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A la memoria de Pepe Mujica

Qué bien que Mujica no encajara en el mundo; qué bien que no encajara en esas izquierdas que conservan el nombre, pero se alejaron hace mucho de los ideales; qué bien que criticara tan tenazmente los excesos del capitalismo, el consumismo y los autoritarismos de todos los colores. Qué bien que viviera y muriera como lo hizo, porque de ese modo nos deja una herencia de humanidad.

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Por Carlos Gregorio López Bernal
Publicado el 15 de mayo de 2025


La anunciada muerte de José Mujica no tomó a nadie por sorpresa. Aun así, su deceso entristece y con sobradas razones. Mujica era uno de los pocos políticos dignos, coherentes y consistentes de Latinoamérica y quizá del mundo. Comprometido de lleno en la política, esa que aspira al bien común y no al bien personal o de mi familia y mi grupo; asumió ese compromiso sin escatimar riesgos. En la década de 1960 fue parte del Movimiento Liberación Nacional Tupamaros (MLNT), en un tiempo cuando la opción armada, como vía para impulsar transformaciones sociales, era vista como legítima y viable.

Se jugó la vida; fue herido, capturado en varias ocasiones. Se escapó de la cárcel de esas formas que solo que ven en las películas. Vivió su último encarcelamiento en condiciones infrahumanas, de esas que solo pueden concebir mentes perversas y desquiciadas por el odio, la ideología y el exceso de poder. Estuvo en prisión por más de catorce años, pasó largo tiempo aislado. Confesó que estuvo a punto de enloquecer, que para escapar de la soledad hablaba solo, releía libros en su memoria e incluso hablaba con alguna hormiga que se colaba en su calabozo. Fue liberado por una amnistía en 1985.

Renunció a la lucha armada, pero no a sus ideales. Se reincorporó a la lucha política y ocupó diversos cargos de gobierno: diputado, senador, ministro; hasta que fue electo presidente de Uruguay en 2009. Ese triunfo del MLNT, puso a este partido en un exclusivo grupo de tres movimientos guerrilleros latinoamericanos que, convertidos en partidos políticos, llegaron al poder por la vía electoral. Los otros dos fueron el FSLN de Nicaragua y el FMLN de El Salvador.

El FSLN lideró la revolución sandinista, dejó el poder en 1990 al perder las elecciones; fue algo inédito, un movimiento revolucionario que tomó el poder por la vía armada, lo entregaba en las urnas. Después de agrias disputas internas, lo que quedaba del FSLN volvió a la presidencia con Daniel Ortega en 2007; gracias a haber pactado con Arnoldo Alemán reformas electorales hechas a la medida de Ortega. Permanece en el poder desde entonces, pero muy lejos de los ideales revolucionarios y democráticos. Ortega se ha convertido en un dictador que es la sombra inversa de Anastasio Somoza; ha reprimido, masacrado, expropiado y exiliado a la oposición, también ha enriquecido a su familia de una manera obscena. Y todo indica que morirá en el poder y que este será traspasado a su mujer o a uno de sus hijos.

El FMLN llegó al poder justo en el año en que Mujica fue presidente. Diecisiete años después de la firma de la paz, el Frente convenció a los votantes salvadoreños de que era una opción de gobierno, en buena medida por la buena imagen que Mauricio Funes se había labrado como periodista. Los dos primeros años de Funes fueron extraños; tuvo frecuentes diferencias con un partido que a menudo parecía seguir en la oposición. Con el tiempo llegaron a acuerdos funcionales, al punto de que Funes fue un actor clave para el agónico triunfo de Salvador Sánchez Cerén en las elecciones de 2014.

