Aunque la profesión de dentista y el gabinete dental existían en El Salvador desde los tiempos del médico y déspota gobernante Dr. Rafael Zaldívar, no sería hasta la mañana del sábado 6 de septiembre de 1924 cuando las aulas de la Universidad de El Salvador graduarían a la primera mujer odontóloga. Se llamaba Carlota Dolores Estévez Urrutia (1893-1975) y era una ciudadana guatemalteca. Tras defender su tesis Hemorragia alveolar, regresó a su patria y estableció su propio consultorio en la capital de esa vecina república.
Tres años después, el 27 de diciembre de 1927, en la Universidad de El Salvador fue fundada la Facultad de Dentistería, ahora Odontología. A ella pronto se unieron la Sociedad de El Salvador (establecida el 29 de septiembre de 1931) y su Revista Dental (1934), así como la Junta de Vigilancia de la Profesión Odontológica, establecida por la Constitución de 1950 y el decreto legislativo 2699 del 28 de agosto de 1958.
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En marzo de 1933, la carrera de Odontología de la hasta entonces único centro de educación superior de El Salvador verificó la inscripción de las primeras estudiantes salvadoreñas: Bertha Orbelina González Valdez y Cecilia Ester Arévalo Mira.
La primera de ellas nació a las 16:00 horas del jueves 15 de septiembre de 1910 en el barrio Asunción del municipio de Izalco, en el departamento de Sonsonate. Bajo un eterno estado de sitio, en ese tiempo gobernaban al país el presidente y general Fernando Figueroa y su vicepresidente, el médico usuluteco Dr. Manuel Enrique Araujo.
Bertha Orbelina fue el primer fruto de la unión del educador normalista Marcial Arturo González Calzadilla (08.agto.1889-06.mayo.1971) y de María Valdez, ambos nativos de esa localidad de amplia presencia de la etnia pipil en ese tiempo. Juntos o por separado, sus progenitores también gestaron una amplia descendencia, entre quienes estuvieron Blanca, René, Carlos, Emma, María Teresa, Doris, Zoila, Morena Consuelo, Jorge, Pedro, Juan y Rina Noemí. Varios de esos descendientes consolidarían sus carreras como docentes, contadores y una químico-farmacéutica, además de otra doctorada en Cirugía Dental como lo fue Morena Consuelo de Sosa.

Sus años de niñez y adolescencia transcurrieron entre su natal Izalco, Armenia y Zacatecoluca, adonde su padre fundara el Colegio José Simeón Cañas. Cuando Bertha Orbelina cumplió la edad para iniciar el primer curso (hoy séptimo grado), su familia se trasladó a la ciudad de San Salvador, donde su progenitor obtuvo una plaza como educador, con la finalidad de que ella pudiera inscribirse en el Instituto Nacional, fundado por el presidente y general Francisco Menéndez en 1885.
La joven culminó su quinto curso y obtuvo su título de bachiller en Ciencias y Letras en noviembre de 1932. En el ambiente social aún resonaban los efectos del levantamiento etnocampesino de filiación comunista ocurrido en enero de ese año en el occidente, centro y norte del país, seguido de una violenta represión por fuerzas militares, policiales y paramilitares, así como por una amplia campaña anticomunista dirigida por sectores ciudadanos e intelectuales con financiamientos gubernamentales y privados. La población de etnia pipil fue la más impactada por todas esas acciones, represiones y situaciones.
Pocos meses después, se presentó a realizar los trámites de rigor para ingresar a las aulas universitarias. En sus recuerdos, ella evocaba que “al terminar con el bachillerato, opté -aun en contra de mi padre- por seguir la carrera de Cirugía Dental, sin pensar que sería la primera profesional mujer en ese campo en nuestro país. Mi papá se oponía a que yo estudiara esa carrera porque no había mujeres Cirujanas Dentistas; pero yo le dije que, si nos las había, las iba a haber”.

