Se llamaba Salvador J. Carazo. Nació en la ciudad de San Salvador, el lunes 14 de octubre de 1850.
Educado en la Escuela Normal local -fundada el 11 de agosto de 1858 por el gobierno salvadoreño, fue puesta bajo la dirección de José Dolores Larreynaga y Fernando San Clemente-, la dudosa eficacia del método lancasteriano instaurado hizo que la misma Gaceta Oficial (tomo 8, no. 37, miércoles 14 de septiembre de 1859, págs. 1-2) denunciara los problemas existentes dentro de ese centro educativo. Quizá debido a ello, su familia lo sacó del país, por lo que fue inscrito en prestigiosos centros educativos de Londres, París y algunas ciudades de Estados Unidos.
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Conocedor de ciencias naturales, culto intérprete de la música de Richard Wagner y Ludwig Van Beethoven, dibujante y caricaturista, su modesto estudio-residencia (ubicado en la antigua calle capitalina de Bolívar, ahora 6ª. calle oriente) guardaba mesas, sillas y estantes repletos de libros, revistas y cajas de pinturas, pinceles y lápices.
Conocedor a profundidad del inglés y francés, tradujo a la lengua castellana a autores como Charles Dickens, Rudyard Kipling y Bill Nay. Sin embargo, su escritor predilecto fue el estadounidense Mark Twain, de quien divulgó algunos trabajos entre el público salvadoreño bajo el título común Cinco selecciones de Mark Twain, publicado por Repertorio salvadoreño (tomo V, no. 1, jueves 1 de enero de 1891, págs. 60-66), revista mensual de la Academia de Ciencias y Bellas Letras de San Salvador.

Quizá sin saberlo, el salvadoreño Carazo fue pionero de la traducción de Twain en el ámbito iberoamericano. De Marcos Twain (sic), la imprenta barcelonesa de J. Roura y A. del Castillo difundió en 1895, en un volumen de 113 páginas, una antología de cuentos del estadounidense, traducida por Joaquín Fontanels del Castillo, publicada bajo el título Cuentos humorísticos. A ese volumen lo siguieron las también antológicas Cuentos humorísticos (Barcelona, Lazcano y Cía., 1901, 240 págs., con traducción de Tomás de M. Graells) y Cuentos escogidos (Madrid, Librería Moderna, 1903, 178 págs.), con traducción del sevillano Augusto Barrado Carrogio y un extenso prólogo del literato y periodista canario Ángel Guerra, seudónimo de José Betancourt Cabrera. Entre 1900 y 1930, los españoles Augusto Barrado Carrogio y José Menéndez Novella (¿?-1925) y el intelectual mexicano Carlos Pereyra (1871-1942) dominarían las traducciones de Twain a la lengua castellana, aunque Menéndez Novella lo haría a partir de versiones intermedias en francés y no de forma directa desde el inglés, como sí lo hizo Carazo.
Tras la revolución liberal de 1871 que llevó al Poder Ejecutivo de El Salvador al mariscal guatemalteco Santiago González Portillo, el país vio un posicionamiento del sector universitario e intelectual en importantes puestos de gobierno, así como amplia apertura para publicar en diversos medios impresos. Se abría la posibilidad de fundar una república de las ciencias y las artes, con amplio predominio del naturalismo y positivismo como corrientes de pensamiento.
En ese contexto, Carazo se escudaba en los seudónimos de Oberón -tomado del celoso duende shakespeareano de Sueño de una noche de verano- y Sigma Yota Kappa -letras griegas clásicas de sus iniciales- para dar a conocer sus crónicas y escritos en periódicos y revistas capitalinas, tales como El Universo (1871), Diario Oficial (1875), El Álbum (revista cofundada por él mismo y por Francisco E. Galindo, 1875), La Linterna Mágica (1883), La Universidad, Vida Intelectual, Diario del Salvador (1895) y su Repertorio.
