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La carretera de Los Chorros y yo; conocidos, nunca amigos

Las historias alrededor de la carretera de Los Chorros son tan cuantiosas como las estrelllas en el cielo, esta es una de tantas contadas

Por Roberto Leiva | May 05, 2025 - 19:46

Hace 25 años y monedas mi familia y yo nos fuimos a vivir a un cantón de Colón por razones de seguridad, esencialmente. Aquel cambio marcó buena parte de la vida de todos en casa, incluso hasta el día de hoy con sus efectos a largo plazo. Empezó una relación muy tensa con la carretera de Los Chorros.

Era el año 2000, habíamos pasado con éxito el "Y2K" y nos mudábamos a la antigua casa de un tío materno quien nos dio la posibilidad de vivir sin pagar arriendo en aquella rústica, sólida y enorme vivienda pasando ligeramente frente a la Parroquia Nuestra Señora de Guadalupe en el Cantón Las Moras.

Aquella aventura significó la alteración de muchas costumbres en mi familia, entre ellas, la del descanso nocturno. Previo a dicho sitio vivíamos en la cuarta etapa de la Colonia Las Palmeras en Santa Tecla, un proyecto edificado a finales de los años ochenta que parece atrapado en el tiempo por la cantidad de ancianos y lo relajado que se contemplan sus calles rebosantes de vida vegetal al ojo público.

Había que levantarse dos horas antes viviendo en Colón para que todos llegáramos con puntualidad a nuestros centros de estudio y trabajo. Salir hacia Santa Tecla a las 5:30 a.m., y como mucho a las 6:00 a.m., se transformó en un hábito que modificó sustancialmente la hora de ir a dormir; pero para quienes estudiábamos en ese entonces se dormía menos y punto.

Escuchábamos la extinta "Radio Vaticano", ahora Vatican News en la 97.7FM mientras nos bañábamos y alistábamos para zafar de aquel lugar arbóreo, polvoso, caliente pero tranquilo. Ya a las 5:30 a.m. podíamos contemplar en carretera un tráfico fluido, pesado, en donde varios automovilistas solían encender aún las luces de sus autos para conducir y combatir la tenue oscuridad que todavía imperaba a esa hora. Tranquilamente en un minuto podrían pasar a esa hora en un sector entre 200 a 500 vehículos incluyendo los del transporte público.

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La carretera Los Chorros esta cerrada por los derrumbes en los taludes de la ampliación de la calle. Foto EDH/Francisco Rubio

Habían unidades de transporte intimidantes, con motores "Cummings", que tenían un potencial descomunal para subir esa carretera a 80 ó 90 kilómetros por hora hacia Santa Tecla y con 120 ó 140 pasajeros abordo.

Una de esas infernales máquinas era la famosa "Gladys", una bestia que se mostraba al frente y muy enérgica, con resortes inmensos y una musculatura que esencialmente se podía tanto ver como escuchar. Provenía de Armenia.

Su parte trasera coqueteaba siempre con sacar chispas sobre el asfalto debido a una inclinación notable. Siempre llevaba no menos de diez personas colgadas en la última puerta, todas aferradas para llegar en tiempo récord a sus destinos.

Quizás si le tomaran el tiempo esa "locomotora" bien hacía unos 08 ó 10 minutos desde El Poliedro hasta Las Delicias. Era una grosería verla ascender y serpentear a velocidades que ningún otro autobús podía igualar hasta semivacío. Un espectáculo del que no hay registros en los principales portales de video, hasta donde supe.

Si bien no arrendábamos con pago, los gastos de comida e imprevistos quizás cubrían o hasta sobrepasaban lo que se podían pagar por una casa en aquellos lares. Como mucho, esa casa costaría unos 125 dólares en aquel entonces, con su tanque cisterna de 25 barriles, patio, fosa séptica, corredor con comedor y cocina, un baño amplio, dos salas, tres habitaciones, antepatio y cochera, con teja vieja y enmohecida para liquidar el calor interno tanto como fuese posible.

Mi madre tenía una sala de belleza y como anticipé, los centros de estudio se hallaban en Santa Tecla, tanto el mío como el de mi hermana quien me sigue en edad. Trasladarnos de lunes a sábado era innegociable y por pura necesidad. No había pasado un año de aquella traumática mudanza para constatar que la situación se iba a poner mucho más difícil de lo que pensábamos.

