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Fernando Llort, el soñador que pintó de colores El Salvador

Fue un artista en todo el sentido de la palabra. Su iconografía de trazos simples y vivos colores fue el gran legado para su patria El Salvador y el mundo.

Por Osmín Monge | Abr 05, 2024- 09:57

Fernando Llort fue un gran artista en todo el sentido de la palabra. Foto: Cortesía Familia Llort Chacón
Fernando Llort explotó al máximo sus dotes de artista. Además de dedicarse al arte gráfico, grabó tres temas musicales con la Banda del Sol. Audio: cortesía.

Su talento le vino de lo alto. Le llegó como una pequeña chispa, que con el paso del tiempo se convirtió en una vorágine de figuras y colores vibrantes que abrazaron e identificaron a todo un país, y que trascendió hasta lo inimaginable.

Ese don divino que recibió el recordado artista y artesano salvadoreño Fernando Llort no fue minúsculo ni efímero; permaneció en él hasta el 10 de agosto de 2018, fecha en la que, a los 69 años, fue llamado a la “Casa del Padre”.

Pero su creatividad, su talento y la iconografía que lleva su sello tan distintivo aún siguen vivos en su invaluable obra.

El comienzo de este legado fue tan sencillo como la vida misma del memorable artesano, quien este domingo 7 de abril habría cumplido 75 años.

Siendo muy joven, Fernando sintió que había en él cierta vocación sacerdotal, esto lo llevó a realizar estudios religiosos en Colombia en 1966. Sin embargo, un tiempo después, abandonó la idea de convertirse en cura -pero no así su fe- y partió a la Universidad de Toulouse, Francia, para estudiar filosofía durante tres años. Fue en ese país donde expuso por primera vez su talento como artista plástico; lo hizo con una muestra de dibujos cuya temática hacía alusión a la cultura ancestral.

Fernando Llort
Fernando Llort siempre dijo que su talento se lo había dado Dios. Foto: Cortesía Familia Llort Chacón

Luego se instruyó en teología en Lovaina, Bélgica. También estudió arquitectura por algunos meses en la Louisiana State University en Baton Rouge, Estados Unidos.

Y en 1971, regresó a El Salvador, pero en lugar de quedarse en la ciudad capital, decidió asentarse en la población de La Palma, Chalatenango. Aquello sería como una especie de retiro espiritual donde Dios le reafirmaría el don que le había otorgado y donde le encomendó compartir con sus semejantes el amor por el arte y su fe católica.

La semilla que germinó

En esa población chalateca, ubicada al norte de El Salvador, Llort comenzó su encomiable obra.

Un día, mientras caminaba en la población, se topó con un niño, que afanado raspaba en el áspero suelo una semilla de copinol. Al ver la escena, el artista supo que Dios lo estaba invitando a aprovechar la sencillez para hacer una obra maravillosa. Se acercó al chiquillo y le pidió prestada la pepita para llevársela a su casa. Ya en su hogar, el artista pulió la semilla, hizo algunos trazos en ella y la pintó.

GALERÍA: ¿Quiénes mantienen vivo el legado de Fernando Llort?

Al siguiente día, aquel hombre alto, de aspecto sereno y con apariencia de jipi (adaptación al castellano de la palabra hippie) apareció con la semilla de copinol, pero ya convertida en una obra de arte.

“Él, con sus ojos creativos de artista, vio en la semilla un ‘cuadrito’, donde se podía dibujar y hacer una pintura. Es ahí donde comienza su faceta de artesano. Porque él decía que era un artesano artístico”, afirma Juan Pablo, uno de los tres hijos del maestro.

Con este hecho tan particular inició su misión. Con el tiempo, su obra comenzó a extenderse hasta convertirse en parte de la identidad no solo de una pequeña población, sino de todo un país.

Fernando Llort
En la población de La Palma, Chalatenango, sembró la semilla de su arte. Foto: Cortesía Familia Llort Chacón

Tras ese suceso fortuito, el artista se empeñó por compartir con otros su talento, lo hizo enseñando a pobladores de La Palma las técnicas y las metodologías utilizadas en la realización de su inconfundible iconografía.

Junto a su esposa Estela y algunos familiares de ella fundó el taller “La semilla de Dios”, donde se elaboraban artesanías en madera enfocadas en el aspecto religioso, como cruces e imágenes de la Santa Cena.

“El taller se llamaba ‘La semilla de Dios’ porque fue con la semilla de copinol que dio inicio su obra y porque él siempre dijo que su talento venía de Dios y que tenía que compartirlo con la gente”,

Juan Pablo Llort Chacón, hijo del artista

Su labor y esfuerzo dieron más frutos. En 1977, el taller se convirtió en una cooperativa de artesanos. Después inauguró en San Salvador su tienda “El árbol de Dios” y años más tarde creó la fundación que lleva su nombre.

