Bebé hondureño que compareció en corte de Estados Unidos vuelve a casa

Cinco meses después el bebé retornó a su país, sus padres lamentan no haber presenciado sus primeros pasos, escuchar sus primeras palabras.

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elsalvador.com

Por AP

2018-07-20 4:26:37

Un niño de un año que se volvió un í­cono de la política del gobierno de Estados Unidos de separar a los inmigrantes de sus hijos el viernes iba de camino a casa con sus padres, cinco meses después de que fue separado de ellos en la frontera estadounidense.

Johan Bueso Montecinos iba a bordo de un avión con destino a San Pedro Sula, Honduras, que abordó en Estados Unidos después de que las autoridades consulares hondureñas y estadounidenses hicieron los arreglos pertinentes.

Y así termina la extraordinaria travesía de Johan, un bebé cuya corta vida ha pasado por la pobreza de Honduras a un desesperado cruce por la frontera de Estados Unidos. Su historia trascendió a la primera plana de varios diarios de todo el mundo.

El padre de Johan fue capturado por agentes de la Patrulla Fronteriza casi al instante de su llegada a EE.UU. y después fue deportado. Mientras el pequeño de 10 meses permaneció en un albergue en Arizona bajo el cuidado del gobierno estadounidense. En los cinco meses que siguieron, daría sus primeros pasos, pronunciaría sus primeras palabras, celebraría su primer cumpleaños. Sus padres, a cientos de kilómetros (millas) de distancia, se lo perderían todo.

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Cuando su madre y padre lo vieron por última vez, tenía dos dientecillos. Ahora su dentadura está completa.

A principios de julio, Johan compareció ante un juez de inmigración. Un reporte de The Associated Press sobre ese suceso, poniendo en evidencia la ofuscación del juez sobre cómo lidiar con el pequeño detenido en pañales que se alimentaba con un biberón, causó indignación internacional porque personificaba la política del gobierno de Donald Trump de separar a niños inmigrantes de sus padres.

“Nunca pensé que fueran tan crueles”, dijo el padre del menor, Rolando Antonio Bueso Castillo, de 37 años.

Rolando pensó que su plan era bonito. Escaparía de su dura vida en el pequeño pueblo de Libertad. Sus hijos no crecerían bajo la misma pobreza que él tuvo que soportar, cuando dejó la escuela en cuarto de primaria para vender burritos y ayudar a su madre soltera a mantenerlo a él y a sus cuatro hermanos.

Hace siete años, su hermano menor dejó las montañas productoras de café en el centro de Honduras para ir a Estados Unidos y salió adelante en Maryland con su esposa e hijos. Su hermana lo siguió y también le fue bien. El hermano mayor murió en un tiroteo desde un auto en movimiento en San Pedro Sula, una de las ciudades más peligrosas en Latinoamérica.

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Rolando se quedó atrás con su esposa Adalicia Montecinos y la hermana discapacitada de él, de 35 años, en su casa rosa, de dos recámaras, piso de cemento y techo de lámina. Ganaba 10 dólares al día conduciendo un autobús; su hermano en Estados Unidos enviaba cientos de dólares para ayudar.

El papá de Johan, un hombre de buen trato que no permanece quieto por mucho tiempo, era consciente de los peligros de atravesar México. Muchos centroamericanos han muerto por brincar desde trenes o son secuestrados por pandillas, los roban o atacan con armas de fuego en su camino a Estados Unidos.

Le pagó a un traficante 6 mil dólares, dijo, dinero que su hermano le envió. Se suponía que todo estaba incluido: noches en hotel, tres comidas diarias y transporte en una camioneta SUV con otras dos madres y tres niños hasta la frontera de Estados Unidos. Empacó cinco mamelucos, tres chaquetas, una cobijita azul y blanca, crema, 50 pañales, dos biberones y latas de fórmula para bebé.

Su esposa y madre de Johan, en el primer trimestre de embarazo, se quedaría en Honduras trabajando en un puesto de mercado vendiendo gorras de béisbol, camisetas con estampados de “California Dreaming”? y joyería. En Maryland, su familia ayudaría a cuidar al pequeño mientras Rolando trabajaba. Adalicia se reuniría con ellos a los pocos meses.

Padre e hijo llegaron hasta Tampico, México, a 500 kilómetros (300 millas) de la frontera con Texas, cuando su bonito plan comenzó a derrumbarse.

El “coyote”? los condujo a una bodega en la ciudad portuaria y les pidió que permanecieran en un tráiler donde también estaban escondidos otros padres y niños de Honduras, Guatemala, El Salvador y Perú.

