¿Sabés que en México limpian los huesos de sus muertos en esta época?
Las familias limpian cada año los restos de sus seres queridos antes del Día de Muertos, un ritual ancestral que mezcla raíces mayas y fe católica, y que busca recibirlos limpios y con “ropa nueva” el 1 y 2 de noviembre.
Por
AFP
Publicado el 29 de octubre de 2025
En Pomuch, México, el Día de Muertos adquiere un significado especial. Cada año, las familias exhuman y limpian los huesos de sus difuntos, retirando el polvo con brochas y vistiéndolos con un paño blanco, símbolo de pureza y respeto. Este ritual, que inicia tres años después del entierro, mezcla raíces mayas y creencias católicas, manteniendo vivo el vínculo entre generaciones. Para los pomucheños, no es un acto macabro, sino un gesto de amor y memoria. “Así como uno se baña, los santos restos también requieren limpieza”, dicen con orgullo, porque en Pomuch la muerte se honra, no se teme.
Cuando se acerca el Día de Muertos, México entero se llena de flores de cempasúchil, velas y altares coloridos para honrar a quienes ya se fueron. Pero en este pequeño pueblo del sureste, la tradición va mucho más allá: las familias exhuman los huesos de sus difuntos, los sacuden del polvo acumulado y los visten con un paño blanco, para que lleguen presentables a la gran celebración.
Para los habitantes de Pomuch, limpiar los restos óseos es un acto de amor. Así lo vive cada año María Couoh, una ama de casa de 62 años, al pararse frente al nicho donde reposan los huesos de su tío Tomás. Abre la caja de madera, sostiene el cráneo con cuidado y, con una brocha fina, comienza a retirarle el polvo. A la par, le habla como si aún estuviera ahí, escuchando.
“Así como uno se baña… los santos restos también requieren limpieza”, afirma con devoción.

María recuerda que Tomás fue perdiendo la vista y, al final de su vida, ya no podía disfrutar de las reuniones familiares. Ella lo consolaba con humor: “No podés ir a la fiesta, tío, pero aquí te traje una cerveza”. Hoy sigue acompañándolo de forma diferente, pero con el mismo cariño.
Cada año, María limpia alrededor de diez familiares. Y aunque pueda parecer duro a los ojos de extraños, para ella es una manera de mantenerlos cerca y agradecerles su existencia: “No quiero que se queden muy sucios”, dice mientras acomoda cada hueso sobre el paño blanco, que simboliza una muda de ropa nueva.
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Un ritual que comienza tres años después de la muerte
En Pomuch, cuando alguien fallece, el entierro se hace como en cualquier lugar: cuerpo en ataúd, ataúd en un nicho. Pero tres años después, cuando ya la materia orgánica se ha descompuesto, sucede la parte más distintiva:
- Se rompe la losa frontal
- Se extrae el ataúd
- Se exhuman los huesos
- Se limpian uno a uno
- Se colocan en una pequeña caja de madera
- Se cubren con un paño blanco

Los huesos quedan a la vista, sin intención de ocultarlos. En Pomuch, la muerte no es tabú: forma parte de la vida cotidiana.
Durante el proceso, conversar con los difuntos no es opcional, es parte de la tradición. Hablarles los reconforta… y también reconforta a quienes los aman.
“Los demás están limpios y usted no”
Eso dice Carmita Reyes, una mujer de 39 años, mientras le pasa la brocha al fémur de su suegra. El año pasado no pudieron hacer la limpieza y hoy siente la necesidad de disculparse:
“Así ya no va a sufrir porque los demás están limpios y usted no”.
A su alrededor está parte de su familia: su esposo, su suegro y su hija de ocho años. La niña observa todo con curiosidad. Para Carmita, enseñarle la tradición es preparar el futuro. “No quiero que me cremen. Quiero que me entierren así y que mis huesitos los saquen después”, comenta con tranquilidad, como si hablara de un plan familiar más.
Asegura que exhumar y limpiar los huesos mantiene vivo el vínculo: “Se siente como si los muertos estuviesen acá”.

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Claro, no todos lo viven igual desde pequeños. En la familia May, la pequeña Lucía, de cuatro años, entró en pánico al ver los cráneos en las cajas, algunos incluso con mechones de cabello.
Corrió llorando hacia la calle principal del camposanto, llamada Calzada de los Muertos. Su padre, David, profesor de 40 años, la toma en brazos y la calma:
“Es la primera vez que viene. Se impresionó un poquito, pero estamos tratando de que se familiarice con nuestras costumbres”.
Más tarde, le llevan flores al bisabuelo aún enterrado. Lucía confiesa que cree que los muertos pueden revivir de noche, pero se tranquiliza cuando le dicen que todavía es mediodía.

Un ritual que se vuelve atractivo para el mundo
En los últimos años, Pomuch ha llamado la atención de turistas, fotógrafos y creadores de contenido. Llegan con cámaras y drones queriendo capturar la costumbre que hace que este pueblo sea único.
Pero quienes participan lo dejan claro: no es espectáculo. Es un acto íntimo de respeto. Aquí la muerte no se olvida, se atiende. Se limpia. Se cuida. Se viste con paño blanco nuevo para que los difuntos puedan disfrutar su fiesta anual.
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