Mía Pizza, el icónico restaurante que conserva su esencia tras 46 años

Mía Pizza no es simplemente un restaurante, es un pedazo vivo de la memoria colectiva de los salvadoreños. Desde que abrió sus puertas en 1979, este rincón ubicado en la 4.ª avenida Norte y 1.ª calle Oriente, detrás del estacionamiento del parque Morazán, en pleno Centro Histórico de San Salvador, se ha convertido en escenario de incontables historias: celebraciones familiares, reuniones con amigos, almuerzos de oficina, primeros besos y reencuentros inolvidables.

46 años después, su sabor, su ambiente y su esencia siguen intactos. Entrar a Mía Pizza es hacer un viaje en el tiempo. Las butacas de colores con respaldos altos, los espejos que multiplican el espacio, la pecera con peces multicolores y hasta los ceniceros antiguos siguen en el mismo lugar de siempre.

Pero lo que más llama la atención es su peculiar sistema de atención: cada mesa tiene un botón que, al presionarlo, enciende una luz roja en el techo para avisar al personal que el cliente está listo para ordenar. Esta idea, inspirada en un viaje en avión del fundador, sigue funcionando y es parte del encanto que distingue a Mía Pizza.

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El creador de este emblemático lugar fue Manuel de Jesús Cornejo, un visionario que quiso traer al país no solo la pizza como plato popular, sino también una experiencia distinta para disfrutarla.

Fascinado por el sistema de atención de los aviones, decidió incorporarlo a su restaurante, algo inusual en El Salvador a finales de los años 70. Así nació Mía Pizza, con un estilo que evocaba a las cafeterías estadounidenses de la época, pero con alma y sazón salvadoreña.

Aunque Cornejo falleció hace 10 años, su legado sigue vivo gracias a un equipo de mujeres que han estado al frente del negocio por décadas.

Sabor que se hereda

Si algo ha caracterizado a Mía Pizza desde su fundación es la fidelidad a sus recetas originales. La masa y la salsa se preparan a diario con técnicas que se transmiten de generación en generación.

Ese sabor trasciende fronteras. Muchos salvadoreños en el exterior siguen pidiendo sus pizzas por encomienda desde países como Estados Unidos, Canadá, Italia o España.

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Aunque la pizza sigue siendo la estrella —con opciones como mixta, vegetariana, de pollo, loroco o pepperoni—, desde 1990 el menú se amplió con desayunos y almuerzos preparados al momento. Cada pizza se puede personalizar al gusto: masa gruesa o delgada, bien cocida o término medio. Incluso los clientes pueden inventar sus propias combinaciones.

Como a muchos negocios tradicionales, la pandemia puso a Mía Pizza contra las cuerdas. Las ventas cayeron a niveles mínimos y el cierre parecía inevitable. Ese proceso de reinvención también incluyó la llegada a las redes sociales. Hoy, a través de las cuentas de Facebook e Instagram, el restaurante promociona sus productos.

Y es que, las historias que se viven en Mía Pizza van más allá del menú. Gaby Castro, por ejemplo, viaja desde La Paz ocasionalmente solo para disfrutar su pizza favorita. “Vengo a comer y a veces me quedo trabajando en mi computadora. Es un lugar tranquilo, seguro y con un sabor que no encuentro en otro lado”, cuenta.

Familias que regresan con sus hijos para mostrarles dónde comían sus abuelos, parejas que celebran aniversarios en el mismo lugar donde tuvieron su primera cita, turistas que descubren un rincón con alma: todos encuentran en Mía Pizza mucho más que comida, encuentran una parte de la historia de San Salvador.

Un clásico que no pasa de moda

Aunque en su momento llegó a tener cinco sucursales, hoy Mía Pizza solo mantiene abierta su casa matriz en la 4.ª avenida Norte y 1.ª calle Oriente. La sucursal en la avenida España cerró a inicios de este año. Su horario actual es de lunes a viernes, de 6:30 a. m. a 7:00 p. m., y su número de contacto es 2222-6019 (WhatsApp 7597-9532).

De esta manera, Mía Pizza sigue ahí, firme, con el mismo ambiente, el mismo sabor y la misma calidez que la convirtieron en punto de encuentro desde 1979. Su historia, que suma ya 46 años, es la mejor prueba de que algunos lugares no envejecen, simplemente se vuelven parte del alma de la ciudad.