Tres años de agonía y amenazas por la búsqueda de un padre desaparecido en San Salvador

Desde hace más de tres años la familia de Carlos R. vive en incertidumbre por saber qué sucedió con él, quien desapareció la noche del 14 de noviembre de 2018

A tres años de la desaparición de Carlos R., su familia desea que el caso sea desarchivado para continuar con las investigaciones. Video: EDH

Por Nohemí Angel / Damaris Girón

2021-11-28 10:00:39

Familiares de Carlos afirman que tres años después de su desaparición, su caso fue archivado y desconocen lo que verdaderamente sucedió con él. Estela (nombre ficticio) quien es hija de Carlos, conversó con este medio buscando ayuda pues aún después de tres años su familia continúa recibiendo amenazas.

Ella recuerda el hecho como si fuese ayer; cuando Carlos salió de casa a “hacer punto” en un centro comercial de San Salvador, para “ver si sacaba viajes” en su trabajo como taxista independiente. Cerca de las 6:30 p.m. de aquel 14 de noviembre del 2018, Carlos se despidió de sus familiares sin saber que sería la última vez que iban a intercambiar palabras. En la mente de sus tres hijos y esposa solo quedó grabado el recuerdo de su sonrisa y el calor de sus abrazos.

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El 2018 se caracterizó por el alto índice de violencia en El Salvador, según el registro de denuncias en la Fiscalía General de la República (FGR), se registraron 3,514 personas desaparecidas e incluso superó la cifra de homicidios registrada ese año por la Policía Nacional Civil (PNC), que fue de 3,340 casos. Noviembre de ese año fue el quinto mes con más desapariciones, contabilizando 302 personas desaparecidas.

La familia de Carlos explica que ese día él solo llevaba su celular y sus llaves porque no tenía dinero. Antes de irse les hizo la promesa que al hacer su primera carrera, le pondría saldo a su celular y les llamaría para informar que estaba bien. Carlos no pudo cumplir su promesa.

La necesidad de llevar ingresos a su hogar, hacían que las jornadas de trabajo de Carlos fueran largas y hasta altas horas de la noche, usualmente regresaba entre las 12:30 y 3:30 de la madrugada; sin embargo, ese día no regresó. Al darse cuenta de su ausencia, su esposa comenzó a preocuparse, pero sin tener forma de contactarlo porque tampoco tenía saldo en su teléfono, tuvo que esperar hasta la mañana siguiente para llamarlo.

Llegada la mañana del 15 de noviembre, la familia R. se encontraba aún más preocupada por la ausencia de Carlos, pues según recalcaron, “él jamás faltaba a casa”. Intentaron llamar a su celular pero nadie respondía, revisaron su última conexión de WhatsApp y marcaba las 07:33 p.m. de la noche anterior. En ese momento, la familia comenzó a imaginar lo peor.

“Se pierde una persona y (las autoridades) hacen caso omiso; como que se pierde un zapato, como que es un chicle o algo insignificante”

Estela R., .

Decidieron acudir a una delegación policial cerca de su zona de residencia para interponer una denuncia por desaparición. Intranquilos por lo sucedido, también se movilizaron a hospitales, bartolinas y juzgados, todo con la esperanza de encontrar a Carlos.

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“Como familia hicimos todo lo humanamente posible. Contactamos compañeros de trabajo, amigos, buscamos en hospitales, incluso en medicina legal y en ningún lugar había rastro o pista de él”, dice Estela, hija del desaparecido.

Negligencia de las autoridades

Pasados cinco días de la desaparición de Carlos, las autoridades asignadas a la investigación comenzaron a trabajar en el caso. Según Estela, el motivo por el cual las autoridades esperaron para proceder, fue que el detective asignado se encontraba de licencia (descanso) en la fecha en que ocurrieron los hechos.

Según especialistas y estadísticas de desapariciones, si una persona no es localizada entre los primeros tres a cinco días, la esperanza de encontrarla con vida son mínimas, sin embargo las autoridades actuaron de manera negligente, empezando las investigaciones de forma tardía.

“Se pierde una persona y (las autoridades) hacen caso omiso; como que se pierde un zapato, como que es un chicle o algo insignificante lo que uno pierde en esta vida y no hacen su trabajo de la manera más adecuada posible”, dice indignada Estela.