Siempre recordado

Quienes estuvieron cerca de Fernando y compartieron momentos únicos con él lo recuerdan como un hombre apacible, risueño y con un aura espiritual muy especial.

“Fernando venía a La Palma porque su papá, don Baltazar Llort, tenía una casa. Ellos tienen una propiedad aquí llamada El Espino. Venían en vacaciones o a pasar los fines de semana, y fue ahí que Fernando se quedó a vivir aquí, en La Palma”, detalla Adela Contreras Chacón, cuñada del pintor.

Ella, quien también fue su discípula, recuerda al que fue esposo de su hermana Estela como un “hombre alto, barbado, que llamaba mucho la atención”.

“Era muy guapo. Siempre andaba con su guitarra, con su forma de vestir, como un jipi. Era un muchacho que siempre saludaba a las personas en la calle. Era alguien muy carismático”, resalta Adelita, como es conocida en La Palma.

Esa misma imagen desenfadada la recuerda la pintora salvadoreña Elisa Archer, quien por varias décadas fue amiga cercana de Fernando. Su amistad surgió en el tiempo en el que él formaba parte de la agrupación musical “La Banda del Sol”. Y es que además de pintor y artesano, el maestro tenía dotes de cantante y músico.

“Recuerdo que lo conocí cuando era superjovencita, quizás tendría 19 años (…) él era sumamente católico y con sus acciones lo demostraba y (eso) era lo más bello de él, de su personaje. Y todos lo queríamos, porque él emanaba cariño, emanaba amor... nos abrazaba a todos. Siempre andaba contento, era un hombre excepcional”, recuerda Archer.

Fernando Llort
Como todo buen maestro, Fernando Llort compartió su arte y su talento con pobladores de La Palma Foto: Cortesía Familia Llort Chacón

Fue en ese municipio de Chalatenango donde Fernando conoció a la mujer de su vida, Estela Chacón. Su noviazgo fue breve e intenso, pues a los seis meses de declararle su amor se casó con ella. Fruto de su relación llegaron al mundo Juan Pablo, María José y Fernando.

“Lo más lindo es que él dedicó su vida al servicio de los demás, y eso es ser un verdadero cristiano. Él decía: ‘yo soy católico, yo amo a Cristo’, pero él lo demostraba. Porque todo el taller que él montó y realizó (‘La semilla de Dios’) era para que los de La Palma tuvieran un medio de vida, un trabajo que les diera su pan de cada día, y les dio más, porque eso se extendió”, enfatiza la destacada pintora salvadoreña. “Nosotros éramos seudojipis, porque los jipis no se bañaban, no se peinaban, fumaban marihuana… ¡pero nosotros no! Nuestro mundo era más espiritual, no era tanto de cigarros y cosas así”, agrega la artista.

Al respecto de su faceta de cantante de La Banda del Sol, su compañero de grupo, Ricardo Archer, lo recuerda como un joven entusiasta, lleno de energía y como un apasionado por la música.

En 1969, en una pequeña fiesta en la colonia Escalón, Ricardo conoció a Fernando. De inmediato surgió entre ellos una amistad “muy sincera, abierta, espiritual y artística”.

“Resultó que Fernando podía cantar. Manuel (Martínez), Carlos (Aragón) y yo teníamos tres años de estar tocando juntos en la banda Blue Souls. Luego surgió La Banda del Sol”, recuerda Ricardo. “Siempre nos reuníamos cada Sábado de Gloria en su casa, en La Palma. Fernando me regaló algunos cuadros en 1971 cuando grabamos con La Banda del Sol”, agrega.

Fernando Llort
Fernando también tenía dotes de cantante y músico. En la década de los 70 formó parte de La Banda del Sol. Foto: Cortesía Familia Llort Chacón

La recordada agrupación musical grabó tres temas para el disco “Unidad”, en el cual también participaron otros artistas.

“El planeta de los cerdos”, “El perdedor” y “Abriendo camino” fueron las canciones que grabaron para ese álbum.

De los tres temas llevados a estudio, el más sonado a nivel centroamericano fue “El planeta de los cerdos”; su éxito se debió a su lírica, en la que se abordaban ciertos aspectos de la situación política que se vivía en aquel momento en El Salvador.