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Rolando dijo que su hijo pasó tres días encerrado en el tráiler, temblando a causa de la brisa fría proveniente de una máquina ruidosa que, les dijeron, les proporcionaría aire para respirar. Baldes eran utilizados como excusados.

Mientras otros niños lloraban, el hijo de Rolando estaba sentado a su lado en silencio, recuerda el padre. Se acurrucaron en la oscuridad; bajo la luz de una linterna, cambiaba sus pañales.

“Nos llevaron como carne, pero ya no es uno que va a decidir. Tuvimos que hacer lo que nos dijeron”?, dijo Rolando.

En el pueblo fronterizo en México de Reynosa, subieron a una balsa improvisada y cruzaron el río Grande o el río Bravo, como se le conoce en el lado mexicano. Caminaron arduamente entre la maleza de Texas. Lo habían logrado.

Pero minutos después, un agente de la Patrulla Fronteriza los vio. “¿A dónde van?”, dijo el agente. La respuesta de Rolando fue sencilla y sincera: “Vamos a buscar el sueño americano”?.

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El agente le dijo que los llevaría a un centro de detención y, aún entonces, Rolando no dudó de su bonito plan. Se imaginó que una vez que fuera procesado, lo liberarían con su hijo para llevar su caso a la Corte. En el peor escenario, serían deportados juntos a Honduras.

Al interior de una celda acordonada con una valla metálica, durmieron sobre un colchón bajo una delgada manta isotérmica que les entregaron.

Rolando dijo que tuvo que pedir durante tres días para que le permitieran duchar a Johan. En el quinto día, agentes de inmigración le dijeron a Rolando que debían llevarlo a una oficina para interrogarlo. Uno de los agentes le quitó a Johan de los brazos. Mientras se alejaban, el bebé volteó y levantó los brazos hacia su padre.

Sería la última vez que se verían en cinco meses.

Los agentes le dijeron a Rolando que lo iban a separar del niño y deportarlo a Honduras porque era la cuarta ocasión que intentaba ingresar a Estados Unidos. En las cuatro fue capturado casi de inmediato. Rolando pasó 22 días encerrado en diversos centros de detención a lo largo de la frontera de Texas. No sabía nada de su hijo.

No tenía dinero para llamarle a su esposa y decirle lo que había ocurrido. Fue una trabajadora social del albergue de Arizona donde estaba Johan quien la contactó y le preguntó si ella era su madre. Le dijo que enviara su acta de nacimiento y otros documentos para probarlo.

Adalicia no podía creer que fuera cierto, y aguardó a tener noticias de su esposo. Cinco días después, otro detenido le prestó dinero para que él le pudiera llamar:

Rolando: Nena, soy yo?.

Adalicia: ¿Qué pasó? ¿Dónde está el niño?, preguntó la mujer, llorando.

Rolando se quebró: No sé qué pasó. Me lo quitaron pero todo va a estar bien, respondió.

Ella se sentía muy sola. Se despertaba para buscar a su bebé y volvía a recordar lo que había pasado. Miraba videos de Johan una y otra vez en los que pateaba y sonreía, reía con su papá y miraba a la cámara.

Cuando Rolando llegó a Honduras en abril, se sorprendió al ver lo delgada que estaba su esposa: había perdido 9 kilos (20 libras) y a su médico le preocupaba que pudiera perder el bebé. Lo primero que dijo cuando vio a su marido fue: ¿Dónde está el niño??.

Rolando le explicó que en un principio las autoridades migratorias le dijeron que los dos serían deportados juntos, por lo que accedió a irse. Luego le dijeron que su hijo sería enviado en dos semanas. Pero pasaron meses.

Rolando llamó a abogados, al consulado hondureño y a las autoridades estadounidenses para averiguar cuándo regresaría su hijo a casa.

La trabajadora social en Estados Unidos comenzó a enviar videos cada semana y a efectuar videollamadas. En un principio Johan se estiraba para tocar a su madre, como si quisiera abrazarla a través de la pantalla. Pero a medida que el tiempo pasaba, se distanció.

Adalicia pensó que se estaba olvidando de ella. Los padres del niño se enteraron que dio sus primeros pasos por la trabajadora social, que también les envió un video de él en su primer cumpleaños, en el que despertó y se puso a llorar. Por la noticia que dio la AP sobre la presentación de Johan ante un juez se enteraron que había empezado a hablar.

“Nunca voy a ver sus primeros pasos, no voy a volver a estar con él en su primer cumpleaños”?, dijo Adalicia, con la voz entrecortada. “Es lo que perdí. Son memorias que uno como mamá aprecia y recuerda para recontar a sus hijos por muchos años”.?