Héroes desvanecidos: salamandras en el ámbar de los siglos

Aunque la práctica de las letras y humanidades es placentera de muchas maneras, es especialmente fructífera porque excluye todas los fastidios que surgen de la diferencia de tiempo y lugar y atrae amigos unos a la presencia de otros y anula la casualidad en que asuntos que valen la pena conocerlos no se experimenta. Las artes hubieran perecido, las leyes hubieran desaparecido y la fe y todos los deberes religiosos de cualquier índole hubieran sido rotos y hasta la elocuencia misma hubiera decaído, salvo que la compasión divina hubiera otorgado a los mortales el uso de las letras como remedio para las enfermedades humanas. Juan de Salisbury. Policráticus (1159)

descripción de la imagen
Salamandra respirando fuego, símbolo de Francois I, según un original o un modelo de Felix Duban, creado durante su proyecto de restauración de 1845, en el ala Francois I, construido a principios del siglo XVI en estilo renacentista italiano, en el Chateau Royal de Blois, construido en los siglos XIII-XVII en Blois, en el Valle del Loira, Loir-et-Cher, Centro, Francia. El castillo tiene 564 habitaciones y 75 escaleras, y está catalogado como monumento histórico y Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. / Foto Por Manuel Cohen

Por Katherine Miller Doctorado en Estudios Medievales y Renacentistas de UCLA.

2021-01-17 5:30:31

Las salamandras son una especie de lagarto antiguo que se conocen en nuestros tiempos cuando aparecen descubiertos en los fósiles arraigados en el ámbar. Durante siglos, históricamente, la salamandra fue usada como emblema o blasón heráldico que significaba la nobleza y la valentía en los escudos de la aristocracia europea de los tiempos medievales y renacentistas. En las metáforas filosóficas y literarias , estos pequeños animales significaban a la imaginación una criatura que podía vivir en el fuego, hasta alimentándose de él para no morir. Existen las salamandras todavía hoy en regiones rurales en muchas variedades de especies. Antiguas o modernas, están presentes con las resonancias de sobrevivencia en tiempos que amenazan la vida, pero que propician la nobleza y la valentía de sobrevivir, prosperar y aportar al siglo en que viven.

Una meditación—o ensayo–como diría Michel de Montaigne—digamos, un intento, sobre un solo siglo produce retratos de figuras, eventos e ideas tan abundantes que ni una lista de los fenómenos caben en el espacio de muchas páginas, pero sirven para compararlos con nuestro siglo por medio de contrastes y similitudes que iluminan las esquinas oscuras en que sobrevivimos ahora.
Buscamos un siglo parecido y no parecido al siglo XXI en que eventos inusuales y especiales ocurrieron internacionalmente.

Lee también: La Orquesta Sinfónica Juvenil, heredada por los Acuerdos de Paz, en peligro de desaparecer

Consideremos, por ejemplo, el siglo XII. Es resplandeciente con iluminaciones y con violencia no solamente en Europa, si no en el Medio Oriente, en el norte de África y en Asia Central. Allí en este siglo ejemplar hay bellas ideas, ilusiones, avances, fenómenos y protagonistas como los pensadores filosóficos y teológicos de Francia, Inglaterra, Italia e Irlanda en Europa y en el Levante y en Asia Central. Aparecían también compositores de nuevas formas revolucionarias en la música de las escuelas catedralicias de París, Chartres y Notre Dame. Se presenciaron, de igual manera, eventos de violencia como el martirio de Santo Tomás Becket; comenzaron los peregrinajes armados–las cruzadas llamadas así por la Iglesia– contra los herejes del sur de Francia y en las Tierras Santas del Levante; se presenciaron los efectos y resonancias de la primera jihad islámica en África, en la península Ibérica y en toda la cuenca del mar Mediterráneo. Encima de todo, el fenómeno de las cruzadas contribuyó a profundizar el comercio marítimo y terrenal de larga distancia para Europa y para el Oriente que conducía desde la Ruta de la Seda, adicional a las ferias internacionales de comercio que comenzaron a funcionar en Troyes en los campos de Champagne en Francia, a que llegaron mercaderes y banqueros a inventar las letras de crédito, dando una chispa al comercio internacional de toda índole.

