en Estados Unidos tras graduarse de dos instituciones educativas de élite.

“Yo amo a El Salvador. Puedo decir que este es mi lugar en el mundo. He tenido la suerte de viajar y ver otros lugares. Y aquí hay una oportunidad de acercarte a las otras personas, de ser un ser humano integral, que no he encontrado en otra parte. Es un lugar común decir que lo más valioso de El Salvador es su gente, pero es verdad”, sostiene.

La mirada hacia el futuro

FotO EDH/ Jorge Reyes

Lisseth pudo ampliar la oferta de su empresa a 11 sucursales, desde las que se ha podio acercar a más población. Fuera del Área Metropolitana de San Salvador, por ejemplo, han abierto una en San Miguel y otra en el distrito de San Juan Opico, en el actual La Libertad Centro.

La empresaria deja entrever que es posible que muy pronto se abra una nueva, más al occidente del país, pero prefiere no dar detalles. También la mirada podría irse al resto de la región.

En El Salvador, aparte de Max Bloch, solo existe un laboratorio dirigido al público en general con la acreditación ISO 15189. Los demás son laboratorios que trabajan para otras instituciones de salud.

Y, en el resto de Centroamérica, no abundan muchos lugares que cumplan con la exigente norma. Eso les abre un campo de oportunidades para el que, sin embargo, prefieren no adelantarse.

“Actualmente estamos enfocados en El Salvador. Queremos seguir sirviendo a este pueblo a través de la calidad”, comenta Lisseth, quien es consciente de que la salud no puede convertirse en una mercancía, sino que es un servicio.

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