Para inscribirse en el Alma Mater, Bertha Orbelina tuvo que presentar una constancia de buena conducta, extendida y firmada por el alcalde de Izalco. Ese requisito no le fue exigido a ninguno de sus compañeros de carrera. El patriarcado académico ejercía una de sus tantas presiones contra todas esas hijas de Minerva, llegadas a las aulas universitarias casi cuatro décadas después de la graduación de la ingeniera topógrafa Dra. María Antonia Navarro Huezo (1869-1891).
En las décadas de 1920 y 1930, cada una de las clases de Odontología duraban entre 3 y 6 horas a la semana. En los cuatro años de la carrera y a razón de cuatro materias por año, las materias recibidas eran Anatomía especial y disección, Histología y embriología, Química biológica y metalurgia dental, Dentistería operatoria, Patología general, Bacteriología, Fisiología, Clínica y prótesis dental, Medicina operatoria, Materia médica y terapéutica dental, Radiología y fisioterapia especiales, Patología bucodental e higiene, Clínica I y II, Prótesis I y II, Anestesias especial y general, Ortodoncia y Cirugía del cuello y cabeza. Unos años después se añadiría la materia de Dibujo y modelado dental.
Desde el Gabinete Dental de la Universidad de El Salvador, Bertha Orbelina y sus compañeros masculinos efectuaban labores sociales para el estudiantado de las escuelas urbanas y rurales de San Salvador, así como para las internas de la Cárcel de Mujeres y diversas personas procedentes de los barrios más desfavorecidos de la capital. Entre sus trabajos cobrados a precios módicos o gratuitos destacaban puentes, silicatos, placas totales o parciales -superiores o inferiores-, profilaxis, incrustaciones, coronas, canales, alveolectomías, apiceptomías, coronas Davis, puentes de Roch, amalgamas, extracciones, trepanaciones del seno, fracturas del maxilar, radiografías, etc. Todo hecho bajo el patronazgo católico de santa Apolonia, quien también era la patrona de los jugadores de dados o muelas de santa Apolonia, una figura histórica del catolicismo desde el siglo III.
En sus recuerdos, Bertha Orbelina indicaba que “durante mis estudios nunca me vi frente a situaciones que no pudiera sobrellevar, pero que al concluirlos entré en una etapa de inseguridad, común en muchos egresados. Eso me impedía ejercer mis prácticas curriculares”.

Fue en esos años de estudios cuando conoció a su colega odontóloga Dra. Cecilia Esther Arévalo de Criollo, con quien mantuvo una amistad duradera, que la llevó a ser madrina bautismal de Cecilia Esther Criollo Arévalo, arquitecta e hija de su entrañable amiga. Desde sus carreras universitarias, profesionales como ellas allanaban el camino a miles de compatriotas, como también lo hacían con sus votos las primeras salvadoreñas que ejercieron el sufragio en ese año, después consignado como derecho parcial en la Constitución de 1939, una de las bases fundamentales que posibilitaron la reelección del brigadier y teósofo Maximiliano Hernández Martínez y condujeron a la consolidación sociopolítica de su férrea dictadura.
El jueves 13 de octubre de 1938 defendió su tesis doctoral en el Paraninfo de la Universidad de El Salvador, situado en el segundo nivel del edificio de madera y lámina, inaugurado en 1879 en la manzana oriental de la Catedral de San Salvador. Así obtuvo su doctorado en Cirugía Dental.
Aunque fue su padre quien se opuso a que la joven estudiara en el recinto universitario, fue él quien con muchos esfuerzos logró reunir la cantidad necesaria para comprarle su primera unidad odontológica. Gracias a ese equipo, pudo comenzar a trabajar de forma independiente, al establecer su primer consultorio. Sus servicios profesionales fueron muy bien recibidos por la población capitalina y las de otras poblaciones circunvecinas.

