San Vicente: destino de historia, aventura y buena comida
Visitá San Vicente y disfrutá de su centro histórico, paisajes y una gastronomía única que enamora a todo visitante.
Por
Lissette Figueroa
Publicado el 03 de octubre de 2025
San Vicente, oficialmente San Vicente de Austria y Lorenzana, es una ciudad con historia, cultura y aventura. Su centro histórico destaca por la Torre del Reloj, construida en 1930, y la Basílica de Nuestra Señora del Pilar, nacida de una leyenda de celos y fe. También sobresalen árboles centenarios como el de los esclavos y el de Tempisque, testigos de la fundación de la ciudad. Para los aventureros, el volcán Chichontepec, los Infiernillos y el área natural protegida La Joya son imperdibles. Además, la Laguna de Apastepeque y la gastronomía local, como el pan dulce, completan la experiencia.
San Vicente, como es conocido el departamento de San Vicente de Austria y Lorenzana, es una de las ciudades más antiguas y con más historia de El Salvador. Fundada en 1635, llegó a ser capital del Estado entre 1834 y 1840, en tiempos de la República Federal de Centroamérica. Hoy, según el guía turístico Guillermo Orellana, la ciudad aún conserva un encanto especial que mezcla arquitectura, leyendas, gastronomía y aventura natural, lo que la convierte en un destino turístico completo.
El recorrido por San Vicente empieza en su Torre del Reloj, el monumento más icónico de la ciudad. Fue construida entre 1928 y 1930 por orden presidencial, después de que el general Ávila impulsara la idea de darle a la ciudad una estructura monumental. Mide 40 metros de altura, tiene seis niveles y 132 escalones que llevan hasta lo más alto, desde donde se observan vistas espectaculares del valle.

La torre ha sobrevivido a terremotos como los de 1932, 1986 y 2001. Tras el fuerte daño que sufrió por los dos terremotos del 2001, fue restaurada y reabierta en 2009. Hoy sigue siendo símbolo de orgullo vicentino y un punto obligado para todo visitante.
Iglesia del Pilar
A una cuadra de la torre se alza la Iglesia de Nuestra Señora del Pilar, cuya construcción inició en 1732 y finalizó en 1739. Pero lo más fascinante es la leyenda que le dio origen.
En ese lugar vivía una pareja de esposos, Manuela de Arce y José Luis Merino. Ella era conocida por sus intensos celos y en dos ocasiones intentó asesinar a su marido, sin éxito. La tercera vez, aprovechó que él dormía para atacarlo con un cuchillo. Sobre la cama había un cuadro de la Virgen del Pilar que, según la tradición, se desprendió de la pared y cayó sobre José Luis, despertándolo justo a tiempo para salvarlo. El hombre atribuyó su vida a un milagro de la Virgen y decidió edificar una capilla en su honor.

Con el tiempo, la familia Quintanilla tomó el terreno y construyó el templo actual, de estilo barroco y edificado en calicanto. En su interior descansan los restos del prócer José Simeón Cañas, presbítero que abolió la esclavitud en Centroamérica. Por pertenecer a la iglesia, sus restos fueron sepultados en las catacumbas de la basílica. Aunque estas permanecen cerradas al público, su presencia le da aún más valor histórico al templo.
La basílica sufrió daños en los terremotos de 2001 pero fue restaurada y hoy, aunque no se celebran misas dentro, se mantiene como un monumento protegido desde 1952, cuando fue declarada Patrimonio Cultural de El Salvador.

Árboles que cuentan la historia
El centro histórico también resguarda árboles cargados de memoria. El primero es el árbol de los lamentos o de los esclavos, que durante la colonia fue lugar de compraventa de esclavos africanos.
Ahí en el árbol, se les amarraba y se les examinaba manos, pies y dientes antes de ser vendidos. Las manos y los pies se revisaban para la agricultura. Tras la abolición de la esclavitud, el sitio se transformó en mercado de animales de carga y granos, tradición que aún continúa en la plaza cercana y en el tiangue a las afueras del cementerio. El árbol, de especie carreto, tiene casi 400 años y está protegido.
Ahora, en El Salvador la herencia africana no es tan visible como en otros países de Centroamérica, debido que El Salvador no tiene costa en el Atlántico, por donde llegaban los africanos. Sin embargo, en algún momento sí desembarcaron el el puerto de Acajutla, y los trasladaron a zonas como San Vicente.
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El segundo es el árbol de Tempisque, donde se fundó la ciudad. Según la historia, 50 familias españolas se asentaron aquí por orden del rey español, tras conflictos en Istetepeque y Apastepeque. San Vicente ofrecía lo que buscaban: agua del río Acapampa y la protección de cordilleras y cerros. Así nació la ciudad, bautizada en honor al rey de la casa de Austria y, más tarde, al gobernador de la casa de Lorenzana.
Gastronomía con sabor propio
San Vicente también conquista con su cocina. Destacan el pan dulce artesanal, el arroz negro, los panes rellenos de pollo entero, los dulces de molienda y la famosa “carne de chucho”, que en realidad es carne de cerdo asada. Este último platillo debe su apodo a la creencia popular de que en el desvío donde se vendía carne, los perros atropellados en la carretera se usaban para cocinarla. Aunque sea solo un mito, el nombre se quedó y hoy sigue siendo parte de la tradición.

En los meses de verano, de noviembre a abril, se puede observar como se hace la molienda de caña, para elaborar los atados de azúcar. En sus carreteras podés admirar caminos llenos de siembra de caña. Y aunque al escuchar San Vicente, uno no piense en café, también se produce este grano en el volcán.
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Turismo de aventura y naturaleza
Más allá del centro, San Vicente ofrece experiencias únicas. El área natural protegida La Joya, a 9 kilómetros del centro, abarca 1,200 manzanas de bosque con senderos de distinta dificultad, nacimientos de agua termal y fría, y ríos que se unen en la famosa Poza de los Enamorados. También aquí se halló un colmillo de mastodonte, único en la región.
En el distrito de Apastepeque se encuentra la Laguna de Apastepeque, de origen volcánico, donde se puede disfrutar de paseos en ferry, lanchas, jetski y una rica oferta gastronómica basada en pescado y mariscos. Su leyenda habla de una sirena que crea remolinos en el centro de la laguna para arrastrar a los hombres, advertencia que le añade misterio a su atractivo.
El volcán Chichontepec es el destino favorito para quienes buscan senderismo y vistas espectaculares. A sus faldas están los Infiernillos, fumarolas que expulsan vapor y agua hirviente en medio del bosque, creando un espectáculo de la fuerza volcánica.
Orellana, el guía turístico, relató lo siguiente: “Cuando atiendo a los turistas, las personas se llevan una impresión muy agradable, más que todo cuando vienen a buscar el turismo de aventura. Escalan el volcán de San Vicente, llegan hasta la cima. También las personas que buscan el turismo gastronómico se van encantadas con el pan dulce".
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