Once meses y fracción teníamos cuando el terremoto del 13 de enero de 2001 hizo añicos la carretera de Los Chorros y su entorno más inmediato. Aquel día mis padres me obligaron a ir con ellos para comprar los útiles escolares junto a mis dos hermanas, que en esos días tenían ocho años y 29 días de nacida. Contra mi gusto los acompañé sin olvidar lo que ese terrible día aconteció.

Mis padres demoraron una eternidad en la librería respectiva y llegaron al auto cerca de las 11:00 a.m. Mi madre estaba furiosa por la lentitud y quizás ineptitud del personal mencionado, sin embargo, después les estaría no sólo ella, sino todos nosotros, tremendamente agradecidos por su ineficiencia. Mi padre nos dejó en el auto y mi madre, mis hermanas y yo lo esperamos mientras iba al Mercado Central de Santa Tecla a comprar unas horchatas.

GRAFICA AEREA DEL DERRUMBE DE LAS COLINAS. FOTO ALVARO LOPEZ

De pronto sobrevino aquel terremoto sorpresivo. Estábamos justo estacionados a la par del único portal con un local no construido de adobe, era una quesería en la intersección de la Avenida Manuel Gallardo con la Calle Daniel Hernández y la Ciriaco López. De puro concreto y quizás piedra también. Vimos cómo el portal siguiente caía por completo con todas sus tejas y paredes frente a nosotros, todos aquellos escombros al suelo y hacia varios parabrisas y techos de autos. El Parque Daniel Hernández tenía muchas edificaciones comerciales de lámina que sonaron más que las campanas de una parroquia, aunque ninguna cedió por ser todas bastante nuevas. De milagro nuestro vehículo no volcó.

El terremoto cesó y empezaron a aparecer por la calle Daniel Hernández, llegando desde nuestras espaldas, muchas personas llenas de polvo, heridas, y otras intactas. Mi papá apareció asustado y sin colores en su tez facial, pero estaba bien. Nosotros entre lágrimas dimos gracias a Dios que asomara sano y salvo. Bueno, más a salvo que lo otro porque de los nervios estaba hecho un lío.

Encendió el auto y nos encaminamos hacia la Avenida Manuel Gallardo lentamente, y hacia el Sur, alcanzamos a ver una nube de polvo inmensa desde la Cordillera del Bálsamo, había sido el deslave de Las Colinas, pero en aquel instante había parecido una detonación de proporciones importantes. Pasamos por un costado de la antigua Parroquia El Carmen y vimos cómo se vinieron abajo las paredes de una puerta lateral del templo. Hubo gente que intentaba salir escalando un inmenso montículo de tierra y piedra que se formó justo ahí, no supimos si alguien había sido soterrado. La idea de estar en el marco de la puerta como medida de emergencia, en esa ocasión, era la peor que una persona pudo haber tenido en aquel instante. Atemorizados, de inmediato, nos incorporarnos a la Tercera Calle Poniente y divisamos, a medida que avanzamos, también una nube o varias en el horizonte, donde sabíamos que se ubicaba la carretera de Los Chorros.

Decidimos visitar a dos amistades de Encuentros Conyugales que residían en el extremo Occidente de Santa Tecla, en las colonias Quezaltepec y Los Girasoles. Ambas familias nos acogieron por algunas horas, pronto escuchamos por la radio reportes verídicos y algunos hasta exagerados de la situación. Aquella demora del personal en la librería evitó que pereciéramos, por gracia de Dios, en la carretera susodicha. A donde hubo derrumbes, inundaciones, desprendimientos de rocas y hasta caída de árboles. Un desastre en toda regla.

Tras lograr apoyo psicológico gracias a las familias Orellana y Nájera, emprendimos "la vuelta" hacia el Centro de San Salvador, yendo hacia la Troncal del Norte, luego carretera a Quezalte, el desvío respectivo y la Carretera a Santa Ana para retornar a casa. Con mi hermana lo primero en lo que pensamos tras superar un tanto la tensión fue "¡El televisor!", asumíamos que se había caído de la juguetera y se había roto en mil pedazos.

