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Exposición "Portales del Tiempo" en el Museo Forma

Muestra "Portales del tiempo" exalta la estética del detalle en el Centro Histórico

"Estamos en la exposición 'Portales del tiempo', del arquitecto Joaquín Aguilar y el artista visual Dylan Magaña. Aguilar dispone sus acuarelas como si fuesen ventanas sucesivas; Magaña cuelga sus fotografías como espejos oculares".

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Por David J. Rocha Cortez
Publicado el 03 de julio de 2025


Basta cruzar la entrada principal del Museo Forma para que el ruido del tráfico ceda su lugar a un rumor más antiguo: el sonido apagado de los adoquines, el crujir de la madera, la cal trazando filigranas sobre la sombra. Estamos en la exposición Portales del tiempo, del arquitecto Joaquín Aguilar y el artista visual Dylan Magaña. Aguilar dispone sus acuarelas como si fuesen ventanas sucesivas; Magaña cuelga sus fotografías como espejos oculares. Juntas, las piezas desdoblan el Centro Histórico de San Salvador en un corredor de escenas mínimas -arcadas, aldabas, gárgolas, pasamanos- y nos arrastran, sin prisa, por un mapa íntimo de un patrimonio que tiembla hoy entre la especulación inmobiliaria y el descuido político.

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Joaquín Aguilar trabaja con la precisión clínica del restaurador, pero deja que el pigmento de las acuarelas se fugue por los bordes, como si el agua reclamara la fragilidad del color. En su trazo no hay rigidez museográfica ni simulacro de exactitud: hay respiración. Cada acuarela está atravesada por un conocimiento técnico que ha sido vivido en contacto directo con la materia, pero también por una voluntad poética que no busca reconstruir el pasado, sino recordarlo como experiencia sensorial. Allí, un portal se vuelve mancha ocre que se diluye hacia los ventanales; allá, una veleta cincelada hace equilibrio sobre un cielo que se agrieta de azules. Son imágenes suspendidas en una dimensión afectiva: una forma de ver que pone en primer plano lo vulnerable, lo que está por desaparecer. La línea se afloja, el color se evapora, pero lo que queda -como un murmullo en papel- es la memoria del oficio y la dignidad del trabajo manual.

Exposición "Portales del Tiempo" en el Museo Forma
Dylan Magaña y Joaquín Aguilar, durante la inauguración de la muestra. Foto: imagen de carácter ilustrativo y no comercial / IG @museoformaoficial

Estas acuarelas no evocan solo edificios, sino que nos encuentran con el oficio menudo que los hicieron posibles: artistas de la madera, el hierro, el decorado. En cada dintel pintado se intuye el ritmo de una mano serruchando madera, en cada filigrana de hierro el pulso de un herrero en la forja. No hay fetichismo de estilo, ni un afán de catalogación por épocas o escuelas arquitectónicas. Aguilar pinta desde la escucha: escucha a los muros, a los relieves, a los vitrales que piden ser mirados con cuidado. Sus acuarelas, más que dibujos técnicos o paisajes urbanos, son gestos de reencuentro: umbrales de papel donde todavía respira la memoria colectiva.

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Las fotografías de Dylan Magaña no solo retratan edificios: convocan presencias. Aunque en sus imágenes no hay figuras humanas, cada encuadre está impregnado de vidas pasadas, de historias suspendidas en la textura misma de la materia. Las fachadas que retrata no son solo muros; son umbrales, testigos mudos de lo que fue y de lo que aún persiste en el recuerdo. En palabras del propio Magaña, al mirar sus fotos piensa en quienes habitaron esos espacios y le abrieron la puerta para entrar. Esa relación entre el fotógrafo y los habitantes -a veces anónimos, a veces cómplices- dota a las imágenes de una carga afectiva ineludible. No se trata de una mirada fría ni distante: cada toma es el resultado de un vínculo construido desde la confianza, el respeto y la curiosidad. El resultado es una galería de ausencias que, sin embargo, nos hablan con una fuerza íntima y persistente.

