El misterio de la última y vergonzosa confesión de Hitler

El miedo y la locura se apoderaron del dictador nazi en las últimas horas de su vida.

Una reedición de «Yo era el piloto de Hitler», basado en las memorias del piloto personal del líder nazi en la Segunda Guerra Mundial, desvelan que el miedo y la locuta le atenazaban al final de su vida

Por N. Hernández / Agencias

2019-04-10 5:37:54

Hans Baur fue el piloto personal de Adolf Hitler y quien lo acompañó hasta horas antes de su suicidio. Al parecer, al dictador nazi le aterraba la idea que los rusos lo atraparan con vida y lo torturaran. Las memorias de Baur publicadas en la reedición del libro “Yo fui el piloto de Hitler” revelan el miedo que sentía el alemán y lo consciente que estaba de su derrota.

Baur fue uno de los más leales hombres que tuvo el Führer a su servicio, según el historiados español Jesús Hernández el aviador “mantenía hacia Hitler una fidelidad absoluta y formaba parte de su círculo íntimo”. Su cercanía quedó mostrada cuando se convirtió en uno de los pocos hombres en despedirse del dictador nazi, puesto que estuvo junto con él en el búnker de la Cancillería en 1945.

Durante la última conversación que mantuvo con Baur, Hitler le transmitió su miedo y su resignación. Miedo a que los soviéticos le capturaran. Resignación, porque consideraba que había llegado su hora y que los culpables eran algunos de sus oficiales más allegados. “Voy a terminar con todo hoy”, sentenció antes de marcharse a una habitación privada y acabar con su vida el 30 de abril junto a su amada Eva Braun.

Las últimas horas en el búnker

A pesar de los repetidos esfuerzo de Baur para convencer a Hitler de escapar, este se negó hacerlo y fue por temor a las torturas que podría sufrir en las manos de los rusos.

“Mein Führer, usted puede escapar. Puede coger un tanque (nosotros tenemos uno cerca de la Cancillería) y dirigirse hacia el oeste. El puente de Heer Strasse todavía está libre. Mis aviones están todavía en en Rechlin, preparados para volar. Yo puedo hacerle llegar volando hasta donde quiera”, se lee en una de las páginas de las memorias de Baur.

Ante esto, Hitler contesta:

“Está fuera de mis pensamientos abandonar Alemania. Podría ir a Flensburgo, donde Dönitz tendrá sus cuarteles generales, o al Obersalzberg, pero en dos semanas tendría que plantarle cara a lo mismo que ahora. Algunos de mis generales y oficiales me han traicionado. Mis soldados no quieren seguir con esto. Y yo no puedo seguir con ello. Podría aguantar en el búnker unos días más, pero tengo miedo de que los rusos nos arrojen gas. Tenemos extractores, pero no me fío. No quiero ni imaginarme lo qué pasaría si los rusos me cogiesen vivo”.

No obstante, también demostró determinación al momento de reconocer sus acciones:

“Un hombre debe de reunir el coraje suficiente para enfrentar las consecuencias (…) Se que mañana miles de personas me maldecirán, pero ese es mi destino”, dijo a Baur.

Sin embargo, una de las declaraciones que más ha impacto ha sido cuando el Führer pidió a Baur que quemara su cuerpo y el de su amada Eva Braun: “Usted tendrá la responsabilidad de que mi cuerpo y el de mi esposa sean quemados para que mis enemigos no hagan con ellos lo mismo que con el de Mussolini”, enfatizó.

En un último intento por persuadirlo de escapar, Baur le ofreció llevarlo a Japón, Argentina o adonde él quisiera y estuviera seguro, pero los intentos por convencerlo fueron en vano.

Finalmente terminó obsequiándole una valiosa pintura en reconocimiento a los 12 años que le brindó su lealtad. El cuadro era un retrato de Federico el Grande, para el dictador nazi significaba mucho porque siempre lo llevaba consigo.

“Quiero darte algo para que me recuerdes. Siempre he querido este cuadro. Es un viejo Lenbach valorado en 43,000 marcos, y no me gustaría que se perdiera”, le dijo antes de despedirse de él.