Llegamos a casa tras una maratónica jornada de conducción que había iniciado desde las 6:00 p.m. hasta cerca de las 1:30 a.m., encontramos la casa a oscuras con muchos adornos de porcelana rotos. El televisor había quedado casi a la mitad en el aire, sostenido por el cable de la antena que era de un grueso coaxial. Luego de barrer un poco nos dormimos intentando superar todo aquello vivido.

Previo a la Preparatoria nunca tuve razones de peso para transitar en la nocturnidad por la carretera de Los Chorros. Hasta que la cursé y sentí el ácido de llevar 14 materias, tener clases vespertinas y hasta tareas o trabajos grupales de los cuales no era exonerado casi nunca por parte de mis compañeros; tenía 15 años cuando aquello empezó a tornarse un problema. Llegar a casa entre las 7:00 p.m. y las 8:00 p.m. al cantón conllevaba un riesgo natural, no sólo por la carretera, sino también por gente inadaptada, amigos de lo ajeno, agitadores, marginados entre otros quienes perturbaban la paz ocasionalmente en aquellas lindes.

Mis padres, pero más mi madre, lucían preocupados cada vez que ameritaba la situación, que se volvía de a poco una regla. Admito que muchas veces abusé del ocio con los amigos, pero habían tantas excusas como colores en las paletas más actualizadas. Hubo una vez en donde un sujeto extraño esperó junto a mi padre en la salida de una calle, conocida como "Los Charcos", que aceleró en definitiva nuestro regreso inexorable a Santa Tecla. El sujeto nos acompañó a mi padre y a mí por toda la calle que llevaba hacia nuestro hogar, separándose de nosotros unos 300 metros antes de nuestro destino final. Nos estaba "cuidando", como en su léxico consideraban al hecho de vigilar, espiar y controlar, los miembros de...

No pasaron ni dos meses de lo contado cuando mis padres decidieron retornar por completo a Santa Tecla ya que en dicho lugar hacíamos todo. Fue en un julio de 2005 cuando decidimos "agarrar camino" y dejar aquel cantón para siempre, tan tranquilo, pero tan alejado. Continuamos viajando para visitar a mis abuelos maternos quienes estuvieron juntos hasta 2012. En aquel entonces los alquileres no eran muy cómodos, pero hacia donde nos fuimos a vivir, en la Colonia Santa Mónica, tuvimos acceso a una casa con tres habitaciones, cochera, dos salas, cocina, área de aseo y bodega por 180 dólares. Cifra que no considerábamos tan costosa en aquel entonces, pero que no era tampoco barata. Hoy por ese precio en Santa Tecla se halla, si acaso, una modesta caseta de vigilancia sin servicios básicos...

Volviendo a la carretera de Los Chorros, seguimos leyendo o escuchando desde entonces sobre cada derrumbe, cada deslave a la distancia... nos preocupábamos pero no podíamos establecer más que contactos telefónicos con nuestros familiares y amigos a quienes dejamos atrás. Un estornudo y esa carretera siempre se atascaba con el tráfico, solía decir mucha gente. Esencialmente en el sentido hacia Occidente. Pasar por las canteras siempre fue intimidante, esas que se erigen tras el turicentro de Los Chorros. Pero ahora, sin duda, más imponentes que nunca.

El complicado ámbito natural de dicha arteria vial hizo que mucha gente poco a poco se volviera a Santa Tecla, eso hizo que se encareciera año con año el arriendo hasta los niveles absurdos que se escuchan hoy en día; aunque también la inseguridad fue otro factor clave para que otras personas desde San Salvador, Zaragoza, San Marcos, entre otros, consideraran mudarse a lares tecleños. En tiempo récord las casas pasaron a duplicar y hasta triplicar sus valores de arriendo. Por la hasta ahora falta de regulación, los precios estratosféricos se mantienen, por viviendas que no reflejan en muchas ocasiones los costos pagados.

