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TRANSPORTE PÚBLICO SAN SALVADOR

Madrugar, viajar, sobrevivir: La batalla diaria en el transporte de San Salvador

Son las 3:20 de la madrugada en la colonia AltaVista, al oriente de San Salvador. Mientras una parte de la ciudad duerme, Antonio ya se alista para iniciar un viaje en autobús que parece más una travesía que un simple trayecto diario.

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Por Ricardo Guevara
Publicado el 29 de junio de 2025


Mientras avanza por la calle a media luz hacia la parada, puede escuchar a lo lejos los ladridos de perros y, de vez en cuando, una motocicleta que rompe el silencio. A esa hora ya hay varias personas esperando el autobús.

No está solo. Miles de salvadoreños como él, desde Soyapango, Ilopango, San Martín o Tonacatepeque, madrugan para enfrentarse a la odisea del transporte público: rutas saturadas, unidades en mal estado, motoristas indiferentes —y a veces groseros—, y una espera interminable que en ocasiones supera los 30 minutos entre una unidad y otra.

Todos ellos, entre jóvenes, adultos mayores e incluso estudiantes, son parte del mismo ejército invisible de madrugadores que luchan cada día por llegar puntuales a sus trabajos y centros de estudio. Una eternidad en la batalla diaria contra el reloj.

Si Antonio no aborda la primera unidad entre las 4:00 y las 4:30 a. m., ya sabe que llegará tarde. Treinta minutos después, a las 5:00 a. m., la historia cambia por completo: filas largas, buses repletos, paradas desbordadas.

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El interior del bus no es amable, y aunque el pasaje cuesta 0.35 centavos por considerarse un transporte especial que ofrece aire acondicionado y comodidad, en la práctica la historia es otra: los asientos están duros y rotos.

El calor, sofocante desde temprano, el olor característico de la aglomeración de personas, comida y perfumes, se mezcla sin piedad. El aire acondicionado, desde hace mucho tiempo, dejó de funcionar en la mayoría de unidades y solo expele aire caliente, complicando aún más la travesía de los usuarios, encerrados en unidades que tienen los vidrios cerrados, situación que se torna más intensa durante el invierno.

Antonio intenta sentarse, pero usualmente va de pie, sujetándose con fuerza a los pasamanos o a los barrotes del techo. Aprendió a manipular su celular solo con una mano mientras se equilibra con los vaivenes del bus. Lee mensajes, revisa noticias o simplemente mira las redes sociales para hacer menos tedioso el viaje.

Congestionamiento en la subida hacia San Salvador en la prolongación del bulevar Constitución con el tercer carril reversible en funcionamiento en horas de la mañana. Foto EDH / Jessica Orellana
Atascos eternos: Además de San Martín e Ilopango, la carretera Los Chorros y el Bulevar Constitución también colapsan a diario.
Foto EDH / Jessica Orellana

A su alrededor, hay madres que madrugaron aún más que él para dejar el desayuno hecho antes de salir, hombres con sus mochilas al hombro que van a obras de construcción, estudiantes que intentan repasar apuntes y personas de la tercera edad que van a pasar consulta a un hospital nacional.

Un viaje que consume la vida

En condiciones normales, el trayecto desde AltaVista hasta el centro de San Salvador en autobús debería tomar 50 minutos. Pero en días laborables puede extenderse hasta dos horas y media. El bulevar del Ejército, el bulevar Venezuela y la Primera Calle Poniente se convierten en un cuello de botella en horas pico.

La situación se complica en la zona del ex Vifrio, la cual pasa colapsada por los trabajos que la Administración de Acueductos y Alcantarillados (ANDA) realiza desde agosto del año pasado, para introducir tuberías de agua potable del proyecto que traerá agua desde el Lago de Ilopango. Desde entonces, avanzar en esa zona puede tomar un poco más de 30 minutos.

"Yo aquí ya he contado todos los postes y todos los rótulos. A veces uno se aprende hasta los anuncios de memoria", comenta un pasajero que viaja de Ilopango a Soyapango todos los días.

Sentarse en el bus es casi un privilegio, pero no uno cómodo: muchos cabecean sobre el hombro de quien tienen al lado, intentando recuperar algo del sueño que el madrugón les robó.

tráfico transporte
Las unidades de transporte van saturadas en horas pico. Foto EDH/ Jessica Orellana

Algunos se quedan dormidos en el bus, a veces alguien ronca. A veces, en medio del hacinamiento, ocurre una discusión por un codazo o un empujón. En otras ocasiones, el silencio reina, como si todos entendieran que pelear no sirve de nada. Solo hay que resistir, mientras el autobús avanza a vuelta de rueda.

En medio del caos provocado por el tráfico y el deficiente servicio de buses, algunos usuarios prefieren pagar un poco más y abordar los microbuses piratas: unidades pequeñas que cobran $1.50, pero que ofrecen aire acondicionado, asientos garantizados y una experiencia —dentro de lo posible— más digna.

Son ilegales, sí, pero en esta ciudad donde el sistema formal no alcanza a cubrir la demanda, se han convertido en una especie de alivio pagado. Aunque no están regulados, cada vez más personas optan por ellos. "Prefiero gastar más y no ir como sardina", dice una joven que trabaja en un banco en la zona de Plaza Mundo y necesita llegar con puntualidad y sin ser apretujada.

Martirio tarde y noche

La vuelta a casa, después de una jornada laboral, es igual o peor. La mayoría de las paradas desde Metrocentro es un caos. Largas filas, empujones, desesperación por subir a cualquier unidad. El regreso hacia AltaVista puede tomar igual hasta dos horas y media o incluso tres. Las piernas pesan, el cuerpo duele, y el alma solo desea llegar a casa, quitarse los zapatos y tener unos minutos de paz.

Así se viaja de noche en San Salvador: unidades llenas, cuerpos exhaustos y trayectos que se miden en horas, no en kilómetros. El transporte público, testigo diario de las desigualdades urbanas.

Las personas que viven en San Salvador Este invierten más de 23 horas semanales solo en movilizarse. Es decir, más de 450 horas al mes entre ida y vuelta. Es tiempo que no se paga, que no se descansa, que no se recupera, casi 19 días completos al año perdidos en el tráfico cotidiano de San Salvador.

"Acá no llegan los pasos a desnivel, ni las mejoras viales ni mucho menos promesas. Lo que necesitamos acá son obras, un paso a desnivel en la zona de Cárcel de Mujeres y otro por donde estaba Vifrio. Pero aquí no llegan los proyectos del gobierno", dice un pasajero mientras se ajusta la mochila para no estorbar al vecino.

Y así, cada día, miles de personas como Antonio emprenden una travesía que no se cuenta, pero que define sus vidas. Porque en este país, para poder trabajar... primero hay que sobrevivir al viaje. Pero para eso, todos desean lo mismo: llegar a casa. Sin embargo, para lograrlo, deben vencer otro maratón de tráfico, con paradas colapsadas, vendedores ambulantes, música estridente, calor, impaciencia y frustración, en un día normal de viaje en autobús.

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