Despertar de la Máscara del Destino

“La suerte es una máscara” le decía la vidente del circo al último “Mascarada” de la estirpe, aún siendo un niño. Comprendió aquel desde entonces que -detrás del mascarón teatral de la vida- estaban el azar y la gloria, como partes de un mismo rostro, de un todo absoluto y una misma escena. Fue así como el joven actor aprendió el arte de la dramaturgia circense, a fin de desenmascarar al público y al mismo destino. Así Mascarada el “sin rostro” y último de su estirpe, ocultó eternamente a los demás el rostro borrado con que había nacido. La misma ausente imagen a quien una vez maldijo, viéndose al espejo. Creía que aquella invisible e inaceptable faz de la nada era la culpable de haber perdido en el carnaval la rama esplendorosa de la gloria. Vivió muchos años dorados, despreciándose a sí mismo, despojado de lo que quedaba de su risa. Todo, hasta que una vez -al quitarse a solas el mascarón- descubrió en el espejo del camerino un rostro que nunca antes había visto. No era ni el rostro del dolor ni el de la felicidad. Estaba cubierto por una luz ultravioleta. Una desconcertante visión que ni lloraba ni reía en un eterno mirar, pues había quedado con los ojos abiertos y asombrados dentro de un eterno despertar. (XXIX) de: “La Máscara que Reía.” ©