Francisco Morazán, el visionario que marcó el sueño de la unidad centroamericana
Francisco Morazán fue líder y símbolo de la unidad centroamericana. Su legado sigue vivo en El Salvador, donde descansan sus restos y su sueño de integración.
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elsalvador.com
Publicado el 01 de septiembre de 2025
Francisco Morazán, nacido en Honduras en 1792, es recordado como uno de los grandes líderes de Centroamérica y símbolo de la unión regional. Su legado marcó a El Salvador, país donde descansan sus restos. Visionario de ideas liberales, defendió la educación, la libertad de expresión y la separación entre Iglesia y Estado. A pesar de exilios y derrotas, nunca renunció al sueño de una Centroamérica unida. Fusilado en 1842 en Costa Rica, su memoria sigue viva como inspiración para nuevas generaciones. Hoy, Morazán representa unión, justicia y esperanza para la región y especialmente para los salvadoreños.
Francisco Morazán es recordado como uno de los grandes líderes de Centroamérica. Su historia, llena de ideales y sacrificios, ha dejado una profunda huella en El Salvador y en toda la región. Su legado sigue vigente, invitando a reflexionar sobre la integración y los desafíos que aún enfrenta la región.
De Morazán hay diversos espacios e instituciones donde se le recuerda en el día a día en el país: el Instituto Francisco Morazán; el departamento de Morazán lleva su apellido en el oriente del país; y hasta el nuevo viaducto en la carretera Los Chorros, que está siendo construido actualmente, será llamado Francisco Morazán. También está la plaza situada en el centro histórico de San Salvador, inaugurada el 15 de marzo de 1882 y rinde homenaje con un monumento de mármol a Francisco Morazán, con altorrelieves y figuras alusivas a la República Federal de Centro América, el gran sueño del prócer.
De Tegucigalpa al liderazgo centroamericano

Francisco Morazán nació el 3 de octubre de 1792 en Tegucigalpa, Honduras. Su infancia y adolescencia transcurrieron con una educación formal limitada —de solo 18 meses— pero desde joven mostró inquietud intelectual, refugiándose en la lectura de pensadores de la Ilustración.
Morazán saltó a la fama tras su victoria en la Batalla de La Trinidad, el 11 de noviembre de 1827. Desde entonces, lideró la escena política y militar de la región y se convirtió en uno de los grandes protagonistas de la República Federal de Centroamérica, la nación que entre 1824 y 1839 unió a lo que hoy son Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua y Costa Rica.
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Sus políticas liberales buscaban transformar la sociedad: promovió la educación universal, impulsó la libertad de expresión y religión, y limitó el poder de la Iglesia al hacer secular el matrimonio y abolir el diezmo estatal. Estas reformas, innovadoras para la época, le valieron admiradores y enemigos, principalmente entre los sectores conservadores y el clero, según destaca la BBC News Mundo.
En 1830, Morazán fue elegido presidente de la República Federal, pero la inestabilidad política pronto llevó al rompimiento de la unión centroamericana. Las luchas internas y la presión de líderes conservadores como Rafael Carrera en Guatemala debilitaron su gobierno. Morazán se mantuvo fiel a sus ideales unionistas, enfrentando guerras civiles y periodos de exilio. Tras la disolución de la Federación, fue jefe de Estado en Honduras, El Salvador y Costa Rica en diferentes momentos.
Exilio, muerte y el largo viaje de sus restos a El Salvador

Tras varias derrotas, Morazán se exilió en 1840, primero en Panamá y después en Perú, pero nunca renunció al sueño de una Centroamérica unida. En 1842 regresó a Costa Rica, invitado por una revuelta liberal para derrocar al presidente conservador Braulio Carrillo. Sin embargo, al poco tiempo fue víctima de una traición, capturado y fusilado el 15 de septiembre de 1842 en San José, junto al general Vicente Villaseñor. Sus últimas palabras reflejaron esperanza en la justicia histórica: “Querido amigo, la posteridad nos hará justicia”.
La conexión de Morazán con El Salvador se hizo aún más profunda tras su muerte. Según relatos, Morazán expresó su deseo de que sus restos descansaran en territorio salvadoreño, al considerar que “desde aquí se iba a dar la luz al resto del mundo y seguir su obra”. Siete años después de su fusilamiento, el 6 de noviembre de 1848, el presidente costarricense José María Castro decretó la exhumación de sus restos y su envío en urna hacia El Salvador, en respuesta a una solicitud formal de la Asamblea Legislativa salvadoreña.
El traslado fue un proceso largo y solemne: la urna, tras ser llevada por mar en el bergantín-goleta Chambon y recibida con honores en Acajutla en enero de 1849, recorrió Sonsonate, Santa Ana y San Salvador, acompañada de desfiles, salvas de cañón y ceremonias religiosas.
Durante años, las cenizas de Morazán fueron trasladadas por distintas ciudades y templos debido a los vaivenes políticos y militares, y hasta sufrieron el olvido y la profanación de su primer mausoleo. Finalmente, décadas más tarde, se estableció un monumento definitivo en la Sección de Hombres Ilustres del Cementerio General de San Salvador, declarado patrimonio cultural nacional.
Francisco Morazán es recordado como el estandarte de la unidad centroamericana. Analistas como el historiador hondureño Miguel Cálix Suazo y la guatemalteca Siang Aguado de Seidner coinciden en que su figura sigue generando debate y admiración. “Morazán es uno de esos hombres geniales que nacen cada 5,000 años”, afirmó Cálix Suazo a la BBC. Su legado es fuente de inspiración para nuevas generaciones que ven en sus ideales de integración, educación y justicia un camino aún por recorrer.
Hoy, en pleno siglo XXI, su ejemplo continúa vigente para los centroamericanos, y especialmente para El Salvador, como símbolo de unión, libertad y esperanza.
Con reporte de El Diario de Hoy.
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