Los telares de San Sebastián, una mágica tradición en San Vicente
Entre telares y colores, San Sebastián en San Vicente mantiene viva la tradición de las hamacas artesanales que tejen la historia de El Salvador.
Por
Lissette Figueroa
Publicado el 06 de octubre de 2025
En el pintoresco pueblo de San Sebastián Catarina, San Vicente, el sonido de los telares sigue marcando el ritmo de la tradición salvadoreña. Roxana Emperatriz Barahona, heredera de generaciones de artesanos, lidera Textiles Barahona, donde se elaboran hamacas, colchas y manteles 100% hechos a mano. Este taller familiar mantiene vivo un oficio que forma parte del corazón cultural de El Salvador. Cada agosto, el Festival de la Hamaca celebra este legado con orgullo, mostrando el talento, el color y la identidad de un pueblo que teje su historia con hilos de pasión.
En el corazón de San Vicente, en el pintoresco pueblo de San Sebastián, el sonido rítmico de los telares aún resuena entre las paredes de Textiles Barahona, un taller donde el arte, como en los otros de ese lugar, la tradición y la identidad salvadoreña se entrelazan hilo por hilo. Aquí, Roxana Emperatriz Barahona, de 58 años, mantiene viva una herencia que ha pasado de generación en generación por más de un siglo.
“Este trabajo viene desde mis bisabuelos, mis abuelos, mis padres… y ahora sigo yo con la tradición”, cuenta Roxana, con la serenidad de quien conoce el valor de su oficio. En su taller, el tiempo ayuda a entrelazar los colores vibrantes que tejen las manos hábiles, creando hamacas, colchas, manteles y caminos de mesa, piezas que han acompañado el descanso y el hogar de miles de salvadoreños.
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Una tradición que se celebra en grande
Si vas rumbo a San Vicente, hacer una parada en San Sebastián es casi una obligación para quienes desean descubrir la esencia de esta región de El Salvador. Este pueblo conserva la tradición de los telares, y desde que llegás podés admirarlo en murales coloridos que cuentan su historia y reflejan el espíritu trabajador de la gente bataneca, como se les conoce a los originarios de esta zona.
Pasear por sus calles es encontrarse con la auténtica identidad salvadoreña, con manos que transforman el hilo en arte. Además, es un lugar ideal para llevarte un recuerdo representativo de El Salvador: ya sea que seas extranjero, hermano lejano, o simplemente estés por viajar a otro país y querás obsequiar algo con verdadero significado y que a toda vista diga que es del pulgarcito de América.

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San Sebastián Catarina es el sitio perfecto para admirar de cerca cómo los artesanos de esta región mantienen vivo un oficio que decora hogares y llena de orgullo.
La felicidad de mantener viva esta tradición se celebra cada año durante el Festival de la Hamaca, un evento que llena de vida el pueblo de San Sebastián Catarina. En la edición más reciente, celebrada en agosto del 2025, Roxana y su equipo exhibieron la hamaca más grande del mundo, una pieza monumental de 90 varas de largo.
“Ese reto me lo tomo yo sola”, confiesa entre risas. “Cuando dicen que viene el festival, yo ya sé que tengo que hacer la hamaca. Me toma más de un mes”.
El festival atrae a visitantes locales y nacionales, e incluso algunos extranjeros que quedan maravillados por el nivel de detalle y la dedicación de los artesanos. “Fue un éxito, asistió mucha gente”, recuerda Roxana, mostrando con orgullo los reconocimientos que ha recibido a lo largo de los años.
Un oficio heredado entre generaciones
Roxana recuerda con claridad los días en que aprendió a tejer junto a sus padres, observando cada movimiento en los telares que llenaban su casa. “Desde pequeña nos involucraron en este trabajo, en esta bella tradición que tenemos”, dice con orgullo. Hoy, su hijo Julio César Portillo, quien aprendió a urdir y tejer a los 14 años, continúa ese legado.

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“Él sabe todo el proceso —urdir, tejer, pegar telas—. Es el que va a quedar al frente del taller”, comenta. Y es que en este negocio familiar, el conocimiento no se enseña con libros, sino con paciencia y práctica. Aprender a manejar un telar requiere dedicación: preparar los hilos, ajustar la tensión, combinar colores y crear diseños que no solo son vistosos, sino duraderos.
“Para elaborar una hamaca ya montada en el telar se necesitan unas dos horas y media. Pero aprender no es fácil”, explica. Todo depende, dice, del interés de la persona. En el caso de su hijo, bastó con mirar y sentir curiosidad para empezar a dominar el arte.
El arte de urdir: donde nace la hamaca
Entre los términos que se escuchan en el taller está el verbo “urdir”, una palabra que resume la esencia del proceso textil. “Urdir es donde se prepara la tela, donde se ordenan los hilos antes de pasarlos al telar”, explica Roxana.
Esa preparación requiere precisión, pues cualquier error puede afectar el diseño final. Los materiales varían según el producto: algunos se elaboran con algodón, otros con sedalina, una fibra sintética más resistente y brillante. En ambos casos, todo el trabajo es 100% artesanal, sin ayuda de maquinaria industrial.
“Nuestras hamacas son hechas en telar, todo a mano. Esa es la diferencia con las industriales. Y aunque las de fábrica son más rápidas, la calidad de las nuestras es mejor”, afirma con convicción.

Colores, tradición y creatividad
Los telares de San Sebastián son también un reflejo de la alegría y el colorido del país. “Los clientes buscan colores fuertes, primarios, de verano”, como los de nuestro clima y paisajes, dice Roxana. Los tonos vibrantes no solo decoran, sino que transmiten identidad: cada pieza cuenta una historia tejida en hilos de azul, rojo, verde y amarillo.
En Textiles Barahona, también se elaboran hamacas personalizadas. Algunas llevan nombres o frases bordadas, como “El Salvador”, aunque los clientes pueden pedir que se cambien por dedicatorias o nombres propios.
“Sí, las personalizadas se venden bastante, sobre todo las de crochet”, comenta mientras señala las hamacas colgadas en la parte alta del taller.
A pesar del prestigio de los telares, Roxana reconoce que mantener viva la tradición no es sencillo. “Antes teníamos jóvenes que querían aprender, ahora casi no”, comenta. Hoy, son principalmente personas adultas las que se dedican al oficio, aunque ella confía en que nuevas generaciones retomarán el interés.
En su caso, su hijo será quien continúe la labor, y quizá, en el futuro, sus nietos. “Mi papá siempre me dijo: no vayas a dejar perder esto”, recuerda con emoción. Y ese consejo se ha convertido en su motor.
Para Roxana, tejer no es solo un medio de vida, sino una forma de honrar a sus antepasados y sostener a su comunidad. “De mí dependen 17 familias”, explica mientras observa los tres telares que hoy funcionan en su taller. “Esto no lo veo solo como negocio; es mi pasión, mi vida”.

Con cada hamaca que sale de Textiles Barahona, se exporta también una parte del alma salvadoreña: el calor del hogar, la calma del descanso y la belleza de lo hecho a mano.
“Dedicarse a algo que a uno le gusta es la mejor forma de salir adelante en este país”, concluye Roxana.
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