Policía en cuarentena por COVID-19 sin asistir al funeral de sus hermanos que murieron soterrados

El agente Carlos Renderos se enteró de la muerte de sus hermanos por una llamada telefónica que recibió en la habitación en donde pasa la cuarentena, luego de ser diagnosticado positivo de COVID-19

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Un residente limpia los escombros que dejó el desborde de una quebrada en el cantón Las Granadillas, de Opico. Foto EDH/ Menly Cortez

Por Jonathan Tobías

2020-06-01 10:29:45

“Mientras todos estaban en la búsqueda de mis hermanos, yo me encontraba encerrado, sin poder hacer nada”, lamenta Carlos Renderos, un agente de la Policía Nacional Civil (PNC) que se encuentra en un centro de cuarentena luego de haber dado positivo a la prueba de COVID-19.

Carlos es el hermano mayor de Remberto y Óscar Renderos, los dos jóvenes agricultores que murieron luego que una avalancha de lodo y escombros arrasara con la casa en donde residían en el cantón Las Granadillas, del municipio de San Juan Opico, La Libertad. En el hecho también murió Marisel Rodríguez, pareja de Óscar.

El agente Renderos se enteró de la muerte de sus hermanos a través de una llamada telefónica que recibió minutos después de las 06:30 de la mañana, cuando aún dormía, en la habitación del centro de contención en donde guarda cuarentena. “Me sentí destrozado y con impotencia. Quería irme de este lugar”, expresa.

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Alrededor de tres meses pasaron desde que Carlos vio por última vez a sus padres y hermanos. Fue cuando decretaron la emergencia nacional como medida preventiva frente a la propagación del COVID-19 en El Salvador. Desde entonces, el agente relata que su trabajo lo llevó a patrullar las calles de la capital; sin embargo, su mayor anhelo era volver a casa y ver a su familia.

 

“Es un golpe duro. Nos apoyábamos siempre en todo”, recuerda y señala que la relación con Remberto era como la de todo hermano mayor: los cuidaba, protegía y aconsejaba. “Teníamos una relación cercana y bonita”, agrega y lamenta que durante estas semanas hayan estado tan separados.

“Ahora se perdió todo. No hay nada que hacer”, dice Carlos, y expresa que su deseo es, al menos, poder estar presente en el entierro de sus hermanos. Quiere estar cerca de sus padres y ayudar en lo que pueda a su familia que lo ha perdido y no tienen siguiera un lugar en donde resguardarse de la lluvia.

Durante la mañana del domingo, mientras sus padres hacían los trámites para preparar los cuerpos de sus hermanos y cuñada, el agente rogó al personal de salud, que trabaja en el centro de contención en donde pasa su cuarentena, para que agilizaran los resultados de las ultimas pruebas de COVID-19, que le realizaron hace una semana.

La esperanza de Carlos es que los resultados sean negativos y así conseguir el aval de las autoridades para que lo dejen salir y dar, en persona, el último adiós a sus hermanos menores, con quienes creció y a quienes cuidó y protegió desde que eran tan solo unos niños. Él se encuentra en cuarentena desde hace 25 días y dio positivo hace 20. La última prueba fue hace una semana.

“Lo único que quiero es despedirme de mis hermanos y luego llevarme a mis padres a vivir a otro lugar”, expresa el agente Carlos. La avalancha de lodo y escombros que arrebató la vida a Remberto, Óscar y Marisel recorrió casi dos kilómetros de distancia y se produjo a causa de las intensas lluvias que dejó la tormenta Amanda a su paso por El Salvador.

En el lugar en donde solía estar la casa en que residían los tres jóvenes, junto a sus padres y otros dos hermanos, ahora solo quedan pedazos de muro, piedras, escombros y las pocas pertenencias de la familia. Además, otras casas de la zona resultaron dañadas por el paso del alud de tierra y se encuentran en grave riesgo y vulnerabilidad. Hasta la tarde del domingo, ninguna autoridad de Protección Civil había visitado la zona de la tragedia.

Agentes amigos de Carlos y algunos vecinos de la familia Renderos han organizado una campaña de ayuda para conseguir fondos que sirvan para sobrellevar los gastos funerarios. Se ha puesto a disposición la cuenta 3300480376 del Banco Agrícola.

Foto EDH/ Menly Cortez

Lo que dejó la avalancha

Varias horas después, el paisaje era desolador: rocas, pedazos de paredes, lodo, una densa neblina y tres ataúdes en una habitación oscura. Eso quedó en el cantón Las Granadillas, después que la avalancha de tierra arrasara con todo a su paso, producto de la tormenta tropical Amanda.

Sucedió minutos después de las cinco de la mañana del domingo 31 de mayo, luego que la lluvia no parara de caer durante toda la noche. Los residentes de ese lejano punto, en las faldas del volcán de San Salvador, comenzaron a escuchar “unos estruendos” en medio de la tormenta, pero no fue has que el sol salió que se dieron cuenta de todos los estragos.

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“Cuando salí, vi a mi tío que pedía auxilio gritando mientras buscada en los escombros a mis primos”, relata uno de los sobrevivientes. Aquel estruendo no fue otra cosa que el sonido del deslave destruyendo la casa en donde residían Remberto Renderos, de 16 años; Oscar Renderos de 25 y su pareja, Marisel Rodríguez, de 30 años.

Los dos jóvenes eran estudiantes. También ayudaban a su padre en el trabajo agrícola. Marisel era ama de casa y ayudaba eventualmente a su pareja. Murieron soterrados y no fue hasta en horas de la mañana que sus cuerpos fueron rescatados a una distancia aproximada de dos kilómetros del punto en donde se ubicaba su hogar.

Al deslave sobrevivieron Remberto Rivera García, de 54 años, y María Luz Pérez, padres de dos de las víctimas – Remberto y Óscar – También lograron escapar con vida dos hijos más de la pareja.

Ricardo García, otro de los sobrevivientes de la avalancha y vecino de la familia Renderos, recuerda cómo en la madrugada la lluvia caía sin parar. “Creo que nadie ha dormido toda la noche. Yo tenía presentimiento de que algo podía pasar”, dice.

Fue alrededor de las 5 de la madrugada cuando Ricardo comenzó a escuchar “grandes estruendos”: el sonido de rocas chocando entre sí y la corriente de agua y lodo que se abría pasó con fuerza en la ladera de la montaña, relata.

El ruido se hizo cada vez más fuerte y Ricardo no encontró otra alternativa que quedarse dentro de su casa y no abrir la puerta hasta que hiviese algo de luz para investigar de donde procedían los estruendos.

Fue hasta las seis de la mañana que salió de su hogar y se enteró que la casa de sus vecinos ya no existía y que Remberto y María Luz buscaban desesperados a sus hijos entre los escombros.

Fueron los vecinos y familiares de las víctimas quienes realizaron la búsqueda y el rescate. Ellos afirman que, en la zona, nunca había sucedido algo similar.

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