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Cambio climático severo para El Salvador

Para el año 2030 la situación habrá cambiado: alto para Costa Rica, Guatemala y Nicaragua, severo para Panamá y Nicaragua y agudo para Belice, El Salvador y Honduras.

Por Francisco Galindo Vélez

“El más terrible de todos los sentimientos es el sentimiento de tener la esperanza muerta”, dijo el grande de Granada, Federico García Lorca, y en este asunto del cambio climático, sea lo que fuere, no podemos perder la esperanza y darnos por vencidos.

En relación con Centroamérica, de acuerdo con el DARA Climate Vulnerability Monitor para 2012, citado en el informe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) Cambio Climático en Centroamérica: impactos potenciales y opciones de política pública de 2015, en 2010 los niveles de vulnerabilidad de los siete países eran: moderado para Costa Rica, Guatemala, Nicaragua y Panamá, severo para El Salvador y Honduras, y agudo para Belice. Ahora bien, para el año 2030 la situación habrá cambiado: alto para Costa Rica, Guatemala y Nicaragua, severo para Panamá y Nicaragua y agudo para Belice, El Salvador y Honduras.

En Centroamérica hay diferentes grados de conciencia y comprensión del problema, en unos países bastante más que en otros, pero en todos queda mucho por hacer. Se organizan jornadas de limpieza de playas, lagos, ríos, veras de caminos, y esto, aunque pueda parecer poco, algo ayuda y, sobre todo, contribuye a generar más entendimiento y conciencia. A nivel de gobiernos también hay un creciente entendimiento y así, por ejemplo, en 1993 se adoptó el Convenio Regional de Cambios Climáticos, y en 2008, en San Pedro Sula, los Ministros de Relaciones Exteriores se declararon “conscientes de que el cambio climático es uno de los problemas más graves que enfrenta la humanidad, que sus impactos ponen en peligro el desarrollo económico y social, y que además aumentan la vulnerabilidad de nuestras poblaciones y de sus medios de vida…” La región cuenta con la Comisión Centroamericana de Ambiente y Desarrollo (CCAD) que tiene un Consejo de Ministros del Medio Ambiente y un Comité Técnico Regional de Cambio Climático. Además, ha elaborado la Estrategia Regional de Cambio Climático (ERCC) que refleja el compromiso de los 8 países miembros del Sistema de Integración Centroamericano (SICA). 

Como ejemplos de coordinación, se puede mencionar lo hecho en 2016 para hacer frente a la sequía de ese año con proyectos de la Agencia de Cooperación Internacional de Japón (JICA); el proyecto que empezó en 2018 para mejorar la resiliencia y adaptación en el Corredor Seco de Centroamérica y las regiones áridas de República Dominicana, con apoyo de ONU Medio Ambiente y el Banco Centroamericano de Integración Económica; el proyecto que comenzó en 2019, con la Unión Europea y el SICA para reducir riesgo de inundaciones y sequías en Centroamérica; y el Programa Regional Cambio Climático – Componente Pesca y el Fortalecimiento de capacidades institucionales para la gestión integral de riesgo de desastre y adaptación al cambio climático en la región centroamericana que apoyan los Estados Unidos.

Además, en relación con aguas transfronterizas hay un diálogo regional y se han realizado encuentros regionales, por ejemplo, en Tegucigalpa en julio de 2019, en Tela en febrero de 2020 y uno virtual en junio de 2021, con amplia participación de ministerios de relaciones exteriores y del medio ambiente, delegados de comisiones transfronterizas y organizaciones de cuencas, organismos multilaterales, agencias de cooperación, organizaciones no gubernamentales, universidades, y académicos, entre otros.

Todos estos esfuerzos son importantes, pero falta mucho más, pues las organizaciones ambientalistas alertan permanentemente sobre el impacto de las industrias extractivas en el medio ambiente, los incendios forestales intencionales, la contaminación de suelos, la contaminación de acuíferos, la falta de alternativas económicas en las zonas rurales, el mayor trabajo para las mujeres por la recolecta de agua y leña, y la falta de organismos de control efectivos, entre otros.

El desafío exige un esfuerzo con un nuevo enfoque regional que logre masa crítica para que sean verdaderamente efectivos. No se está en cero; eso es importante y sobre esa base dar el paso a una colaboración más profunda considerando las aguas transfronterizas, dulces y saladas, como aguas centroamericanas no resultaría tan complicado, si se cuenta con la voluntad de hacerlo.

Por eso esta propuesta de esperanza: mares y aguas transfronterizas centroamericanos. Una propuesta, hay que recalcar, que busca y pretende anticiparse a lo que sin duda vendrá como consecuencia del cambio climático, transformar un enorme desafío en una gran oportunidad, y así, evitar conflictos internos y regionales, resolver conflictos pendientes bajo una luz diferente, y lograr una región de paz y prosperidad.

Hasta ahora, la historia de Centroamérica demuestra que son más fuertes los intereses de los que prefieren que la región esté separada que de los que quieren una región más integrada, así lo fue en el siglo XIX y en el siglo XX. La verdad es que muchos están muy bien con el statu quo porque les significa ganancias, políticas y económicas, y poco les importa todo lo demás. Otros entienden la situación de la región y lo que significa y significará el cambio climático, pero prefieren seguir cada uno por su lado. También los hay que entienden la realidad de esta situación y están activos haciendo mucho, pero que todavía no logran tener impacto.

