De parte de la generación ‘M’: “Diego, gracias y que estés en paz”

Soy de la generación maradoneana, la que creció con él, la que vivió, gracias a él, sus alegrías más grandes en el fútbol, en la vida. La que lloró, con él, de alegría y de bronca. Sin grises. Como él.

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Maradona cumplió en México 1986 uno de sus máximos sueños de la niñez, ser campeón del mundo.

Por Gustavo Flores / @Gusflores21

2020-11-26 6:20:27

¿Cómo empezar a escribir sobre Maradona? ¿Por dónde arrancar? ¿Por su legado, por sus inicios, por sus goles, sus gambetas, sus contradicciones? ¿Dentro o fuera del campo? En cuántas de sus tantas vidas vividas en una sola vida merecería empezar.

Comenzaré por lo que han dicho varios. Todavía no lo creemos. ¿Será verdad? La muerte nos alcanza o nos alcanzará a todos, claro. Pero Diego nos hizo pensar, casi convencer, que no lo veríamos partir. Porque estuvo tan cerca siempre, porque coqueteó con ‘ella’ varias veces y varias veces la “gambeteó”. Porque aunque era el que menos se cuidaba, el final parecía esquivarlo. Una y otra vez.

Fui testigo directo de una de esas gambetas. En el Sanatorio Suizo Argentina en 2004 tuvo una grave crisis cardíaca y fue ingresado durante varios días. Allí estuve en guardia periodística un par de noches y pese a los rumores desalentadores, Diego salió. Como lo hacía siempre. Y como pasaba en todos y cada uno de sus amagues de partir, con una multitud pendiente que le llenaba las paredes de rótulos y fe.

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En el campo de juego era libre. Afuera, no tanto. No lo dejaban en paz. Quizás por ser rebelde, por ponerse del lado del más débil, por enfrentar a los grandes poderes en el fútbol y fuera de él. ¿Miserias humanas? Muchas, como cualquier otro. Quizás más. O quizás menos que cualquiera que aquellos “moralistas ajenos” si les hubiera tocado vivir la extenuante vida Maradona. Ayer callados, en un par de día ya estarán inundando las redes describiendo las miserias… siempre del prójimo, por supuesto.

Galeano fue el escritor que mejor le puso palabras a Maradona, “el más humano de los dioses” como le gustaba decir. “Cualquiera podía reconocer en él una síntesis ambulante de las debilidades humanas, o al menos masculinas: mujeriego, tragón, borrachín, tramposo, mentiroso, fanfarrón, irresponsable… La fama, que lo había salvado de la miseria, lo hizo prisionero”. Y sigue: “Maradona fue condenado a creerse Maradona y obligado a ser la estrella de cada fiesta, el bebé de cada bautismo, el muerto de cada velorio. Más devastadora que la cocaína es la ‘exitoína’ ”. Eduardo, el que escribía como nadie, y Diego, el que jugaba como nadie, estarán ahora, seguro, tomando un vino y hablando de fútbol, claro.

Soy de lo que en Argentina llaman “la generación maradoneana”, la que creció con él, la que vivió, gracias a él, sus alegrías más grandes en el fútbol, en la vida. La que lloró, con él, de alegría y de bronca. Sin grises. Como él. Solo queda decirle gracias barrilete cósmico, como lo definió el amor del narrador Vítor Hugo, otro imprescindible. Ojalá que hoy si, estés en paz.

Sin explicación racional, muchos de los que lo lloran hoy no vieron sus hazañas en vivo pero tienen su cara o sus frases tatuadas. Su juego trascendió el fútbol; su figura trasciende generaciones.

Como en los grandes impactos, uno siempre se acuerda dónde y cómo recibió la noticia. Son instantes, ráfagas, que quedan para siempre en la memoria. Pasó, por ejemplo, con las Torres Gemelas. Pasó con el gol a los ingleses, cuya postal es uno de los recuerdos intactos de juventud. Me pasó ayer, cuando la noticia me encontró haciendo una página de “Compacto” que, por supuesto, no incluía esta columna.