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“Fuimos educados para salvar vidas” sin que prevalezca horarios o pago, asegura doctora de Ahuachapán

La vocación por servir a las demás personas a través de la medicina nació cuando apenas tenía seis años. En ese entonces pedía de regalo muñecas vestidas como doctoras. Ahora es una reconocida doctora en su natal Ahuachapán

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Por Cristian Díaz
Publicado el 14 de julio de 2025


“Nunca me he arrepentido de haber estudiado medicina, me siento feliz, a pesar de que es sacrificado”. No son simples palabras de la doctora Dinita; sino que es parte de su vocación que, incluso, la ha llevado a atender a pacientes que no tienen los recursos económicos para cancelar la consulta en su clínica privada, ubicada en el barrio El Calvario, distrito de Ahuachapán, Ahuachapán Centro.

“Lo del dinero se arregla después” les ha dicho a madres de familia que llegan con sus hijos enfermos, solicitando atención médica sin contar con dinero. 

“La atención que yo le puedo dar a ese pacientito en ese momento que lo necesita, vale oro… Si me paga, bueno, no me paga, bueno, no es mi misión esa como médico porque fuimos educados para salvar vidas”, aseguró la doctora Dina Magdalena Pineda Hidalgo, de 60 años.

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Más de la mitad de su vida ha ejercido su profesión, ya graduada, pero como estudiante le tocó atender una emergencia producida por la enfermedad del cólera que en 1992 dejó más de 8,120 casos. 

“Los estetoscopios, para desinfectarlos, solo llevaban barriladas de lejía, y ahí metíamos todo nuestro equipo porque teníamos que seguir trabajando después en otras áreas”, contó.

Las consecuencias de la guerra civil salvadoreña fue otra fase que tuvo que enfrentar durante su preparación profesional. 

“Póngase su gabacha porque ese es el distintivo para que no les hagan nada”, recordó que le aconsejaban otros médicos cuando tenía que visitar comunidades peligrosas en San Salvador.

La doctora Dinita, como cariñosamente le llaman sus pacientes, es una ahuachapaneca devota al catolicismo.  

Incluso, la primera atención que brindó en su clínica particular lo narra como un testimonio de fe.

“Llegó, lo atendí, él me bendijo y yo digo, ‘Era Dios que estaba ahí conmigo’. Porque desde entonces hasta esta fecha, que ya llevo 31 años de ejercer, siempre he tenido trabajo. Y gracias a Dios no he sentido el tiempo”, relató. 

La primera consulta en su clínica, a un señor de 75 años, fue el 15 de marzo de 1994 apenas tres semanas después de que se había graduado, el 25 de febrero, como doctora en medicina de la Universidad de El Salvador (UES).

La doctora Pineda se graduó de la carrera de medicina a inicio de 1994; menos de un mes después estaba dando consulta en su clínica. Foto EDH/Cristian Díaz

Para el 24 de diciembre de 1992, año que realizaba su internado en el Hospital Rosales, también recordó que junto a sus compañeros mandaron a preparar un pavo para la Noche Buena, para compartirlo como grupo de estudiantes.

Pero repartieron comida a sus compañeros, médicos y pacientes, y la comida alcanzó, en una ocasión que muchas personas estaban pasando por una tribulación médica.

“Y el pavo no se terminaba. Fue un milagro. Las compañeras decían ‘¿todavía hay pavo?’ ‘Sí, todavía hay’, respondían. Y nos llegó la madrugada y todavía la gente que llegaba, que no había comido, le seguimos dando pavo. Siempre orábamos con las compañeras y decía, ‘Dios nos bendijo’. Aquella noche, aquella Navidad, fue tan especial. A mí no se me olvida, ver la misericordia del Señor y la bendición porque nosotros estábamos pensando en algo, pero él se manifestó de otra forma. Lo gozamos”, recordó.

Inicios

Su vocación por la medicina nació desde que tenía seis años. 

Cuando su padre, Rafael Antonio Pineda Tobar, le preguntaba qué quería de regalo, la respuesta siempre fue una muñeca. 

Pero no era cualquier muñeca la que deseaba tener ya que debía de ser una con vestimenta de doctora.

“Desde esa edad quería ser médico”, relató. 

Sus juegos de infancia incluían dar consulta a esas muñecas, que, incluso, tenían una marca en sus brazos porque con objetos con puntas simulaba aplicarles inyecciones.

La adolescencia y juventud lejos de apaciguar su vocación por la medicina, aumentó, al punto que cuando realizó los trámites para ingresar a la Universidad de El Salvador, no sabía qué carrera alternativa cursar en caso de no aplicar en la de medicina.

Los primeros dos años los cursó en la Facultad Multidisciplinaria de Occidente (FMOcc) debido a que la carrera no estaba completa, por lo que tuvo que trasladarse a la sede en San Salvador.

El terremoto del 10 de octubre de 1986 fue otra de las experiencias que le tocó vivir como estudiante.

Para entonces, lo académico quedó en un segundo plano porque tuvo que asistir a personas que llegaban al Hospital Rosales. 