Una vista del interior de la catedral de Notre-Dame de París. FOTO EDH / AFP

Marcado por toda clase de ilusiones, fanatismos, movimientos violentos, además de creatividad altamente asombrosa en materia de filosofía, teología, literatura y música, el siglo XII, que algunos denominan un renacimiento medieval, después del renacimiento del siglo VIII protagonizado por Carlomagno y antes del renacimiento del siglo XV en la península Itálica, nos puede proporcionar una cosecha de comparaciones e iluminaciones para ayudar a quitar las orejeras modernas que posiblemente nos quedan. Porque en la alimentación por el fuego no somos los primeros. Sobrevivientes hay, desde el siglo XII, quienes brindan lámparas a mano y cámaras oscuras para iluminar el camino a través de los siglos.

El año 1200 vio el comienzo de una nueva catedral de estilo gótico en el proceso de construcción de Notre Dame de París consagrada a la Virgen María. Las escuelas catedralicias en toda Francia estaban en plena función, habiendo comenzado, con las escuelas monásticas, hace unos 400 años durante el reinado de Carlomagno por su orden—Admonitio Generalis—con la ayuda del ilustre abad inglés del norte de Inglaterra, Alcuino de York, quien sirvió al emperador en un puesto parecido al Ministro de Educación: cada monasterio y catedral recibió la orden de abrir una escuela para educar a los hijos—e hijas—de sus súbditos. El orden ocupa la palabra puella: son las niñas que Carlomagno y Alcuino ordenaron incluir en las escuelas a instituir.

La primera figura sobresaliente que el siglo XII nos presenta es la de Juan de Salisbury, nacido en 1120 en Inglaterra, educado en París por Pedro Abelardo y otros maestros famosos en las escuelas de París quien escribió uno de las primeros y más importantes tratados de ciencia política y de la naturaleza de los poderes de gobiernos: Policráticus, de las frivolidades de cortesanos y de las huellas de filósofos. Es un obra profunda y didáctica del género conocido como un “espejo para príncipes” que define y critica los peligros de la vida cortesana de las cortes civiles y eclesiales, en que Juan mismo participaba en Inglaterra y en el Vaticano en Roma. Además, la obra aboga a favor de la elevación de las siete artes liberales en las escuelas. Las figuras de la retórica, la gramática y demás artes liberales están grabadas en estatuas de piedra en las murallas de la catedral de Chartres, donde Juan terminó su vida como arzobispo de Chartres.

Juan de Salisbury sirvió a dos arzobispos de Canterbury—el último de ellos Tomás Becket, arzobispo de descendencia sajona que se enfrentó al poder de un monarca—Henry II, rey del Imperio Angevin, que incluyó a Inglaterra, Escocia, Irlanda y la mitad de Francia. Dominado por su sed de poder, Henry, él mismo un angevin (de la dinastía de Anjou) hizo un deseo a voz alta cuando estaba en un estado de ebriedad que resultó en el martirio de Tomás Becket, el arzobispo de Canterbury. Respondiendo al llamado del rey, cuatro caballeros entraron a la catedral de Canterbury a la hora de la misa y quitaron, con sus espadas, la parte frontal de la cabeza de Tomás, eso siendo la sede del cerebro que había ofendido al rey. El año era 1170. Juan fiel en su servicio a los oficios de Canterbury, tomó lado con Tomás con una fidelidad militante a favor del arzobispado y de mantener enteros los derechos canónicos, distintos de los derechos civiles que defendió el rey exhibiendo una furia irracional. Henry, el rey, fue excomulgado por el papa Inocente III y tuvo que sufrir un castigo corporal como penitencia por haber ordenado la muerte de Tomás Becket, defensor de la Iglesia.

Estatua del rey Juan firmando la Carta Magna en Runnymede, Sala Capitular de la Catedral de Salisbury. “El rey Juan de Inglaterra firma la Magna Carta con el arzobispo de Canterbury, Stephen Langton, a su derecha, y un barón a su izquierda.”

