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Carta a quienes quieren escuchar: Están de vuelta los escuadrones

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Por Paolo Luers
Periodista
Escúchala esta carta en la voz de su autor

Estimados amigos:

En esta historia tuve que obviar o cambiar los nombres y todas las referencias concretas a lugares, profesiones y fechas. Por razones que ustedes entenderán cuando lean la historia.

Se trata de un joven, que con su familia vivió en una colonia vecina a dos comunidades comúnmente llamadas "zonas de pandillas" o "zonas conflictivas". Estaba recién salido del bachillerato, con tan buenas notas que logró conseguir una beca de uno de aquellos programas de responsabilidad empresarial, que apoyan jóvenes talentosos y ambiciosos de bajos recursos. Faltaban dos meses para iniciar sus estudios...

También era futbolista. Un día, cuando su equipo jugaba un torneo en la cancha que compartía su colonia con las dos comunidades "conflictivas", irrumpieron a la cancha unos soldados, lo sacaron del partido y se lo llevaron. Anduvieron una foto de él. Pero no lo llevaron a ninguna delegación policial, sino a una casa vacía y apartada. Lo amarraron en una silla y lo dejaron solo todo el resto del día. Sin hablarle, sin darle agua. En la noche entraron tres soldados, uno de ellos un oficial, y comenzaron a interrogarlo. Cuando el muchacho dijo que no tenía nada que ver con pandillas, el oficial le dijo: “Yo sé, sos limpio como una virgencita. Es por otra cosa que te agarramos. Nos vas a contar todo sobre tu tata...”.

El interrogatorio duró toda la noche, el día siguiente y otra noche, sólo interrumpido por golpes, insultos, amenazas y otros golpes. Nunca le dieron de comer, solo un poco de agua. El oficial, quien personalmente le hizo las preguntas y le dio los golpes más salvajes, quería  que les confirmara que su padre, quien era funcionario público, recibió dinero de una de las pandillas a cambio de información y otros tipos de colaboraciones. El joven insistió que su padre era un hombre honesto. Cada vez que decía esto, recibió otros golpes.

Escuchó a los soldados decirle "mi capitán" al oficial. Y cuando una vez lo llamaron por teléfono, contestó con su nombre: Rodríguez.

El joven sentía que en el comportamiento del capitán Rodríguez había algo muy personal. “Este hijuep... tiene algún ped... personal con mi papá. Lo conoce, lo odia, lo quiere joder”, pensó, aunque no tenía idea de dónde y cómo pudo haber surgido este odio.

Al joven le salvó el pellejo el hecho que en su equipo de fútbol había un bicho que es hijo de un oficial de la PNC. Este bicho, cuando se llevaron a su amigo, agarró su motocicleta y siguió la camioneta de los militares. Informó a su padre y le dio las placas del vehículo y la  dirección de la casa clandestina. El policía, quien conocía bien al detenido y su familia, movió todos sus contactos en la PNC para que intercedieran por el bicho. Qué pasó, no sabe el protagonista de esta historia, sólo que al final del segundo día lo sacaron de la casa, lo metieron en la misma camioneta y lo dejaron libre al otro extremo de la ciudad. Con la amenaza de que si contaba la historia, iban a "quebrarse" a su padre.

A mí todo esto me lo contaron el muchacho y el padre, ya escondidos en otra ciudad con toda la familia, listos para salir del país. El padre, un hombre cincuentón, combatiente de la Fuerza Armada en los últimos años de la guerra, piensa saber quién es el tal Rodríguez. “Como aún no lo puedo comprobar, no puedo denunciarlo, pero te juro que no saldrá impune. Nadie se mete con mi familia”.

“¿Crees que la PNC o la Fiscalía van a investigar este secuestro?”

“Bien sabes que esto no va a pasar. En este país ya no hay justicia. La tenemos que aplicar nosotros, algún día. Somos combatientes...”

Mi respeto.

Saludos,

Paolo Lüers

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