Exposición "Portales del Tiempo" en el Museo Forma
Magaña ha capturado la cotidianidad del antiguo centro capitalino, con sus protagonistas: los salvadoreños. Foto: EDH / Jorge Reyes
Exposición "Portales del Tiempo" en el Museo Forma
El investigador cultural y estudioso del Centro Histórico de San Salvador, Dylan Magaña, expone fotos de la arquitectura actual. Foto: EDH / Jorge Reyes

Magaña no busca el gesto espectacular de la ruina, sino la persistencia del tiempo. Sus imágenes se detienen en baldosas rescatadas del barro, fachadas corroídas, fragmentos arquitectónicos que parecen flotar entre el abandono y la resistencia. Construye un archivo afectivo: uno que no preserva el objeto por sí mismo, sino la historia que lo rodea, la memoria que lo habita. La luz, en sus fotos, no solo revela; también vela, matiza, insinúa. Es la herramienta con la que revela una ciudad que sigue latiendo, incluso cuando parece olvidada. Así como Joaquín Aguilar emplea la acuarela para fijar el detalle que el tiempo amenaza, Magaña utiliza la fotografía para detener el momento justo antes del derrumbe. En esa operación de rescate simbólico, el artista convierte lo cotidiano en evidencia de un Centro Histórico que no solo se habita con los pies, sino con la memoria, la escucha y la mirada detenida.

El recorrido de "Portales del tiempo" se experimenta a la manera de quien camina sin destino por la calle Arce o la primera calle poniente, atento al rumor de los adoquines y a esa suma de aromas que todavía sobreviven entre las lonas de los vendedores itinerantes. Cada pieza es un alto obligatorio en una suerte de cartografía sensorial: las acuarelas capturan la temperatura y la luz; las fotos, el espesor concreto de la materia. Entre ambas se hilvana un relato microscópico, una microhistoria edificada a partir de detalles que suelen pasar desapercibidos cuando el tráfico, la prisa y la desmemoria dominan la ciudad.

Exposición "Portales del Tiempo" en el Museo Forma
Los dibujos de Aguilar muestran detalle a detalle la belleza de la arquitectura de la parte más antigua de San Salvador. Foto: EDH / Jorge Reyes
Exposición "Portales del Tiempo" en el Museo Forma
El arquitecto y restaurador Joaquín Aguilar firma las acuarelas que revelan los detalles de la antigua arquitectura que caracteriza al centro capitalino. Foto: EDH / Jorge Reyes

No se trata, sin embargo, de un ejercicio melancólico. Si algo comparten Aguilar y Magaña es la conciencia de que la memoria urbana no solo sirve para preservar lo pasado, sino para disputar el derecho a un futuro propio. De ahí que sus obras funcionen también como micropolítica: convertir el fragmento en evidencia, el matiz en archivo y el paseo en gesto de resistencia. Cada acuarela registra una pieza en riesgo; cada fotografía, al fijar la imagen, resguarda contra la borradura ese trozo de ciudad que mañana puede ser devorado por el progreso.

La exposición nos recuerda, casi sin decirlo, que mirar es un acto colectivo, un gesto de oficio compartido entre quienes crean y quienes observan. No basta con ver: hay que detenerse, demorarse, resistir el impulso de pasar de largo. Acuarela y fotografía, cada una desde su lenguaje, convocan una misma pulsión: la de observar con cuidado allí donde el capital exige velocidad, borrón y reemplazo. Frente a estas obras, la ciudad se desdobla y se vuelve legible en sus capas: detrás de cada repinte, de cada restauración mal hecha, subyace un sedimento vital, una historia encarnada en materiales, gestos y saberes. La fotografía actúa como ancla, fijando un instante; pero también como espejo, devolviéndonos una imagen de lo que fuimos y podríamos volver a ser. En esa tensión entre permanencia y pérdida reside la paradoja del archivo: preservar lo que está destinado a cambiar y, al hacerlo, reafirmar que toda ciudad es también una colección de despedidas.

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Portales del tiempo es, en esencia, un gesto doble: celebración de la estética del detalle y, al mismo tiempo, una denuncia contenida del riesgo que amenaza al patrimonio del Centro Histórico de San Salvador. Frente a las acuarelas de Joaquín Aguilar y las fotografías de Dylan Magaña, el espectador se transforma en paseante urbano, flâneur ocasional que recorre las calles sin moverse del sitio, convocado por la urgencia de mirar con más cuidado. Al salir de la sala, la palabra "riesgo" adquiere otro peso: ya no se refiere solo a la piedra o al yeso que se desmoronan, sino también a la fragilidad de la memoria colectiva. Las obras no ofrecen soluciones, pero iluminan la paradoja: nos muestran un mapa sensible, uno que podría habitarse con la curiosidad del artesano y con la lucidez de quien sabe que cada portal es, a la vez, una entrada y una despedida, una promesa y un umbral al borde de desaparecer.

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