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"¿También a la señora del atol shuco quitaron?"

La popular venta de atol fue desalojada hace una semana de la zona del Palacio Nacional y BINAES, pero las comerciantes ya recuperan clientela en otro local

Por Miguel Lemus | May 04, 2024- 20:31

Foto EDH/ Miguel Lemus

El puesto de atol shuco de Griselda Lozano, Regina Lozano, Marleny Hernández y Yessenia Sánchez es uno de los buscados del centro de San Salvador, pero ya no está en su ubicación tradicional porque fue uno de los desalojados recientemente en la zona contigua a la BINAES y el Palacio Nacional.

Ahora, las cuatro mujeres inician una nueva etapa en un en nuevo local para negocio.

Griselda Lozano, Regina Lozano, Marleny Hernández y Yessenia Sánchez atienden el popular negocio de venta de atol shuco.
foto EDH / Miguel Lemus

En los días del desalojo, cuando del puesto ya no quedaba nada, llegó Eugenio Sánchez con su guitarra terciada casi por la garganta, se quitó el sombrero para preguntar, “¿también a la señora del shuco quitaron?”, agachó la mirada, se dio la media vuelta y vuelve a preguntar, “¿hoy a saber para dónde la movieron?”, luego se va, negando cualquier otra recomendación de los presentes de dónde podría comprar comida típica a esas horas de la tarde.

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Después llegaron otras personas con ganas de shuco, encontrándose con la misma sorpresa y preguntando por lo mismo, lo que daba una idea de lo popular que era este puesto. Estaba en el local número ocho del centro comercial en la zona de parqueo que pertenecía al Hotel El Palacio, también clausurado.

Era un pequeño cubículo donde en las tardes jóvenes y adultos llegaban a beber el típico atol de maíz negro con chile.

Sentados en bancas de madera, los comensales acompañaban la bebida con pan francés tostadito y una buena conversación, que no duraba más de 15 minutos, algo muy característico en los clientes del lugar, era un espacio para quitar el hambre para personas que emprendían su camino casa después del trabajo.

Las propietarias del lugar eran las hermanas Lozano, Regina y Griselda; de su madre heredaron el estilo de vida y el toque culinario para combinar el maíz oscuro fermentado, con agua, sal, y alguashte.

Iniciaron su aprendizaje acompañando a su progenitora desde hace 28 años en la venta de atol shuco sobre la 4a calle oriente. Fueron desalojadas sin previo aviso y por segunda vez el jueves 25 de abril.

Pero no han perdido tiempo y el 29 de abril, con mucha prisa daban los últimos detalles a un local nuevo que han conseguido en la primera planta del edificio Munguía, sobre la 1a calle poniente y 4a avenida norte.

Su primer cliente ha sido José Arévalo, de pocas palabras, pide la bebida caliente en su guacal de morro con un generoso chorro de chile, muy buen chile, y pide un dólar de pan, mientras con el parpadeo trata de disimular el poder picante del chilito y exclama con la boca llena, “yo pensé que no las iba a encontrar, ya les voy a decir a mis amigos que aquí están”, comenta con un dejo de alivio.

Las hermanas Lozano murmuran, “es uno de nuestros clientes, llegaba allá”, sostiene una de ellas con una sonrisa de satisfacción.

La municipalidad ordenó el retiro de negocios ubicados en la cuadra entre el Palacio Nacional y la BINAES, entre ellos la venta de atol shuco de estas emprendedoras. Foto EDH/ Miguel Lemus

Griselda recién se entera de las disposiciones de las autoridades después del desalojo.

En redes sociales, el Ministerio de Obras Públicas publicaba videos donde a los desalojados le estregaban dinero y ellos agradecían por haberlos desalojado.

Griselda menciona que solo un selecto número de comerciantes han sido beneficiados con la indemnización.

“Ahí andaba un listado en el que nosotras no aparecemos, solo salen 65 personas”, según ella fue una maniobra de las autoridades para que nadie diga nada y para “hacerse la foto”, sostiene.

Luego llega un pedido de diez shucos, rápidamente las cuatro comerciantes preparan bolsas y empaquetan vasos de durapax.

Más tarde llega otro pedido de 15 y así sucesivamente, mientras Yessenia y Marleny salen a vender de manera ambulante y discreta, para no ser amonestadas por el CAM; se van al lugar de donde fueron desalojadas para vender algo y también para encontrar a sus clientes y avisarles adónde está ubicado su nuevo local.

Algunos de los más fieles clientes de las hermanas son irónicamente los agentes del Cuerpo de Agentes Metropolitanos, quienes, al verlas, aprovecharon para comprarles unos atoles.

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