Ahora, Juan, en su obra, Policráticus (1159), había escrito y publicado sobre la teoría de que un tirano que abusa, con su autoridad, de la población a su cargo puede ser legítimamente asesinado (tiranicidio) para restaurar la justicia del reino, texto que no escapó la atención del rey Henry II. En el Metalogicon (una defensa de la lógica y la dialéctica) y la Historia Pontificalis (una historia del papado), Juan promulgó el estudio del trivium y quadrivium (la suma de las siete artes liberales) como remedio para los daños causados por el pecado original a las facultades de la humanidad; Juan considera que las siete artes liberales son un regalo divino, una gracia que un Dios misericordioso otorgó como don a la humanidad como parte de su salvación. Hoy, para subrayar la autoridad a través de los siglos de las obras de Juan de Salisbury, se puede tomar nota que están publicadas como parte de la edición definitiva de los escritos de los Padres de la Iglesia en la Patrologia Latina, editado por J.L. Migne y publicado en París (1857).

En otra nota—una nota de felicidad que brilla por los siglos, durante los tiempos de John, siempre en el siglo XII–floreció una escuela de poetas en el sur de Francia que elevaba por primera vez, de una manera honrosa y exquisita, a la mujer. Estas destrezas las manifestaron en sus obras los poetas como Bertran de Born, Arnaut Daniel, Bernard de Ventadour y Sordello, el querido amigo de la juventud de Dante Alighieri a quien Dante ubica, en su Divina Commedia, en las orillas del Purgatorio donde canta una canción dulce de amor a las almas llegando en un barco para purgar sus pecados. Estos poetas aprendieron a imitar a los poetas árabes de la España al otro lado de las montañas Pirineos que separaban Francia de España islámica. Aprendieron a adorar a la mujer por medio de este contacto con la poesía árabe como El Collar de la paloma de Ibn Hazm. Estos poetas también prestaron la visión de los monjes Cistercienses quienes crearon el Culto de la Adoración a la Virgen—una mujer como ejemplo a quien se puede escribir poesía de adoración elevada.

No te pierdas: Hallan en Francia una sepultura “excepcional” de un niño de hace 2.000 años

Había, siempre en pleno siglo XII, los que escribieron romances sobre la corte del rey Arturo e insertaron lecciones éticas sobre la naturaleza del primer gobierno europeo: la Tabla Redonda del rey Arturo. Así escribió sus romances el poeta Chrétien de Troyes, viviendo cerca de los campos en Champagne donde celebraron las primeras ferias de comercio internacional. Allí en la corte de Marie de Champagne, hija de Eleanor de Aquitania, Chrétien, con sus romances, como Yvain, o, el Caballero del León, intentó educar a los caballeros y jóvenes aristocráticos en cuestiones psicológicas y morales en bellos poemas de alta elocuencia e ironía. También Marie de Francia escribió cortos poemas ilusorios sobre las figuras arturianas en los bosques del norte de Francia. Pero simultáneamente había muchos poetas que viajaban de corte en corte cantando el amor cortés en una sensualidad o dulce o vulgar: eran los trovadores y goliardos. Ellos escribieron una poesía de temas tristes y dulces del amor en todos sus aspectos que influenció a Dante, y a toda una generación europea de poetas franceses, italianos e ingleses, y penetran todavía a los corazones de los oyentes de nuestro siglo.

De la influencia de los árabes ya se ha tomado nota. Pero hay filósofos, matemáticos, pensadores médicos que escribieron en árabe y son generalmente considerados árabes, pero que son, en realidad, originarios de Persia (Irán) y Uzbekistan en Asia Central. Un estudio preciso y reciente sobre el aporte de la Ilustración de Asia Central en el siglo XII clarifica que, para tomar solamente dos ejemplos entre muchos, eran pensadores de Asia Central y no árabes. Ibn Sina (980-1037) conocido por su nombre latinizado de Avicenna) el comentador sobresaliente sobre Aristóteles que influenció profundamente no solamente a su cultura si no que la cultura de Europa, nació, creció y escribió sus obras en Bukhara en Uzbekistan en Asia Central. Aunque escribió en árabe, es de definir con más precisión su procedencia desde Asia Central. Lo mismo es el caso de Nizam al-Mulk (1018-1092), cuyo nombre completo era Abu Ali al-Hasan, quien nació en la ciudad de Tus en Irán, donde escribió, en árabe, un libro fuerte y sobresaliente sobre gobierno parecido, en su nivel de sofisticación, a las obras de Nicolo Maquiavelo. Estos estudios son del académico, S.F. Starr, quien publicó Lost Enlightenment. Central Asia’s Golden Age from the Arab Conquest to Tamerlane en 2013, y explica que habían “muchas maneras en que obras específicas e ideas de los pensadores de Asia Central encontraron audiencias en el Oriente y el Occidente, ambos, por medio de traducciones al Hindi, Chino o Latin”.