El martes 1 de enero de 1877, de la Imprenta de La Paz salió el primer tiraje del periódico El Cometa, formada por ocho páginas de contenido científico, literario y de variedades, dirigido por el doctor en jurisprudencia Francisco Vaquero (1848-San Salvador, 04.oct.1928) y con una plana de redactores compuesta por Carazo, Manuel Delgado, Francisco Vaquero, Macario Araujo, Gustavo Guzmán y los doctores Rafael Reyes y Ramón García González. Colaboradores habituales de ese medio fueron el poeta y militar Juan José Cañas, los doctores Darío González Guerra, David Joaquín Guzmán Martorell, Francisco Esteban Galindo, Pablo Buitrago, Luciano Hernández y los licenciados Antonio Guevara Valdés, Ignacio Gómez Menéndez, Isaac Ruiz Araujo, Juan José Bernal y otros. La Imprenta de La Paz fue propiedad de Francisco Mirón y estuvo situada en la calle capitalina de Concepción, actual 3ª. calle oriente. Después fue denominada Imprenta del Comercio, cuando ya era propiedad del educador e impresor dominicano Francisco Mendiola Boza y estaba ubicada en la calle de La Aurora, actual 8a. calle poniente.
El 13 de enero de 1877, Carazo redactó una carta para el Lic. Ignacio Gómez, en la que le acusó recibo del primer ejemplar del semanario La civilización, que el destacado abogado e intelectual salvadoreño cofundara, en la ciudad de Guatemala, con el periodista español Valero Pujol. La misiva fue publicada en la pág. 26 del no. 7 de ese semanario, correspondiente al 12 de febrero de ese año.

Fue nombrado jefe máximo de la Dirección General de Correos y Telégrafos, por decreto ejecutivo del 20 de mayo de 1886. Aunque presentó su renuncia el 9 de marzo de 1887, la Presidencia de la República no se la aceptó sino hasta el 18 de junio de 1894, cuando fue sustituido en ese cargo por el educador cubano Anselmo J. Valdés (La Habana, 01.abril.1825-Guatemala, 30.octubre.1915). Como parte de sus funciones, en marzo de 1889 Carazo suscribió un contrato de servicios profesionales con Nicholas F. Seebeck, representante de la neoyorquina Hamilton Bank Note Engraving and Printing Company, para el diseño e impresión de sellos postales con valores de 1, 2, 3, 5, 10 y 20 centavos y diversos colores, los que comenzaron a circular a partir del primer día de 1890. Para anunciar ese tiraje, en septiembre de 1890 Carazo escribió una carta en inglés a la mesa de redacción del Philatelic Journal of America, lo que sentó un precedente en la historia filatélica salvadoreña.
Socio de la Academia de Ciencias y Bellas Letras de San Salvador (1888), fue amigo de Rubén Darío (1867-1916) durante la segunda estancia del poeta modernista en el territorio salvadoreño (1889-1890). Como muestra de aprecio por él y sus producciones humorísticas, Darío escribió la reseña Retratos al lápiz. Salvador J. Carazo, que publicó en el diario semioficial La Unión (año II, no. 53, sábado 11 de enero de 1890, pág. 2), que estaba bajo su dirección por mandato presidencial del general ahuachapaneco Francisco Menéndez Valdivieso. Cuatro años después, el nicaragüense reprodujo ese breve trabajo en la efímera Revista de América (Buenos Aires, año I, no. 3, 1 de octubre de 1894, pág. 59), de donde lo retomó el periódico literario El Fígaro (San Salvador, tomo I, no. 3, domingo 4 de noviembre de 1894, pág. 28), dirigido por Arturo Ambrogi Acosta (1875-1936):
Retratos al lápiz: Salvador J. Carazo
Salvador Carazo tiene entre los escritores hispano-americanos algo que lo distingue, y es su procedimiento. Salvador es uno de los pocos, de los escasísimos humoristas con que cuentan nuestras letras.
Hay mucho cuentero guasón, hay hasta hábiles 'de esos que llaman de costumbres', que tienen una su gracia falsa que hace reír.
Salvador es artista en su chiste, y conoce a fondo la psicología de la risa. Su gracia no tiene el humor español ni el esprit francés, antes tiene el witz alemán y, sobre todo, el humorismo inglés que los americanos han perfeccionado a tal punto, que hoy forma verdadera escuela, donde descuellan como los mejores conteurs el incomparable Mark Twain, Bill Nay y más de uno de los redactores del neoyorkino Puck.