Sánchez Cerén era un dirigente histórico del FMLN, pero en términos electorales era una figura poco atrayente. Sin carisma, de muy limitadas capacidades comunicacionales y de pensamiento político estrecho, tenía poco que ofrecer al país, en un momento cuando el FMLN debía mostrarse audaz y disruptivo. Cerén era parte de la dirigencia ortodoxa del FMLN que copó el partido de la mano de Schafik Jorge Handal, quien se opuso a que Funes fuera candidato del FMLN en 2004. Handal murió en 2006, su liderazgo fue relevado por una dirección colegiada de capacidades políticas muy limitadas. Numerosas voces advirtieron del declive del partido ante la población y no se reconocieron errores. Uno de ellos, pero no el más importante, haber incorporado al partido a Nayib Bukele; este lo usó como escalera política, lo minó desde adentro y cuando las diferencias fueron insalvables el partido lo expulsó, con lo cual le allanó el camino para presentarse como candidato con otro partido. En esos años, Bukele transitó por todas las tonalidades de colores políticos. En un obsceno striptease político, Bukele se despojó de varias banderas políticas, hasta encontrar una de su talla: el impresentable partido GANA. No obstante, ganó las elecciones.

En 2018 el FMLN no solo perdió la presidencia, perdió un capital político que había sido amasado con sangre, sacrificio y entrega incondicional de miles de combatientes, militantes y simpatizantes que creyeron, primero en el proyecto revolucionario y luego en la vocación democrática y el compromiso con el pueblo de sus dirigentes. Desde entonces, el FMLN ha ido en un declive constante hasta tocar fondo. Tanto Funes como Sánchez Cerén huyeron del país, y no fue casualidad que se refugiaran en Nicaragua, donde el dictador Ortega le concedió la nacionalidad nicaragüense.

A diferencia del FSLN y el FMLN, la izquierda uruguaya mantiene su vocación democrática y continúa en el poder, esta vez como parte del Frente Amplio que llevó a la presidencia a Yamandú Orsí, quien contó con importante apoyo del recién fallecido Pepe Mujica. El Frente Amplio obtuvo además una mayoría en el legislativo, prueba evidente de que el electorado le tiene confianza. Detrás de escena, la figura de Pepe Mujica siguió siendo importante no solo en Uruguay sino en América Latina.

Mujica fue de izquierda toda su vida, pero supo adaptarse a los nuevos tiempos, sin renunciar a sus ideales y sus valores. Fue un hombre sencillo y honesto, una rareza entre los políticos y presidentes porque vivía de manera austera, y supo escapar a las tentaciones del poder y la riqueza a las que tan fácilmente sucumben otros. Hacia 2010, los contrastes en el estilo de vida Funes y Mujica eran evidentes. Mientras Funes coleccionaba autos de lujo, Mujica manejaba su humilde escarabajo del año 87. Esas características de Mujica, obviamente lo llevaron a marcar distancia de los gobiernos de Cuba, Nicaragua y Venezuela, e incluso a abiertas críticas contra ellos. Críticas que hacía con dolor y desencanto.

En 2012, cuando ya había decidido que sería candidato presidencial, Sánchez Cerén publicó un libro titulado “El país que quiero”; en este libro “expongo los grandes temas y problema de El Salvador y mi posición ante los mismos”, decía. Trataba de exponer una propuesta que llamó “el buen vivir”, mezcla de buenas intenciones mal condimentadas con ideas extraídas de diversas fuentes de pensamiento. Era un texto forzado, con reflexiones construidas mirando a las próximas elecciones. Sánchez Cerén tendrá algunas virtudes, pero las ideas no son su fuerte. Y las pocas que tuvo, le costaba comunicarlas. Por el contrario, Mujica vivía pensando, y lo que pensaba lo decía de una manera tan natural, espontánea e interpelante que lograba efectos inmediatos en quien lo escuchara o leyera. En buena medida porque la manera como había luchado y vivía daban fe de sus palabras.

De entre muchas que guardo, retomo estas: “Yo sé que soy un viejo medio loco, porque filosóficamente soy un estoico por mi manera de vivir y los valores que defiendo. Y eso no encaja en el mundo de hoy". Qué bien que Mujica no encajara en el mundo; qué bien que no encajara en esas izquierdas que conservan el nombre, pero se alejaron hace mucho de los ideales; qué bien que criticara tan tenazmente los excesos del capitalismo, el consumismo y los autoritarismos de todos los colores. Qué bien que viviera y muriera como lo hizo, porque de ese modo nos deja una herencia de humanidad. Porque leyéndolo y pensándolo, uno puede regocijarse de ser humano, en estos tiempos en que serlo es cada vez más difícil.

Historiador, Universidad de El Salvador

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