En el ámbito personal y familiar, la Dra. González Valdez nunca se casó ni tuvo descendencia. Fuera del ejercicio de su profesión y sus actividades vinculadas, sus entretenimientos se concentraron en la lectura, la meditación, la jardinería (en especial, el cultivo de bonsáis) y la preparación de platos típicos de la culinaria salvadoreña. Además, desde niña desarrolló una amplia devoción católica por los santos católicos Juan Bosco y Martin de Porres. Cada día, acudía a misa diaria, una actividad ritual que se vio interrumpida después de que sufriera un accidente cerebrovascular, el lunes 15 de junio de 1998.
Desde joven, la Dra. González Valdez se convirtió en guía y pilar de sus hermanos y hermanas, con quienes siempre mantuvo relaciones cordiales y de apoyo y respeto mutuos, mismas condiciones que ofreció a sus múltiples primos y sobrinos. Durante seis décadas, ella vivió en compañía de su hermana María Teresa, fallecida el 23 de abril de 2007.
En enero de 1948 y durante la década siguiente, la Dra. González Valdez formó parte del personal técnico de la Casa Nacional del Niño, con plaza de servicio general como cirujana dentista. Además, prestó servicios de salud bucodental para las personas internas en el Asilo Sara de Zaldívar, de donde logró su jubilación el 11 de diciembre de 1972. Su consultorio privado lo mantuvo en actividad hasta 1995, cuando decidió cerrarlo tras 57 años de labores y a una edad de 85 años. Cientos de niños y adultos pasaron por sus manos bajo aquellas luminarias, taladros y sillones de trabajo, en los que se caracterizó como una profesional de personalidad sencilla, bondadosa y carismática, aunque de carácter estricto y exigente.
El 23 de febrero de 1995 y por decisión unánime de las socias de la Asociación de Mujeres Odontólogas Salvadoreñas (AMOS), se le confirió la categoría de Socia Honoraria de la Asociación, en homenaje a su trabajo pionero por abrir la brecha para que las mujeres salvadoreñas incursionaran en las aulas universitarias y culminaran una profesión como la de la cirugía odontológica.
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Inscrita con el número 32 en la Junta de Vigilancia de la Profesión Odontológica (JVPO), la Dra. Bertha Orbelina González Valdez falleció en su casa de la capital salvadoreña, el martes 17 de febrero de 2009. Tenía 98 años y cuatro meses. Ssu restos fueron inhumados en la sección La Providencia, en el cementerio privado Jardines del Recuerdo. Ocho años después, a su lado llegaría a reposar para siempre el cuerpo de su hermana María Teresa.
En la mañana del 11 de octubre de 2024, a un costado de la sala de pacientes en la primera planta del edificio administrativo de la Facultad de Odontología de la Universidad de El Salvador, en la Ciudad Universitaria Dr. Fabio Castillo Figueroa, fue develado un mural alusivo a ella y a otras de las primeras mujeres odontólogas graduadas de la Universidad de El Salvador. Una copia de ese mural en formato póster fue inaugurada a las 17:00 horas del 21 de noviembre de 2024 por la Asociación Sociedad Dental de El Salvador en su local, situado en el número 2640, en la Avenida Olímpica, San Salvador.
Además de esos homenajes, desde hace algún tiempo, algunos de sus efectos personales -como su título doctoral- se exhiben en el Museo Nacional de Odontología de la Universidad de El Salvador.
Hasta la fecha, ni una plaza, parque, biblioteca, calle o avenida de su natal Izalco le rinde homenaje a la memoria de la Dra. Bertha Orbelina González Valdez, en recuerdo de su legado para los cientos de mujeres salvadoreñas que, en las últimas ocho décadas y media, se han desarrollado en las distintas profesiones de la salud bucodental.
Agradecimientos especiales para Nory Guadalupe González Machado y Cecilia Esther Criollo Arévalo, por sus respectivos aportes de datos y fotografías para la realización de este artículo.
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