Color y pasión: jóvenes de las bandas que llenaron de vida el desfile cívico
Entre trajes de tusa, tambores y sonrisas, la juventud salvadoreña llenó de vida el desfile del 15 de septiembre con pasión, arte y orgullo nacional.
Por
Evelyn Alas
Publicado el 15 de septiembre de 2025
El desfile del 15 de septiembre en San Salvador volvió a ser una fiesta de identidad y orgullo nacional. Jóvenes estudiantes desfilaron con entusiasmo, luciendo trajes artesanales elaborados con tusa y maíz, mientras las bandas de paz y artísticas llenaron de música las calles. Desde la imponente Banda El Salvador hasta la energía de agrupaciones estudiantiles como la Jerusalén Marching Band, cada presentación reflejó disciplina, sacrificio y amor a la patria. Entre trombones, tambores y tubas, la juventud salvadoreña mostró que la independencia no solo se recuerda, también se celebra con cultura, arte y tradición.
La mañana del 15 de septiembre en San Salvador tiene un brillo particular. No se trata solo de las banderas ondeando al viento ni del azul y blanco que tiñe calles y corazones. Es la música la que se encarga de darle alma al festejo patrio, esa que llega desde tambores, trombones, tubas, güiros y congas ejecutados con disciplina y entusiasmo por jóvenes que, entre estudios y sacrificios, se convierten en los verdaderos protagonistas de la fiesta de independencia.
El desfile cívico-militar se vuelve cada año un mosaico de rostros nerviosos, trajes coloridos y notas musicales que se entrelazan con la emoción de la multitud. Y detrás de cada sonido, hay historias que merecen ser contadas.
Elisa Figueroa: un vestido que habla en el idioma del maíz
Entre los destellos de uniformes relucientes y estandartes patrios, un traje llamó especialmente la atención: el de Elisa Esther Figueroa Reyes, estudiante del Instituto Nacional de Comercio.
Su vestido no era cualquier atuendo: estaba confeccionado a base de tusa pintada en tonos amarillo, café y rosado, y una camisa adornada con granos de maíz negro y amarillo. La pieza, elaborada en apenas cuatro días, se convirtió en un símbolo vivo de la riqueza agrícola y cultural del país.
“El traje representa la cultura que nos define como salvadoreños”, dice Elisa con una sonrisa tímida pero firme. Para ella, la independencia no se resume en desfiles ni actos protocolares: es la oportunidad de mostrar al mundo lo que hace único a cada país, a cada persona. “La cultura nos define demasiado”, insiste. Y ella, con su vestido de maíz, parecía recordarnos que la identidad también se viste y se camina.

Edwin Mejía: el bombo y las ampollas que saben a orgullo
El eco grave de un bombo marca el ritmo de la marcha, como un corazón latiendo con fuerza. Ese latido pertenece a Edwin Mejía, alumno de la Escuela Técnica María Teresa Salado, quien encontró en el bombo su instrumento ideal.
“Me gusta cómo se escucha, retumba en el pecho”, explica con entusiasmo. Sin embargo, no todo ha sido fácil: las largas horas de ensayo han dejado huellas en sus manos. “El reto más grande son las ampollas”, admite entre risas, mostrando sus palmas curtidas.
Desde principios de año, Edwin y sus compañeros ensayaron casi a diario, incluso los sábados. Lo que el público ve como unos minutos de espectáculo, para ellos es el resultado de meses de disciplina y constancia. Y cada golpe al parche es también un grito de orgullo: el de un joven que descubrió en la música una forma de identidad.

Rubén Domínguez: el trombón como escuela de vida
Detrás del brillo metálico del trombón, Rubén Alexander Torro Domínguez carga una historia de esfuerzo silencioso. Confiesa que combinar los estudios con los ensayos ha sido uno de los mayores desafíos de su vida estudiantil. “Me costó mucho, pero me siento muy emocionado de estar aquí”, relata con una sinceridad que conmueve.
Rubén no aprendió desde niño; su acercamiento a la música llegó más tarde, ya en la adolescencia. Sin embargo, en apenas tres años de práctica, logró lo que muchos consideran imposible: dominar un instrumento que exige fuerza, precisión y oído absoluto.
En su mirada brilla la emoción de estar allí, en el desfile, entre aplausos y vítores. Para él, el trombón no solo emite notas: es un maestro de disciplina, paciencia y perseverancia.

Cristian: la tuba contra viento y brackets
El Colegio Jerusalén se hace presente con su agrupación Jerusalén Marching Band, y allí se encuentra Cristian, abrazando una tuba tan grande como él mismo. Tocar este instrumento no ha sido sencillo: sus brackets le dificultan ejecutar con libertad.
Te puede interesar: El desfile cívico vibró en el corazón de San Salvador
Pero Cristian no se rinde. Con cada soplo desafía la incomodidad, convencido de que su papel es vital para el conjunto. La tuba, con su sonido profundo, sostiene el peso de la armonía. Y él, con su perseverancia, sostiene también el peso de la tradición. “Ser parte de la banda significa representar a mi institución y a mi país con orgullo”, dice.

Luz: del sonido metálico al latido de las congas
La historia de Luz, integrante de la Banda El Salvador, es un viaje sonoro. Comenzó tocando platos, luego pasó a la güira y finalmente encontró su lugar en las congas. Dos años han bastado para descubrir que cada instrumento la preparaba para el siguiente reto.
“Me siento emocionada de representar a mi país y a mi departamento. Es un orgullo”, afirma con firmeza. Sus manos marcan ritmos afrocaribeños que conectan con lo más profundo del folclore salvadoreño, recordando que la independencia también se celebra en clave de tambor.
Jonathan Vicente: el güiro como herencia de sangre
Desde San Vicente, Jonathan Vicente Vialte Rodríguez llega con su güiro, un instrumento humilde pero esencial. Lo toca desde hace ocho años, y asegura que cada raspado de la calabaza metálica es un acto de amor.
“La emoción es alegría, porque todo músico que toca lo hace con amor, porque siente la música en su sangre”, dice con un brillo en los ojos que no deja lugar a dudas. Jonathan sueña con llegar a ser un gran músico salvadoreño, y su pasión es la mejor carta de presentación.

La música como bandera
Cada uno de estos jóvenes es un retrato de la independencia en su versión más genuina: no la que se firma en un acta, sino la que se canta y se toca en las calles. Entre trajes de tusa, ampollas en las manos, brackets incómodos y años de práctica, todos ellos coinciden en algo: la música los une, los identifica y los hace sentir parte de algo más grande.
El desfile del 15 de septiembre es más que un evento protocolario. Es una lección viva de identidad, un recordatorio de que la patria no se reduce a símbolos en papel, sino que late en cada instrumento ejecutado con amor. Los jóvenes que marchan con sus bandas celebran la independencia, pero también la reinventan, la llenan de ritmo, color y vida.
TAGS: Desfile 15 de septiembre | Desfile del Comercio | Desfiles patrios | Independencia
CATEGORIA: Entretenimiento | Arte y cultura
