En 1935, el bigote tipo mosca ya era conocido en el territorio salvadoreño, además de las ideas antisemitas y racistas del Führer Adolf Hitler, líder del Partido Nacionalsocialista Alemán, un pintor y exmilitar de bajo rango y escasa presencia durante la Primera Guerra Mundial, encarcelado por sus afanes conspiranoicos. Desde la prisión, gestó los dos tomos de su libro Mein Kampf (Mi lucha, 1920 y 1926), cuyas versiones a la lengua castellana tardarían varios años (1935-1937) en salir publicadas en las ciudades de México, Buenos Aires, Barcelona, Munich y Ávila.
El nazismo alemán y el fascismo italiano eran dos ideologías admiradas por el brigadier salvadoreño Maximiliano Hernández Martínez, gobernante de facto entre diciembre de 1931 y marzo de 1935, para después asumir sucesivos períodos presidenciales tras realizar sendas modificaciones a la Constitución de 1886, gracias a la mayoría que le otorgaban sus diputados del Partido Pro-Patria, una entidad hegemónica y sin oposición, puesto que ella estaba diezmada en el destierro forzoso, la cárcel, el autoexilio o la desaparición.
Hernández Martínez admiraba del nazismo hitleriano y del fascismo mussolinista sus posturas nacionalistas, su lenguaje agresivo fundamentado en el darwinismo social (del que retomaría muchos conceptos racistas contra chinos y otros grupos étnicos asiáticos, así como la designación del jazz como música negroide, entre otras), la glorificación del cuerpo mediante los deportes (por ello, su empuje decisivo al fútbol y su impulso por los III Juegos Deportivos Centroamericanos, en marzo de 1935), la guerra y el servicio militar obligatorio, el culto del líder, el empleo de los medios de comunicación y de concentraciones masivas para adoctrinar e incitar a las masas y el uso del terror represivo desde las entidades policiales y para militares como mecanismo activo de control social.
Hernández Martínez, los fascistas y los nazis mantenían abiertas contradicciones entre sus afanes de modernidad de sus estados con las ideas provenientes del positivismo y del racionalismo. A la idea de implementar tecnologías e investigaciones científicas que incluso posibilitaran el desarrollo de nuevas armas y potenciales viajes a la Luna, los dos regímenes europeos y el salvadoreño se envolvieron en ideas místicas, en reconstrucciones antojadizas de un supuesto pasado heroico y en múltiples especulaciones seudocientíficas. En el caso del brigadier salvadoreño, esas ideas incluso lo llevaron a presenciar el fallecimiento de su hijo Eduardo, un adolescente afectado por peritonitis al que se empeñó en tratar con aguas azules (agua filtrada por rayos solares en botellas de color azul), sin ninguna asistencia médica, al igual que en tratar de combatir una epidemia de sarampión mediante la colocación de papel celofán rojo en cada farola del alumbrado público del territorio nacional.

El nazismo y el martinato compartían también una visión teosófica, fundamentada en las ideas de Helena Pretovna Blavatsky, una rusa afincada en la capital francesa que sostenía que la evolución humana era una sucesión de siete razas y sub-razas, en la que la quinta era la raza aria, la de mayor jerarquía espiritual, cultural para después volcarse a las etapas sexta y séptima en comunión absoluta con la naturaleza. Desde luego, a los ojos de la mística eslava, los judíos eran una sub-raza condenada para siempre por sus materialismos pragmáticos y su racionalismo insultante. Esas ideas fueron fundamentales a la hora de que Hitler escribiera su libro, al igual que lo fueron para los redactores del manual antisemita Protocolos de los Sabios de Sión.
Desde su gobierno dictatorial, el brigadier Hernández Martínez tenía un impresionante aparato de propaganda y sabía usarlo. Difundía charlas diarias de su pensamiento mediante las radioemisoras oficiales y publicaba textos diversos en el Diario Oficial, en su suplemento La República y en su medio impreso patrocinado Diario Nuevo, del que era él en persona y su gobierno eran sus principales accionistas. Mediante esas charlas, el teósofo y brigadier difundía las ideas del nazismo alemán. Incluso, en los cuarteles se enseñaban resúmenes traducidos del libro de Hitler, como lo evidenciaría el cónsul y coronel José Arturo Castellanos desde Europa, cuando la realidad del antisemitismo lo enfrentó a las ideas preconcebidas adquiridas dentro del ejército salvadoreño. Entre otros mitos esparcidos en la sociedad salvadoreña durante décadas perdurarían que el teósofo de San Matías era tan justo que había permitido que se fusilara a su propio hijo por traidor, a la vez que combatía la delincuencia con mano dura (tan sólo en la capital, la Policía Nacional reportaba diez robos diarios durante todo su período) y se negaba a que el país contrajera más préstamos con banqueros o gobiernos internacionales.
Desde su posición como canciller de Alemania en el gobierno de von Hindenburg, Hitler le escribió varias veces al gobernante salvadoreño Prueba de ello son el cruce de cartas oficiales contenido en el Diario Oficial (San Salvador, tomo 118, nos. 30, 33, 37, 98 y 120, miércoles 6, sábado 9 y jueves 14 de febrero, lunes 6 y viernes 31 de mayo de 1935, págs. 261, 285, 326-327, 1118 y 1330. Hay otra misiva más en el tomo 127, no. 192, viernes 8 de septiembre de 1939, pág. 2727). Para algunos quizá esos documentos sean meras formalidades del ceremonial diplomático, pero lo cierto es que encerraban varias situaciones que debieran ser mejor trabajadas por investigadores del presente.
