En un día de verano en Aguilares, municipio ubicado al norte y unos 45 minutos de San Salvador, el sol quema como pocas veces en el año y la brisa se ha convertido en vapor seco mezclado con polvo. En la vieja estación de tren La Toma, una cuadrilla de hombres se encarga de asear y cercar ese espacio, pues el 27 de febrero Juan Armando Guardado, alcalde local, junto con Nelson Vanegas, presidente de la Comisión Ejecutiva Portuaria Autónoma (CEPA), acordaron devolver un poco de brillo al lugar.
José Ramírez Alas, de 65 años, es uno de los trabajadores que la municipalidad envió a la estación. Ataviado con camisa manga larga y sombrero, trata de protegerse de los rayos solares.
Empleados de la alcaldía hacen bromas entre ellos al percatarse que algunos foráneos toman fotografías y video de su trabajo.
José y uno de sus compañeros, otro hombre de quizás más edad y de piel clara, siguen afanados golpeando con sus piochas el terreno árido.
Ese lugar, en este momento, solo es una enorme plataforma de concreto. En los extremos de la estructura permanecen los restos de la caseta donde se vendían los boletos, así como el pozo junto a la cisterna que un día sirvieron para abastecer de agua las instalaciones, la armazón de hierro del corral que era utilizado para bajar y subir el ganado a los vagones y también una enorme rampa que era para cargar y descargar el tren.
Uno de los visitante pregunta a José si él es originario del lugar y si recuerda cómo era el sitio donde trabaja. Él responde que sí, y de esa forma comienza este trabajador municipal una serie de relatos que hacen referencia a sus recuerdos de la niñez y adolescencia.
“Nos subíamos aquí en Aguilares y nos íbamos hasta el río Lempa en el tren. Ya en la tarde nos regresábamos; tenía como 12 años en aquel entonces. Íbamos con mis hermanos y mi mamá”, recuerda José.
Además, sostiene que se trataba de un tren tirado por una locomotora “prieta”, que hacía “mucho humo blanco” y que pitaba tan fuerte que se escuchaba quizás a unos tres o cinco kilómetros antes de llegar a la estación, sonido que compara con el de un ingenio en el tiempo de la zafra.
El tren pasaba por esa estación cuatro veces al día, a las 8:00 y 11:00 a.m., de 1:00 a 5 p.m.; dos de ida y las otras dos de vuelta.
“Era una gran alegría ver cuando el tren iba llegando a las estación; los cipotes caminábamos hasta la entrada del pueblo (señala con su dedo índice derecho hacia un extremo de la línea) y nos subíamos en las escaleritas de los lados, ya cerca de la estación nos dejábamos caer en el plan engramado”, agrega José.
Explica, a la vez, que la estación era una especie de galera de madera con el techo de lámina, y en los andenes habían bancas de hierro forjado que eran utilizadas por los pasajeros o los curiosos, quienes llegaban a observar el paso de la imponente máquina de hierro.
Eran momentos en que la economía de la zona era bondadosa, y los cultivos de caña y el comercio de ganado dejaban buenos ingresos, lo cual creaba la necesidad del tren, el medio de transporte eficiente de aquel entonces.
“Recuerdo que el tren comenzó a pasar aquí en Aguilares allá por 1953, la Guardia era la encargada de cuidar los rieles. Cuando arreció el conflicto armado en 1985 cesó por completo el paso del tren. Era peligroso, a veces los rieles no estaban y se descarrilaba”, concluye José.
José Ramírez Alas, de 65 años, muestra el lugar preciso donde los pasajeros abordaban el tren Foto EDH / Jessica Orellana
Proyecto a ejecutarse en 60 días
Han pasado varios minutos desde que José dejó de trabajar con la piocha y se dedicó a narrar sus recuerdos sobre el tren; sus compañeros, de uno en uno, han aprovechado para tratar de refrescarse con una gaseosa que mantienen en el tronco de un árbol.
Con la rehabilitación de la estación La Toma, la alcaldía y CEPA buscan crear en Aguilares un espacio que dinamice la economía local por medio del turismo.
El proyecto consiste en la construcción de un anfiteatro, los monumentos al ferrocarril y la bicicleta, y la adecuación de un vagón como cafetería. Además, habrá un área de juegos infantiles y un recorrido por huellas de concreto.
“Es un proyecto que administraciones pasadas lo habían prometido y nunca realizaron. Durante la campaña electoral de alcaldes, previa a las elecciones de 2018, el tema volvió a tomar fuerza y, bueno, ganamos, hoy cumplimos”, sostuvo el alcalde de Aguilares, Juan Armando Guardado.
El proyecto está contemplado para ser ejecutado en 60 días y debería estar terminado a finales de abril. El costo de la obra ronda los $43,000; CEPA aporta $27,000 y la municipalidad $16,000. “Se rescatará el recuerdo del tren en el municipio y se abrirán espacios para emprendedores”, explicó el alcalde.
Aprovechando que CEPA facilitará un vagón, la municipalidad ha iniciado la gestión para trasladar una locomotora hacia el municipio.