“Éramos muchachos de 20 y 21 años, llenos de energía, con la pasión por la música. Él (Fernando) ya pintaba, pero lo hacía de otra forma”, manifiesta Ricardo, quien reside en el extranjero. “Mas que una agrupación de presentaciones, fue una banda de estudio; nos ayudó Willie Maldonado, él produjo el disco ‘Unidad’”, concluyó.

Una bella herencia en peligro

Fernado Llort fue profeta en su propia tierra. Sus artesanías de madera decoradas con casitas blancas de techos rojos, aves, animales del campo, flores, montañas y otros detalles de la campiña pronto fueron admiradas y vendidas, en El Salvador y en el extranjero.

En la década de los años 80, en plena guerra civil, las ventas de los variados productos se incrementaron; la exportación de las artesanías aumentó.

Esta situación alegró mucho al maestro, pues su objetivo de ayudar a otros a través del arte se había logrado.

Y los reconocimientos no tardaron en llegar, siendo uno de los más importantes el Premio Nacional de Cultura, que le fue otorgado en 2013 y el cual, como gesto de gratitud, dedicó y compartió con sus hermanos artesanos de La Palma.

Diez años antes de recibir tan importante distinción, fue nombrado “Hijo Meritísimo de El Salvador”.

Fernando Llort
Su emblemática iconografía embellecen las paredes de casas y establecimientos en La Palma. Foto: EDH

Pero en su vida de artista y de promotor cultural tuvo momentos muy tristes, entre ellos la destrucción de su mosaico “La armonía de mi pueblo”, que con sus más de 2,500 azulejos de vibrantes colores, adornaba la fachada de la catedral metropolitana de San Salvador. Dicha obra fue eliminada a finales de 2011.

Según Juan Pablo Llort Chacón, aún no se sabe a cabalidad si esa acción fue ordenada o avalada por el arzobispo de San Salvador José Luis Escobar Alas. Tampoco se conoció cuáles fueron los verdaderos motivos que llevaron a la remoción de la emblemática obra. De lo que sí está seguro es que la destrucción del mosaico entristeció muchísimo a su papá.

“Fue triste. Él siempre fue un hombre de mucha paz. No fue confrontativo, fue más de pedir explicaciones”, expresa Juan Pablo. “Él decía: ‘fue como que mataran a un hijo’ (…). Fue algo bien difícil y, además, que la misma iglesia lo haya destruido... Nosotros somos católicos, por eso hay sentimientos encontrados en ese sentido. Y él lo manejó con mucha paz”, añade.

El primogénito de los Llort Chacón expresa que entorno a ese lamentable suceso, el cual causó muchísima indignación tanto a nivel nacional como internacional, solo se expresaron justificaciones sin fundamento. Primero se dijo que los azulejos se estaban cayendo y que representaban un peligro para los feligreses, luego, que la obra contenía elementos relacionados con la masonería que no tenían nada que ver con la fe católica. Sobre esto último, Juan Pablo asegura que su padre no formaba parte de esa comunidad.

Una situación similar a la de catedral ocurrió meses después en La Palma, cuando fue borrado un mural de trazos simples ubicado en la fachada del templo católico de esa localidad.

Hoy en día la herencia de Fernando Llort se ve reflejada en infinidad de formas y objetos: desde tazas, camisetas, toallas, cruces y cofres, hasta en los murales que aún se conservan en varios puntos del país, entre ellos el mosaico que adorna el monumento “Hermano bienvenido a casa” (“Hermano Lejano”) e incluso en algunas piezas expuestas en el extranjero.

Fernando Llort
En el taller "El árbol de Dios" ubicado en la colonia Escalón, San Salvador, también se elaboran piezas con el estilo y técnica de Fernando Llort. Foto EDH/Jessica Orellana

Y aunque sigue viva la obra heredada por el artista, están latentes dos peligros: 1. La despreocupación de algunos talleres por mantener los estándares de calidad de las artesanías y 2. La falta de interés por parte de las nuevas generaciones por practicar ese arte u oficio.

“Desde el 2010 ha habido un declive. En algunos talleres de La Palma los estándares de calidad ya no se cuidan. ¡Se están acabando los artesanos! Hay hijos de artesanos que ya no quieren ser artesanos (…) ya hay más comerciantes que artesanos. Hay muy pocos dibujantes”, lamenta Valerio Chacón, uno de los artistas de La Palma.

Por el momento, varios virtuosos de la población y del taller y tienda El árbol de Dios, en San Salvador, continúan esforzándose por mantener vivo ese legado.

Fernando Llort
El artista salvadoreño Fernando Llort, presentó en 2012 a los medios de comunicación su nueva nueva obra que está ubicada en el Monumento del Hermano Lejano en San Salvador y aún se mantiene en el lugar. Foto EDH/Archivo

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