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"Decidir si comer o pagar el cuarto": el rostro de la pobreza en el Centro Histórico

En los mesones del centro de San Salvador, la inflación de precios de la canasta básica ha puesto en aprietos a las familias

Por Menly González | Abr 15, 2023- 19:12

María Santos Díaz dice que la economía de ella y sus vecinos siempre ha sido difícil, pero ahora es peor, “si pago la luz o el cuarto no invierto para la comida”, “aquí si hoy tenemos café puede que no tengamos azúcar y así, siempre falta algo” comenta. Foto EDH/Menly González

Aunque a simple vista no lo parezca, el Centro Histórico es también un área habitacional. Detrás de casas que parecen desmoronarse durante décadas han vivido los vuelteros, vendedoras ambulantes y lavanderas, por mencionar algunos de sus oficios.

A estos espacios, que se acoplan para albergar varias familias en espacios reducidos, se les conoce como mesones.

Algunos cuartos están hechos de las estructuras originales de las casas antiguas; otros son hechos a base de láminas, de medidas de dos por dos metros o cinco por seis metros, aproximadamente.

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Los costos de alquiler son relativos. Hay cuartos de $3 a $5 dólares diarios, que en total pueden representar $90 o $150 mensuales sin incluir baño privado, en los mesones todo es compartido. Pero al menos en este mesón, ubicado en la 14a. Avenida Norte, el agua potable no les falta.

Aunque no parezca, el centro histórico está rodeado de decenas de mesones, aquí viven los vendedores ambulantes, los "bulteros de los mercados", las lavanderas de ajeno y ciudadanos que tienen otros oficios. Foto EDH/Menly González

Ana López es una de sus habitantes, de tez morena, con canas que sobresalen en su cabellera negra, platica sentada en una silla improvisada con doña Juana Lara, una mujer de mayor edad.

Ana fue operada recientemente de la tiroides y tiene algunos días sin trabajar. Aunque por años se dedicó a vender fruta en un carretón, ahora se ha rebuscado por vender dulces tradicionales en las calles de San Salvador. Este tipo de ventas ha sido su forma de vida, por años.

“Ahora es más complicado, porque como no nos dejan trabajar”, comenta la vendedora, quien asegura ha optado por buscar lavar ajeno; sus clientes los obtiene por referencia o sale a las colonias de San Salvador a buscar quien le pueda dar trabajo.

Ana comenta que por una lavada, dependiendo de la cantidad de ropa, puede recibir desde los $5 hasta los $12 dólares. “Ya no pagan más” agrega, pero es de las pocas alternativas de ganarse la vida que tiene, pues los dulces asegura no dejan mucha ganancia como lavar ajeno y para sobrevivir un día necesita al menos 20 dólares, para pagar habitación, poder comprar alimentos para los tres tiempos de comida para ella y su compañero de vida, sin contar el dinero para comprar mercadería y pagar algún préstamo de dinero que haya hecho para suplir alguna otra necesidad.

Aunque parezca una cantidad fácil de reunir en un día para cualquier persona, para Ana es difícil, pues no siempre encuentra quién la llame para lavar y a diario debe enfrentarse a los llamados de atención del CAM, cuyos agentes ya no permiten vender en cualquier lugar del centro.

“Puede que los trabajadores también nos sintamos más seguros, pero la situación de trabajo empeora, además ahora les tenemos miedo a los agentes del CAM y la PNC, que de repente por cualquier cosa nos pueden llevar”, explica.

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Ana muestra su pieza: está hecha en una parte de ladrillo y la fachada es de lámina; dentro tiene una cama, su carretilla que la ha convertido en una “bodega” donde ha puesto cosas que no usa, una mesa con un televisor viejo y una cocina de dos quemadores que sostiene en una mesa. El calor es sofocante dentro, por lo que se entiende por qué descansaba en la zona de lavado del mesón, donde hay sombra.