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Para la ofensiva del 11 de noviembre de 1989 estaba en el Hospital de Niños Benjamín Bloom, donde se enteró que la facultad de medicina se consumía por las llamas.

La empatía que la doctora tiene para ejercer su profesión, además de ser una vocación, la desarrolló al estar de cerca de muchas necesidades de los pacientes porque para su año social, la enviaron a la Unidad de Salud de Ahuachapán.

Pero debido a la necesidad de recurso en la Unidad de Salud de Concepción de Ataco, fue a apoyar por tres meses.

Para entonces, conoció todos los cantones de los ahora distritos ya que los tuvo que recorrer a pie para realizar campañas de vacunación, entre otras actividades.

“Llegábamos a las 7:00 de la mañana, dábamos consulta en la Unidad de Salud, luego agarrábamos los botiquines con la enfermera, todo el personal desde la limpieza, la ordenanza, de la farmacia, todos íbamos a vacunar porque no habían promotores (de salud). Entonces, teníamos que cubrir lo que era la vacunación”, relató.

La doctora Pineda conserva recuerdos de su infancia y junto a su padre, Rafael Antonio Pineda Tobar. Foto EDH/Cristian Díaz

Su clínica

Menos de un mes después de que recibió su título como doctora en medicina, ya estaba dando su primera consulta en una infraestructura cercana a donde se ubica en la actualidad y que fue gestionada por su padre, quien tenía muchas ilusiones al ver a su hija graduada.

El 15 de marzo de 1994 dio su primera consulta en la primera infraestructura, donde estuvo por cinco años.

Luego su padre adquirió una casa, en el barrio El Calvario, donde atiende a sus pacientes hasta la fecha.

En un libro plasmó en letra de carta “Control de pacientes en clínica médica”.

Su primer paciente fue el señor Félix González Ascencio, de 75 años. 

La doctora ya no recuerda qué padecimiento tenía; pero tiene muy presente las bendiciones que recibió de su parte.

El libro lo sigue conservando como un recuerdo de sus inicios. El último paciente plasmado en él fue una mujer, la número 9,088, que atendió a finales de 1997. Luego tomó otros métodos de control.

La doctora Dinita es muy buscada entre los ahuachapanecos al punto que inicia sus consultas a las 9:00 de la mañana y, en ocasiones, doce horas después continúa atendiendo.

“Desde pequeña pocas veces me enfermaba”, reflexionó sobre las posibles consecuencias de pasar largas jornadas atendiendo a sus pacientes.

Uno de sus secretos, por llamarlo de alguna manera, para que las personas lleguen a su clínica es que les dedica todo el tiempo que requieren.

Ser atendido por la doctora implica una consulta que puede durar hasta una hora.

“Son seres humanos que necesitan ser escuchados, que necesitan ponerles atención. Hay muchas enfermedades que son psicosomáticas y uno tiene que ayudarles porque eso acarrea enfermedades físicas. Pero esa es la tarea de uno: ser médico, psicólogo, amigo. Yo me tomo el tiempo, veo al paciente, lo dejo que me diga qué es lo que necesita, que le duele. Trato la manera de ser amiga, de ser médico, que me vean como su médico, pero al mismo tiempo su amiga, alguien en quien pueden confiar, con quien pueden hallar una ayuda”, reflexionó.

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Aunque ya pasaron 31 años desde que dio su primera consulta, la doctora guarda el libro de registro de sus primeros pacientes. Foto EDH/Cristian Díaz

Vocación 

“Hasta que Dios me llame”. Con esa frase respondió a la interrogante sobre hasta cuándo continuará ejerciendo su profesión.

“Prácticamente en la carrera uno no se jubila porque entre más mayor, la gente le tiene más confianza. Nunca he pensado en decir ‘voy a cerrar, voy a descansar’, no, hasta que Dios me llame y que yo tenga mis facultades, mi mente, mis manos aptas para hacer lo que tengo que hacer y las fuerzas que Dios me dé. Nunca he dicho ‘voy a cerrar’”, dijo la médico.

La doctora es soltera; pero tiene una familia donde al menos veinte miembros son médicos. 

En algún momento se preguntó del por qué su vocación hasta que encontró la respuesta en una biografía.

Su bisabuelo paterno, Sixto Alberto Padilla, fue el primer médico del que hay registros en su familia.

Él realizó sus estudios, en Guatemala, iniciando en enero de 1875. Ya graduado, se trasladó a Ahuachapán donde ejercía y donde, incluso, colocó la primera botica, en 1883, lo que en la actualidad se conoce como farmacia.

El doctor Padilla fue el primer médico que tuvo el naciente Hospital de Ahuachapán, de acuerdo a su biografía.

La doctora Dinita aseguró que de ahí vienen los genes por ser doctora.

Aborto

La doctora es la menor de tres hermanos. Pero su embarazo fue inesperado para su madre, Rafaela Margarita Hidalgo de Pineda, quien meses antes había tenido un aborto.

“Ella nunca imaginó que iba a tener otro bebé. Porque después del aborto quedan las mujeres bastante delicadas. Y de repente que estaba embarazada y era de mí; fue un embarazo inesperado”, contó.

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