En 1930, El Salvador tuvo una cosecha de café que ascendió a casi las 59 toneladas y exportó el 94.78 %. El destino del 32 % de ese café exportado fue Alemania, Estados Unidos compró el 19% y el restante se lo repartieron países como Italia, Francia y Reino Unido. El monto resultante de esa exportación fue de poco más de 23 millones de colones. Dos años después, la cosecha fue de 39 toneladas, pero el precio de venta se redujo a 12.8 millones de colones como resultado de la crisis bursátil global iniciada en 1929. El Salvador necesitaba de nuevos mercados para vender su principal producto monoagroexportador. Por eso fue que en marzo de 1934 reconoció al imperio títere de Manchukuo, creado por las tropas japonesas de invasión en el noroeste de China. Ese gesto diplomático le abrió las puertas a un mercado potencial de 30 millones de personas y lo acercó todavía más al Japón expansionista y a sus aliados la Italia fascista, la Alemania nazi y la España nacionalista.

Con sus acciones diplomáticas, el brigadier salvadoreño quería marcar terreno a los Estados Unidos de América, a la vez que, en su mente "democrática", ya veía incluido a El Salvador entre las potencias que apenas unos años más tarde constituirían el Eje Berlín-Roma-Tokio y desatarían la Segunda Guerra Mundial en sus frentes europeo, africano y asiático. Pero la realidad le jugó varias pasadas en contra, aunque tuvo ocasión de aprovechar del nazismo el suministro del cónsul y barón Wilhelm von Hundelhausen para dirigir al naciente Banco Hipotecario, la asignación de un militar de alto rango para conducir a la Escuela Militar (ver recuadro) y el obsequio personal de Hitler de una pistola automática Lugger y de sendos vehículos Mercedes Benz y Volkswagen para uso personal del mandatario salvadoreño. Por todo ello, el gobernante salvadoreño no dudó en festejar en Casa Presidencial el cumpleaños del Führer, en la noche del 20 de abril de 1939, a escasos meses de que las tropas nazis asaltaran las fronteras de Polonia e iniciara la Segunda Guerra Mundial.
El incremento de tensiones en el escenario internacional no permitió que El Salvador aumentara sus exportaciones de café. Entre 1936 y 1939, las cifras de toneladas del "grano de oro" enviadas al extranjero se contrajeron, al igual que los precios en colones de esos envíos y, por ende, también se vieron reducidos los ingresos al fisco nacional en concepto de impuestos. El martinato se vio obligado a morderse la lengua y a aceptar préstamos como el que le permitió iniciar la infraestructura del tramo nacional de la Carretera Panamericana, así como el destinado a adquirir nuevo armamento para la defensa continental a las puertas de la nueva guerra global.
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En 1941, el martinato permitió la exhibición de la película El gran dictador, donde su protagonista y director Charles Chaplin parodiaba a Hitler. El 12 de diciembre ese mismo año, la Asamblea Legislativa le declaraba la guerra a la Alemania nazi y se rompían las relaciones diplomáticas y comerciales. Como consecuencia, varios salvadoreños serían trasladados a Ilags o campos de detención de extranjeros de países en guerra, pero sin presencia militar en los teatros de operaciones en el continente europeo. Además, muchos alemanes residentes en El Salvador serían capturados por la Policía Nacional y enviados a campos de detención en diversos estados sureños de los Estados Unidos, mientras el régimen martinista intervenía y administraba sus bienes.
El régimen dictatorial de Hernández Martínez fue derrocado por la Huelga de brazos caídos y la intervención diplomática estadounidense, en mayo de 1944, un año antes de que finalizara la Segunda Guerra Mundial en el frente europeo y se conociera el suicidio del Führer en su búnker berlinés.
El alemán que dirigió la Escuela Militar salvadoreña
Al llegar a El Salvador, el coronel alemán Eberhardt Julius Georg Waldemar Bohnstedt era un curtido veterano. Nacido en Kassel, el 22 de julio de 1886, en 1905 fue teniente en el 12º. Regimiento de Granaderos, antes de incorporarse a la Academia de Guerra (1912-1914) y servir como capitán en el Estado Mayor de la 242ª. División de Infantería durante la Primera Guerra Mundial.
Tras la derrota del imperio austrohúngaro y la firma del Tratado de Versalles, entre 1923 y 1935 estuvo destacado en diversas divisiones y regimientos de Infantería y Caballería hasta 1935, cuando se produjo su retiro con el rango de coronel.
Tres años después, el 24 de abril de 1938, fue contratado como director de la Escuela Militar salvadoreña por el general de brigada y presidente Maximiliano Hernández Martínez, quien también lo ascendió al grado de general.
Bajo su breve dirección -que concluyó en septiembre de 1939-, la academia castrense salvadoreña se profesionalizó, a la vez que se evidenció en sus acciones el influjo de sus ideas nazistas, que posibilitaron la fundación de una sucursal del partido nazi en San Salvador, bajo el nombre de Partido Nazi Salvadoreño.
De vuelta en la Alemania hitleriana a los 53 años, asumió el mando de la 7ª. División de Infantería, asentada en Eslovaquia desde el 30 de septiembre hasta el 1 de diciembre de 1939. Sin intenciones de participar en la maquinaria bélica nazi desplegada por Hitler y sus ayudantes, se retiró del servicio activo. Casado con la prusiana Katharina Westrum (1894-¿?), el general Bohnstedt falleció el 3 de octubre de 1957, en Wiesbaden, República Federal Alemana.
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