Movidos por la preocupación y sus ansias de saber de Carlos, la familia solicitó la bitácora de llamadas y el récord migratorio para entregarlo a las autoridades y agilizar la investigación. Tiempo después los detectives del caso tuvieron acceso a cámaras de vigilancia que monitorean la zona en donde se presume que desapareció Carlos, este fue el primer rayo de luz para dar con su paradero, sin embargo, también fue el último.

Estela, quien tuvo acceso a los videos, explica que en los videos recolectados se puede observar el vehículo en el que “supuestamente” se conducía Carlos; ante el hallazgo, el detective del caso les dijo que su hipótesis era que alguien lo iba persiguiendo, porque “se veía como un carro verde oscuro, casi negro le hace una espera y luego que mi papá pasa él carro sigue detrás de él”, afirma.

“Cuando nosotros vimos el video por primera vez no nos percatamos de eso, pero cuando el detective nos dijo y lo puso otra vez, efectivamente el carro iba detrás de él”, recuerda Estela.

Las autoridades no pudieron identificar las placas del vehículo sospechoso por la resolución de las cámaras, y a causa de ello, jamás presentaron un informe oficial sobre esa prueba.

La familia de la víctima, asegura que fueron semanas completas de insistir y visitar los juzgados para obtener información sobre el avance de las investigaciones, pero señalan que en ocasiones no fueron atendidos, y que hasta les pidieron que si tenían alguna pista se las hicieran saber.

El detective nos dijo: “mire, yo sé que ustedes son familiares de él, que esto les duele y todo, pero no hay ninguna pista, no hay ningún rastro y yo estoy atado de manos, no sé cómo buscarlos porque no hay pistas”.

Desplazamiento forzado

Pasado un mes de la trágica desaparición, la esposa de Carlos recibió una llamada telefónica en donde les advertía parar la búsqueda porque “ya no encontrarían nada” y les advirtieron que si no se iban de la colonia, terminarían igual que Carlos.

Desde ese momento, la esposa de Carlos, sus dos hijos e hija, su yerno y su nieto comenzaron a vivir con el miedo permanente y la zozobra de ser atacados en cualquier momento. Tuvieron que abandonar su hogar, dejando todo atrás, electrodomésticos, ropa, camas, pero sobre todo, dejando la casa en la que construyeron recuerdos con Carlos.

La hija de Carlos R. tuvo acceso a los videos de cámaras de seguridad en el último recorrido de su padre. En estos
aparece un carro siguiendo el taxi; sin embargo, autoridades no determinaron las placas. Foto EDH / Archivo

La familia cree que la desaparición y posteriores amenazas, podrían estar ligadas a un asesinato ocurrido en la comunidad Raúl Rivas Vázquez, donde ellos vivían cuando Carlos desapareció. Estela recuerda que una noche su padre les contó que al llegar a la colonia había escuchado disparos y luego había visto cómo dos hombres corrían de esa zona.

Ella explica que su padre les aseguró que él no logró ver el rostro de los hombres y que tampoco vio a nadie herido, sin embargo, a la mañana siguiente se dieron cuenta que habían asesinado a alguien y que, probablemente, lo que su padre vio estaba relacionado.

Para la familia de Carlos R. esto pudo motivar su desaparición ya que nunca antes habían recibido amenazas ni extorsiones. A pesar de haber abandonado su hogar, la familia continuó recibiendo amenazas. Ellos creen que lograron encontrarlos ya que el lugar donde vivían antes era un territorio disputado por las principales pandillas del país y los delincuentes podrían haberse comunicado con pandilleros de la zona a la que fueron a vivir posteriormente.

Luego de una dura lucha, la esposa de Carlos R. logró salir del país junto a dos de sus hijos, pero Estela, su esposo y su hijo siguen en el país enfrentando amenazas. Su mayor deseo es volver a sentirse seguros y libres, pero este parece ser un sueño imposible en el país.

Estela lamenta no poder encontrar un empleo fijo por el temor de dejar a su pequeño hijo al cuidado de otra persona, por lo que solo puede apoyar a su suegra en un pequeño negocio de comida. Esto pronto también podría dejar de ser una opción pues los pandilleros de la zona han empezado a extorsionarlos.

“A mi esposo ya lo han seguido al trabajo, van una o dos motos, lo siguen y cuando llega al trabajo y lo ven entrar se van. Nos intimidan y nos amenazan”, dice con gran pesar, Estela.

Ella pide a las autoridades que saquen del archivo el caso de su padre y que le ayuden a buscar alternativas que mantengan segura a su familia.