Un grupo de líderes comunitarios y ambientalistas observa las aguas del río que está muerto en Santa Rosa de Lima, La Unión. Sus aguas rojizas se han vuelto un referente de la contaminación provocada por la minería del oro y la plata y que no quieren que suceda en sus territorios.
Recolectan en botellas el agua del río para llevar una muestra y enseñarla en sus comunidades. La Asociación de Mujeres Ambientalistas de El Salvador (AMAES), la Mesa Nacional Frente a la Minería Metálica, el Movimiento Ecofeminista, la Unidad Ecológica Salvadoreña y la Asociación de Desarrollo Económico y Social Santa Marta (ADES) hicieron una gira para los medios de comunicación junto a líderes comunales de diferentes partes del país para exponer los daños ambientales que sufre el río San Sebastián.
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La actividad minera en el siglo XX provoca la contaminación y esto persiste en la actualidad. De la mina sale un pequeño flujo de agua con un cóctel de químicos que al llegar al río imposibilita la vida acuática.

Entre 2001 y 2013, expertos internacionales y el Ministerio de Medio Ambiente evaluaron el río. Los primeros resultados señalaron que en el río, y también en las tierras aledañas a la mina, había presencia de mercurio, cobre y arsénico. A esto se le sumaron manganeso, hierro, aluminio, cianuro, plomo, zinc, selenio, azufre, sulfatos, boro, níquel y litio. Algunos de estos elementos son altamente tóxicos para los seres humanos.
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Los residuos mineros ricos en sulfuros son fruto de la actividad minera, que producen un lixiviado conocido como drenaje ácido de mina, un problema ambiental grave que ocurre cuando el agua se mezcla con ciertos minerales y químicos presentes en las rocas de las minas que quedan expuestas a la erosión por el agua lluvia que se infiltra en la tierra. Este drenaje vuelve ácida el agua y la llena de metales y eso provoca la coloración rojiza tan evidente en el río San Sebastián.

Para entender de forma sencilla el proceso químico que tiñe de rojo el río hay que saber que el azufre, contenido en las rocas de la mina, mezclado con el agua y el oxígeno del aire crea ácido sulfúrico.
Este ácido disuelve el hierro de las rocas, liberando iones de hierro que se oxidan al contacto con el aire. Este proceso de oxidación es similar a cuando un clavo de hierro se oxida y se pone rojizo. Así, el agua se tiñe de un color rojizo debido a la alta concentración de hierro oxidado, lo que indica la presencia de drenaje ácido de mina, un contaminante muy peligroso para el ecosistema acuático.
Cidia Cortez, bióloga e investigadora de la Asociación de Mujeres Ambientalistas de El Salvador (AMAES), asegura que han hecho investigaciones de monitoreo del drenaje ácido en este río desde 2010. "Hemos hecho estudios que han determinado que son un aproximado de tres litros por segundo de drenaje ácido que llega al río y este contiene arsénico, plomo, hierro y aluminio, que se encuentran en cantidades enormes que, de acuerdo con las normas internacionales de calidad, no son aptas para los seres vivos".
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Según las personas que viven en la ribera, nunca han visto al río con el agua de otro color que no sea ese rojo. Este fenómeno no ocurre únicamente en El Salvador, es un efecto de la minería que se ve en varias partes del mundo, como por ejemplo, el río Tinto al sur de España, ubicado en la provincia de Huelva, Andalucía. Su coloración rojiza característica también se debe a la alta concentración de hierro y otros metales pesados disueltos en sus aguas, como resultado de la intensa actividad minera que ha tenido lugar en la zona durante milenios.

Los pobladores opinan que ningún Ministerio de Medio Ambiente ha trabajado para atender los daños, solo se hacen estudios pero no se soluciona el problema. La última vez que medio Ambiente se acercó al lugar fue en 2021, ya bajo el mando del actual ministro Fernando López Larreynaga, amigo de juventud del presidente Nayib Bukele, que se planteaba la construcción de un sistema de tratamiento del drenaje ácido de la mina, pero la propuesta nunca prosperó.
Hasta la fecha, el río sigue sin vida. "Acá no se ve ningún animal, nosotros no tomamos de esta agua y tampoco nos bañamos", comenta Matilde, una lugareña que tiene a la vista el río desde su casa.

Para la líder comunitaria Rosa Lilian López, defensora ambiental de Chalatenango, este recorrido les permite comprobar con sus propios ojos los daños que dejó la mina. "Aunque la vendan como minería verde, es mentira. No queremos que en Chalatenango nos pase esto. Acá no pueden negar lo que hicieron, no es que alguien haya tirado agua colorada para las fotos, esto es de hace más de 30 años", comenta.
Un pueblo con un río muerto
mineriaEl inicio de la minería en San Sebastián se remonta a 1904, pero se hizo más intensa entre 1935 y 1953. En 1969, se estableció la compañía Minerales San Sebastián que cerró operaciones hasta 1978 antes del inicio de la guerra civil y por conflictos laborales.
La Commerce Group Corporation y la San Sebastián Gold Mines Inc. reanudaron las operaciones a finales a mediados de los años 80, siendo la década de los 90 la de mayor actividad. En la postguerra, esta misma empresa tenía intenciones de reabrir otras antiguas minas en otros lugares de El Salvador, incluso exploraron una en El Paisnal, San Salvador Norte.
Para 2006, se le revocaron los permisos de explotación, lo que derivó en demandas judiciales en El Salvador y a nivel internacional que no prosperaron para la compañía.
Según la activista Vidalina Morales, presidenta de la Asociación de Desarrollo Económico y Social Santa Marta (ADES), se busca crear conciencia sobre los estragos de la minería. "Este río está muerto totalmente. Nos alarmó mucho el anuncio de hacer minería en este país, y con este recorrido hemos podido observar cómo la comunidad se ha visto afectada por la explotación minera. Esto no podemos permitir que pase en otros lugares, es urgente cuidar el vital líquido. Se debe respetar el Derecho Ambiental".

Cuando Nayib Bukele anunció en cadena nacional el año pasado que revertiría la ley que prohibía la minería metálica en el país, dio a entender que el río San Sebastián no podía estar contaminado por efectos de la minería, puesto que esta estaba prohibida, así que debía estar contaminado por otras causas, ignorando el trabajo de su propio ministro de Medio Ambiente.
La reactivación de la minería metálica mantiene en alerta a organizaciones ambientalistas, de derechos humanos, a la academia y la iglesia católica por los efectos nocivos que causaría al medio ambiente.
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