Bien que mal, Centroamérica ha podido llegar hasta ahora separada, se toman medidas en cada país y en la región para luchar contra el cambio climático, pero lo que viene es de tal magnitud que conviene un nuevo enfoque de colaboración regional. No se puede, ni se debe, correr el riesgo de mayor pobreza y marginación en cada país, más desplazamiento de personas al interior de sus países y hacia otros países, y mayor tensión entre países que puede poner en riesgo la paz y la seguridad.

Esta idea de mares y aguas transfronterizas centroamericanos no busca cambiar la realidad de países independientes y respeta la forma de organización interna de cada país, pero dice que, en materia de aguas transfronterizas, saladas y dulces, es necesario cambiar el enfoque y se pase a aguas centroamericanas. Para lograr algo así, no se puede negociar desde las posiciones de cada país que ya son conocidas; hay que negociar para dar forma a una idea y, así, se trata de un verdadero proceso de creación de algo nuevo, inédito y diferente en la región. Tampoco se puede politizar el tema, ni dar espacio a los saboteadores y a los especialistas en dar largas a las discusiones, hacerlas interminables y lograr que nada pase.

Una idea como esta necesitaría una estructura para su administración que cuente, entre otros, con un procedimiento de solución de controversias creíble y confiable que permita también hacer frente a los miedos y desconfianzas innatas que habría en un primer momento. En esto, la comunidad internacional podría tener un importante papel, por lo menos en los primeros tiempos. 

Se trata de hacer realidad una idea que busca un nuevo tipo de relación entre los países de la región. Una relación en que quedaría eliminada la idea misma del uso de la fuerza entre esos países y en que las controversias se solucionarían viendo el interés de la región, poniendo los derechos humanos en el centro, haciendo todos los esfuerzos y dedicando todos los recursos para hacer de este problema la gran oportunidad para lograr el desarrollo y para que los centroamericanos puedan verdaderamente ejercer todos sus derechos en paz y en libertad.

¿Algo inédito? No. En otro tiempo, lugar y circunstancias, Francia elaboró una propuesta para manejar de manera conjunta la producción del carbón y del acero de Francia y Alemania. Alemania aceptó la idea y otros países se incorporaron: Bélgica, Italia, Luxemburgo y Países Bajos. Se creó una Alta Autoridad para su manejo, y así empezó a construirse lo que hoy es la Unión Europea. Los críticos dicen muchas cosas, pero hay por lo menos un punto en que defensores y críticos deberían estar de acuerdo: la Unión Europea ha cumplido con su objetivo de mantener la paz entre países miembros. Se puede añadir que esa visión colaborativa también ha sido fundamental para llevar a esa región a impresionantes niveles de desarrollo.

Carbón y acero en Europa y aguas transfronterizas, saladas y dulces, en Centroamérica. ¿Por qué no? Muchos dirán que esto no es Europa; grande y absoluta verdad, y no tiene por qué serlo ni pretenderlo, pero el problema es que las más de las veces esa afirmación conlleva una suerte de auto descalificación al considerar que esta región no es capaz de ser innovadora. Esta visión, que no es de todos, pero que está bastante generalizada, marca negativamente las grandes iniciativas y urge superarla si la región ha de tener algún tipo de sentido, viabilidad y futuro.

También como región se podría insistir de forma más convincente para que otros tomen medidas contundentes y dejen de destruir el medio ambiente. Una cosa son las voces sueltas de los centroamericanos, otra sería la voz de Centroamérica. Y esto es también muy importante en una época en que la diplomacia de América Latina, no solo la de Centroamérica, ha caído en lo que se ha llamado su “eclipse”, sin ninguna propuesta importante y fragmentada y dividida como pocas veces en su historia.

Una diplomacia centroamericana de lucha contra el cambio climático que busca una nueva manera de relacionarse entre países para lograr mayor impacto en la salvación del planeta, el desarrollo y el bienestar de su población, y el destierro de la idea del uso de la fuerza de un país contra otro en el espíritu de sus ciudadanos. Además, esta nueva manera de organizarse como región seguramente permitiría disponer de mayores recursos propios, de la colaboración de instituciones internacionales y de otros países.

La tierra es un ecosistema completo, complejo y vulnerable y no entiende las divisiones de fronteras que han hecho los humanos. El desafío es enorme, pero aquí no se trata de asustarse, se trata de entender la realidad, buscar y encontrar soluciones y organizarse debidamente para que al aplicarlas tengan el resultado que se espera. Hay tiempo, pero no para lamentarse y menos aún para las medias tintas, pero no hay mucho, pues se trata de la existencia misma de la vida en este planeta.

En Centroamérica se puede dar un importante giro a la frase de Herbert Marcuse “seamos realistas, pidamos lo imposible”, y convertirla en: ¡como somos realistas, hacemos lo imposible!

Ex Embajador de El Salvador en Francia, y Colombia; ex Representante del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en Argelia, Colombia, Tayikistán y Francia, y exrepresentante adjunto en Turquía, Yibuti, Egipto y México. También fue jurado del premio literario Le Prix des Ambassadeurs en París, Francia.

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