Para comer hoy Ana no tiene nada preparado. En su pieza no tiene refrigerador y narra que compra lo del día, aunque tiene unos güisquiles, papas, tomates, cebolla y media bolsa de pan francés, “no tengo frijoles porque están muy caros, hoy la libra cuesta $1.25 y si hago el gas se me acaba rápido también”.

Luis Vásquez vive con su compañera de vida Marisol Montoya, en un cuarto de aproximadamente tres por tres metros que comparten con su hija de 2 años. Foto EDH/Menly González

A unos metros de Ana viven Luis Vásquez y Marisol Montoya, que son pareja, en un cuarto de aproximadamente tres por tres metros que comparten con su hija de dos años. No tienen cama pero sí una hamaca y el espacio es ocupado también por una plancha.

Luis trabaja como “bultero” en el mercado de La Tiendona, “para poder conseguir viaje tengo que estar allá a las 2:00 am, lo más tarde las tres”, explica.

Los viajes con su carreta pueden costar entre $2 y $5, dependiendo de la cantidad de producto y la distancia. “Cuesta hallar viaje, somos más de 160 bulteros, de los que conozco, pero quizás hay más, por eso no se hacen muchos viajes, hay competencia” dice el trabajador, por lo que no puede hacer cuenta de cuantos viajes tiene que hacer para poder sacar el sustento total de la familia.

Aunque Luis solo tenga una hija con Marisol, ella debe rebuscarse por lavar ajeno para sustentar a sus otros hijos, para los que ha rentado otra pieza en la misma línea que ella. En la plancha de su cuarto lo único que tiene de alimento es una olla con frijoles molidos, los cuales hizo hace tres días y no tiene dónde conservarlos; el olor denota que comienzan a arruinarse.

En la mañana desayunaron pupusas, sobre la plancha hay botellas de gaseosa, pero tienen agua, que “es del chorro para tomar”.

María Santos Díaz dice que la economía de ella y sus vecinos siempre ha sido difícil, pero ahora es peor, “si pago la luz o el cuarto no invierto para la comida”, “aquí si hoy tenemos café puede que no tengamos azúcar y así, siempre falta algo” comenta. Foto EDH/Menly González

Otra inquilina es María Gómez, de 33 años, de las pocas personas en el mesón que tienen refrigerador. Pero al abrirlo, adentro solo tiene 2 botellas de plástico con agua, un fresco en bolsa y una bolsa de plástico con pan francés. “Yo no creo que los de las empresas estén tan afectados como nosotros”, dice.

Gómez vende fruta en un carretón, pero el jueves pasado casi le quitan la venta los agentes del CAM. “Se nos acaban las alternativas”, expresa indignada, pues asegura que alquilar un puesto en el mercado no es una opción y no puede oponerse a los agentes municipales, pues teme ser apresada dentro del régimen de excepción.

La vendedora cuenta que ella ya se ha quedado más de un tiempo sin comer, pues prioriza pagar un préstamo que ha hecho a un ajiotista y pagar su pieza; incluso pagar estos gastos se le complicó recientemente que estuvo enferma. “Usted porque no come se enferma”, dice que le expresó la dueña del mesón, pero ella le respondió que prefería pagar y no estar endeudada, que comer.

Por otro lado, María Santos Díaz, quien alquila una de las habitaciones más grandes, dividida en donde duerme y comedor, asegura que ha optado por hacer más pequeñas las raciones de comida. Es medio día y eligió preparar tortilla en trocitos con huevo, lo acompañó con tomate y chile verde, “antes le ponía un tomate completo a esta comida, ahora solo le pongo la mitad”, dice, mientras corta el vegetal.

Díaz expresa que la economía de ella y sus vecinos siempre ha sido difícil, pero ahora es peor. “Si pago la luz o el cuarto no invierto para la comida, aquí si hoy tenemos café puede que no tengamos azúcar y así, siempre falta algo”, comenta.

Estas personas piden a las instituciones públicas alternativas reales de empleo, el cese a la discriminación y que el Fondo Social para la vivienda brinde oportunidades de una casa, pues consideran los requisitos están fuera de su alcance.

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