Luego, Carazo conoce todas las literaturas modernas, sabe varias lenguas europeas y es aficionado a lo raro, a lo nuevo, a lo llamativo. Su apego al exotismo es una verdadera bizarrería. Y en sus escritos y narraciones sabe aprovechar, de una manera graciosamente encantadora, giros extraños, palabras de todos los diablos que encuentra sabe Dios dónde, onomatopeyas cómicas y de un efecto a todas luces chistoso.
Describe muy bien; conoce de detalles artísticos y apropiados; en fin, Salvador es quelquin en la literatura americana. Es un 'original'. En algunos de sus cuentos, la frase es histérica y convulsiva, hace cosquillas con toda seriedad, y en pensamiento va a su objeto, saltando sobre una calzada de adjetivos estrambóticos.

Un volumen de cuentos de Salvador llegaría con buen viento y sería una sorpresa en la América Latina.
En la actualidad, su obra se encuentra dispersa en los periódicos y revistas centroamericanas de su tiempo. Para el caso, su traducción castellana de Un inconforme, del escritor, periodista y crítico francés Albert Abraham Wolff (Colonia, 31.dic.1825-París, 22.dic.1891), fue publicada por el diario El Progreso Nacional (ciudad de Guatemala, año V, tomo XI, no. 792, sábado 19 de febrero de 1898, pág. 2), fundado el 14 de agosto de 1894 por el escritor salvadoreño Joaquín Méndez Bonet.
Pese a escribir mucho, Carazo apenas pudo publicar dos libros: Taracea. Colección de cuentos serios (relatos propios en inglés y español, con algunas traducciones castellanas de textos franceses e ingleses; Santa Tecla, Tipografía Católica, 1895) y Cuatro sargentos y un cabo (novela breve, Sonsonate, Imprenta La Luz, 1895).
Aparte de esas publicaciones, la Sección de Colecciones Especiales del CRAI Florentino Idoate, S. J., perteneciente al campus de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA, Antiguo Cuscatlán-San Salvador) conserva entre su acervo el tomo manuscrito Ensayos. Horas de ocio de un joven del siglo XIX, de 115 páginas, fechado en 1873, sin cubiertas rígidas y con papel amarillento, deteriorado y roto. En dichas páginas, Carazo reunió varios de sus escritos juveniles, consistentes en retratos, cartas y artículos, algunos titulados Visitas de año nuevo, La noche, Las ocurrencias de Juanito, No quiero ser padrino, Reminiscencias, Distingamos, La sangre, El viejo Lovelace y otros más.
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Además, llegó a redactar las novelas breves Los amores de un artillero y La petite Débâcle, así como un extenso ensayo acerca de la risa en muchos países y bajo diferentes aspectos. Con otros ocho libros inéditos, todos esos materiales literarios se encuentran perdidos en la actualidad.
En 1895, sus colegas literarios contemporáneos lo describieron como un hombre de baja estatura, de cuerpo grueso y amplio estómago, dotado con piel sonrosada casi pálida, una gran cabeza sostenida por un cuello corto y delgado, cabellera y barba de color rubio quemado, labios gruesos y bigote. Quince años más tarde, esa estampa personal estaría desdibujada, como impacto de la diabetes.
Por solicitud de la Academia Salvadoreña de la Lengua, en compañía del doctor Santiago Ignacio Barberena en 1909 emitió un informe favorable acerca del Idioma Salvador, creado por el polígrafo Francisco Gavidia gracias al estudio de varias lenguas románicas.
Falleció en su ciudad natal, el miércoles 29 de junio de 1910.
Aunque su trabajo como traductor aún no ha sido recopilado en El Salvador, su aporte en ese campo intelectual ha sido revalorizado en libros recientes, como el Diccionario de la traducción en Hispanoamérica (edición de Francisco Lafarga y Luis Pegenaute, Berlín, Iberoamericana-Vervuet, 2013) y A World Atlas of Translation (edición de Yves Gambler y Ubaldo Stecconi, John Benjamin Publishing Co, 2019).
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