Bajo el intenso sol de mediodía y en un extenso terreno de cultivo de caña de azúcar que acababa de ser quemado estaba Gilberto Pérez, un trabajador de la zafra de unos 50 años de edad, quien hace una pausa para beber agua y mermar la sed.
A su alrededor se observan los surcos donde los trabajadores pasarán cortando y recolectando la caña que luego trasladarán al ingenio que los contrató.

El rostro lleno de ceniza y con un evidente cansancio reflejan la dura faena que Gilberto inició desde muy temprano junto a 15 hombres más.
Eran los últimos "rozadores" de caña de la jornada de ese día en el sector que colinda con el cantón San Francisco, en la localidad de Aguilares, sobre la carretera que conduce a Suchitoto.
Gilberto dice que trata a los trabajadores como a sus hijos, pues a ese grupo que lo acompañaba lo lleva a los diferentes lugares donde encuentra trabajo. Parte de los cuidados con ellos durante la jornada es que beban mucha agua y coman fruta.
"Por eso nos hemos tardado en completar la tarea; a veces nos entretenemos abajo de una sombra haciendo la digestión o descansando del sol", comenta el hombre que dirige a la cuadrilla.
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Del grupo, el más experimentado es Gerson Ayala, de casi 60 años de edad, quien tiene más de dos décadas de dedicarse al trabajo de la zafra.
Gerson dice que durante ese tiempo ha sorteado toda clase de peligros en su trabajo, desde cortarse la cara con las hojas de la caña, pues tienen mucho filo, hasta esquivar la mordedura de una serpiente de cascabel, como las que suelen encontrar en los cultivos.
"Es que esas cosas pasan cuando el terreno no está preparado (quemado) antes de cortar la caña. Allá en Guatemala una Barba Amarilla (serpiente) mordió a un cipote joven, como de unos 20 años, y no nos dio tiempo ni de salir a la carretera, rápido murió", cuenta Gerson.
Por ello, añade que el grupo no realiza corta de caña en sectores donde no se ha realizado una quema controlada con anterioridad, pues dice que el fuego ahuyenta a los animales, ablanda la tierra y facilita cortar la caña.

Otro de los trabajadores, Isaac, de unos 20 años, bromea con los más jóvenes del grupo mientras saca de la parte frontal de su pierna una varilla que le llega casi a la rodilla y funciona como afilador para su machete.
Pero esa varilla también es como una armadura para proteger su pierna, ya que mientras van por los surcos cortando la caña colocan una pierna adelante de su cuerpo y luego dan con el machete a las varas.
Y aunque al verlos en plena faena pareciera que danzan entre los surcos de los cultivos corren un riesgo: en muchas ocasiones el machete se va de lado y la única protección que evita una posible amputación de su pie son unas estructuras metálicas que se colocan en la pierna.
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"A veces se va de paso (el machete) por la fuerza que uno le pone al golpear la caña, pero con estas varillas se protege de los golpes, siempre duele cuando se detiene en uno, pero lo importante es que no le corta el hueso", relata Isaac, mientras finaliza su tarea.
Después de trabajar en un terreno de casi un kilómetro cuadrado no quedó ni una vara de caña de azúcar en pie.
Gilberto llama al grupo a almorzar, mientras saca recipientes con carne asada, arroz y frijoles para compartir al final de la jornada. Bendicen sus alimentos y comen.
Luego, bajo la sombra de un árbol, planean su próxima faena. Debían partir rumbo a Guatemala. "Allá hay más garantías de trabajar, no se la pasan descansando tanto", dice Gilberto, a manera de broma, lo que causa las risas del grupo.
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