Dos hombres sentados (dibujo atribuido a Bihzad). Captura imagen Museo de arte de Harvard

Siempre en el siglo XII, con el auge del estudio de Derecho Romano en Europa, crecieron el número de los estudiantes y maestros de la universidad de Bolonia (formado en el siglo XII) que comentaron la codificación del derecho romano ordenado por el imperador bizantino Justiniano en el siglo VI. Perdida durante unos seiscientos años, esta codificación de derecho romano, el Corpus juris civilis, fue redescubierto en el siglo XII y comentado en la Universidad de Bolonia en el norte de Italia. Resultados se ven en su aplicación en las nuevas ciudades de Europa. Un académico inglés, Chris Wickham de la Universidad de Oxford, en su obra maestra Medieval Europe (2016), comprueba que las poblaciones asumieron el derecho romano por encima —dándole más importancia de la que dieron al derecho consuetudinario municipal de cada ciudad. Eso representa un paso igual de importante para la unificación de Europa como las Reformas Benedictinas y Gregorianas de siglos anteriores. Representó la refinación de las distinciones entre derecho canónico (cortes y sumas eclesiales) y derecho civil: un desarrollo mas minucioso de la Doctrina de las Dos Espadas propiciado por Gelasius en el siglo V en que planteó que la Iglesia tenía una espada para mantener el orden y los poderes civiles de gobierno también tenían una espada. Esta es la raíz de uno de los eventos más importantes del siglo XII y del mundo occidental entero: Magna Carta.

Uno de los héroes paulatinamente desvanecidos, digno de una iluminación más clara por su aporte, ciertamente heroico, es el arzobispo de Canterbury Stephen Langton (1150-1228), arzobispo a partir de 1205. El papa Inocente había puesto a Inglaterra bajo interdicto porque el rey Juan quería nombrar su propio candidato en lugar del candidato del papa, Stephen Langton. La situación de interdicto era una sentencia que, bajo sus provisiones en el derecho canónico, no permitió la celebración de los siete sacramentos. El pueblo inglés estaba sufriendo por no poder enterrar a sus seres queridos, no poder bautizar a sus hijos, y demás derechos de feligreses. Los obispos urgieron al papa a poner fin a este oneroso estado de asuntos. Además, el rey Juan incautó la catedral de Canterbury y todos sus bienes y desterró a los monjes.

Te puede interesar: “Un pedacito de El Salvador en Miami”. Compatriota pinta su segundo mural en famoso barrio de Wynwood

El empate, como se sabe, irrumpió en la confrontación entre el rey John y sus barones en la presencia del arzobispo de Canterbury, Stephen Langton, y los obispos de la Iglesia en la pradera de Runnymede en 1215. El documento que ellos forzaron al rey a firmar, bajo coacción, fue la Magna Carta, la carta grande de agravios y reparaciones que fue escrita por el arzobispo Stephen Langton, quien la escribió arriesgando su propia vida. Comienza el texto rezando así: “1.- Que la Iglesia de Inglaterra deberá ser libre y deberá tener todos sus derechos y libertades inviolables”.

Un estadista sin par, el arzobispo Stephen, quien debería haber representado el rey, todavía mantenía una posición neutral, aunque era bien conocida la plena simpatía que tenía con los barones, escribió las leyes que garantizaba el debido proceso y protecciones de procedimiento judiciales de muchas índoles a favor de la formación de un estado de derecho. Y los escribió en una hoja grande de pergamino e induciendo al rey John a reunirse con los barones y los obispos para que el rey fuera requerido a firmar la hoja en la presencia de las partes representando la sociedad civil y la iglesia.

En Europa, Stephen, el arzobispo de Canterbury en estos tiempos tan turbulentos como hoy, actuó con honor como estadista y obligó al rey a firmar esta prima limitación de las prerrogativas reales. Este acto lo calificaba como héroe sin par. Y su heroísmo como estadista es un claro ejemplo a los políticos y estadistas hoy.
Se puede calificar al siglo XII como un faro en la neblina, es el ámbar que enmarca salamandras que viven en el fuego y se alimentan de ello.