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Colombia a la hora del cambio, ¿ilusión o nueva era?

La llegada de Gustavo Petro al Palacio de Nariño, en Bogotá, consiste sin duda en una ruptura. Ahora bien, de la capacidad en inscribir una dinámica de cambio constructivo, en favor de una nueva visión nacional que tenga influencia regional, dependerá el éxito no solamente de un mandato sino de una visión política que pasará de posibilidad a realidad

Por Pascal Drouhaud
Politólogo, presidente LATFRAN

Gustavo Petro es el nuevo Presidente de Colombia desde el 7 de agosto pasado. Este traspaso de poder no es cualquiera: es la primera vez que Colombia cuenta con un Jefe de Estado de izquierda representando una visión en ruptura con las políticas llevadas a cabo por decenios. Le favorece que recibe el apoyo de sectores que le dan una mayoría en el parlamento.


Por cierto, en Colombia, la política nacional conoció estos últimos 50 años varios ciclos marcados por una práctica del poder entre dos fuerzas que regularon la vida nacional contemporánea del país, los partidos liberal y conservador.

Incluso, entre 1958 y 1974, el “frente nacional” constituyó un pacto institucional entre ellos. El segundo factor fue obviamente, el conflicto contra las guerrillas (FARC, ELN y hasta 1989, M19) y el narcotráfico. Conocemos todas las atrocidades de la guerra que volvió total, entre los carteles de la droga en los años 1980 y el Estado colombiano: asesinato de candidatos presidenciales como Luis Carlos Galán (1989) o Carlos Pizarro (1990), ministros (Rodrigo Lara, Ministro de justicia (1984)), periodistas y directores de prensa como Guillermo Cano (1986), jueces, policías, todos los sectores de la sociedad estaban puestos bajo presión. Los atentados contra el DAS (inteligencia del Estado), o contra un avión comercial (1989), marcaron la culminación de un conflicto de nuevo tipo, obligando los Estados Unidos a involucrase. América Central estaba en dicha época arrastrada en esta espiral de violencia, teniendo que enfrentar un conflicto convencional en un periodo de la Guerra Fría.


Gustavo Petro era miembro del M19, movimiento de guerrilla conocido por haber llevado a cabo la toma del Palacio de Justicia de Bogotá en noviembre de 1985 que desembocó en un baño de sangre. Había sido impactado por la teología de la liberación que marcó tanto los espíritus en América Latina en los años 1970-1980, afirmando la Opción Preferencial de la Iglesia por los Pobres. Después de la firma de un acuerdo en 1990, el M19 se integra a la vida civil; su líder, Carlos Pizarro, se convirtió en candidato presidencial y fue asesinado pocos meses después.
Con el paso de los años, los cuadros del movimiento, como Gustavo Petro, ocuparon cargos públicos importantes: Alcalde de Bogotá en 2012 a raíz de un mandato agitado y senador de la república. Este año se lanzó por la tercera vez a la Presidencia de la República y consiguió su elección.

Colombia es la tercera economía de América Latina. Pero al igual de todos, sufrió de los dos años de pandemia del covid 19, tanto como de una realidad estructural con el 40% de la población de ese país de 50 millones de habitantes viviendo en condiciones de pobreza. Son vulnerables frente a grupos armados como los disidentes de las FARC o movimientos del narcotráfico. La voluntad de cambio, ya sea en el modelo económico tanto como en la práctica política, se expandió y se concretizo con dicha elección.

Gustavo Petro propuso un esquema nuevo que, por supuesto, levanta muchas preguntas, interrogaciones y a la vez, esperanza o inquietud en varios sectores de la sociedad: la paz total. Rompe con una percepción convencional de la lucha contra sectores fuentes de conflictos puntuales : desde los acuerdos de 2016 con las FARC, varios miembros de dicha guerrilla crearon movimientos disidentes. Unos de sus jefes, Néstor Vera, alias “Iván Mordisco” fue neutralizado en julio de 2022. Por su parte, Darío Antonio Usuga, “Otoniel”, jefe del famoso “Clan del Golfo”, fue arrestado y extraditado en Mayo pasado. Ahora bien, el presidente Petro sostiene otra visión: la paz total se opone a la idea calificada de “fórmula fragmentaria y consecutiva” que se inscribe en una reacción convencional a grupos armados considerados como ilícitos.


Considera la problemática en una visión global, ya sea social, económica tanto como de seguridad. Hace recordar a la dinámica que vivió El Salvador en el principio de los años 1990, a raíz de diálogos que surgieron, después de la ofensiva “Hasta el tope” de noviembre de 1989, mientras el Muro de Berlín caía anunciando la desaparición del sistema bilateral Este-Oeste. El proceso abierto consistía en redefinir las bases sobre las cuales estaban basadas las instituciones tanto como el contrato social.


Tenía que ser más inclusivo, respetando la diversidad para crear una nueva unidad nacional. Colombia, hoy en día, quiere llevar a cabo ese desafío histórico. Sobre las mesa están puestos los temas más sensibles: discusión con la guerrilla del ELN, justicia, reparación a las víctimas, transformación de la economía, es decir todo lo que supone la construcción de nuevas bases agrupadas alrededor del respeto al Estado considerado, según el Presidente, como el garante de una nueva unión nacional. Las preguntas no faltan: por ejemplo, los opositores al nuevo régimen asimilan la nueva estrategia a “una impunidad”. ¿Qué pasará en las relaciones con Venezuela que habían sido rotas bajo la anterior administración?


Ahora bien, Gustavo Petro llega al poder mientras América Latina ha cambiado políticamente: las alternancias desde 2018 han llevado en gran mayoría gobiernos procedentes de “una nueva izquierda”, que integro la exigencia del medio ambiente en su plan de acción. La reanudación de diálogo regional es prioridad: por ejemplo, ¿qué pasará con la Alianza del Pacífico que agrupa Chile, Perú, Colombia y México ? Durante la toma de posesión colombiana, los presidentes de Colombia y Chile compartieron la idea de una moneda común en América del Sur, suponiendo convergencias económicas, sociales, fiscales hoy en día ilusorias.


La llegada de Gustavo Petro al Palacio de Nariño, en Bogotá, consiste sin duda en una ruptura. Ahora bien, de la capacidad en inscribir una dinámica de cambio constructivo, en favor de una nueva visión nacional que tenga influencia regional, dependerá el éxito no solamente de un mandato sino de una visión política que pasará de posibilidad a realidad, inscribiéndose en la historia.


Politólogo, especialista francés en relaciones internacionales, presidente de la Asociación Francia-América Latina (LATFRAN). www.latfran.fr

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