Veinte años de alquileres lleva ya mi familia, con la bendición y excepción a la regla actual... Solemos escuchar regularmente -horrorizados- cuánto pagan las familias por viviendas modestas cada día. Apartamentos de dos habitaciones sin cochera, con una pila de medio barril y quizás de unos 35 metros cuadrados de extensión total por ¡300 ó 350 dólares! Y hay cada precio más disparatado si elevamos las exigencias. Duele conocer esas historias donde las personas comprometen la mitad -o más- de su salario mensual para alquilar en Santa Tecla y evitar a toda costa ir a Lourdes o en la carretera hacia Santa Ana. La gente hace lo que sea, con tal de no atravesar la carretera de Los Chorros, tienen claro que no es negociable vivir en el Occidente por lo que esto conlleva, y más si andan todos los días en autobús.

Se encarecieron, y tremendamente, viviendas como en la Colonia Las Delicias o ambas etapas de los Alpes Suizos, últimos resquicios urbanos alcanzables en Santa Tecla para buena parte de la población. Es usual escuchar historias de quienes preguntaron en dichas zonas por arriendos o compras de casas, juzgar que están sobrevaloradas, que por mucho los precios no corresponden a lo que estas ofrecen. Pero si no quiere atravesar la carretera de Los Chorros, harán lo imposible por quedarse en una de estas colonias, pase lo que pase. El alivio de la gente que logra instalarse en una de ellas, es más grande que todo el tramo de concreto que tantas migrañas forja a diario.

"Eructar en Santa Tecla te cuesta dos dólares, hijo", me decía un octagenario tío y fanático de los extintos Quequeisque y Santa Tecla FC quien reside aún en el vetusto Barrio San Antonio. Lo más complejo es que no sólo el arriendo es caro, sino también las frutas, verduras y carnes de todo tipo. La mayoría de comercios ajustan sus precios con el parámetro de los vulgares precios de alquileres. Si pagan una fortuna por casa, deben pagar una fortuna por todo, "razonan" los comerciantes, quienes esencialmente vienen de los distritos cercanos al de Tecla como Colón, Comasagua, Zaragoza entre otros.

Da compasión conocer casos de familias o personas quienes no necesariamente tienen consigo a su núcleo familiar completo, contar, cómo se las arreglan para ir día a día en Santa Tecla; algunos hasta privándose de algún tiempo de comida y evitando gastar "mucho" en servicios básicos para pagar los jugosos arriendos a tecleños residentes en la ciudad o en los Estados Unidos. Pero más impotencia da, cuando el tráfico hace de las suyas y nos regala retratos vivos de la impotencia diaria que sobrellevan infinidad de personas en los autobuses interdepartamentales.

Rostros largos, cansados, llenos de estrés, tristeza, resignación, porque encararán una vez más a la carretera de Los Chorros para intentar llegar a sus hogares a donde les aguardan con una cena, para los más afortunados. Colgados en los barrotes, sudados, durmiendo... no importa el costo del boleto o pasaje en cuestión, la sensación es generalizada para todos los usuarios; a quien más desgastado en la cotidianidad por una carretera que no perdona.

Mis eternos y profundos respetos para todos quienes tienen que pasar por la carretera de Los Chorros en su cotidianidad. Para muchos atravesar dicha vía nunca les fue alternativa, esto en culpa por un mal bastante añejo: la extrema centralización de instituciones públicas claves y la nula-baja generación de empleo en El Salvador afuera de la Zona Metropolitana. ¿Cuántos pueden darse el lujo de decir? "Renunciaré a mi trabajo en San Salvador -o sus alrededores- y veré posibilidades en Morazán o Cabañas". ¿Alguna vez escuchó a alguien decir semejante idea? Habrá excepciones, y luego la inmensa mayoría tiene que pasar por la Carretera Panamericana para pagar sus cuentas...

En buena parte por "culpa" de la carretera de Los Chorros, no sólo es carísimo sobrevivir en Santa Tecla, sino también una odisea. La oferta de venta y arriendo siempre es bastante menor a la demanda, por lo que hay cada vendedor haciéndose los bigotes exigiendo una fortuna para brindar una vivienda a una familia o pareja desesperada por habitar en el distrito antes de tener que vivir (o más bien purgar) en el Occidente, y tener entonces que viajar todos los días hacia Santa Tecla o mucho más al Este, como ahora le dicen desde el oficialismo. Una historia que no parece que algún día, pueda tener un final con justicia...

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