Juan José Laínez, el Da Vinci salvadoreño

En la actualidad, la vida y obra de Juan José Laínez Castillo son desconocidas para la población salvadoreña. Estas páginas buscan rendirle homenaje y traerlo de vuelta a la memoria colectiva.

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Ruinas de Izalco, pintura de gran formato hecha entre 1906 y 1908. Foto EDH / Colección Nacional de Pintura, San Salvador

Por Carlos Cañas Dinarte

2019-07-12 9:05:24

Nació en el pueblo de Guacotecti (entonces departamento de San Vicente, ahora de Cabañas), el 28 de enero de 1868, en el hogar de Irene Castillo y el profesor normalista Sotero Laínez Saravia.

En 1871 comenzó sus estudios elementales con su padre, quien también lo inició en el dibujo. Años más tarde, siguió estudios de arte y tipografía con el costarricense Próspero Calderón y Rufino Flamenco, y cerró su aprendizaje con el pintor Miguel Letona (graduado en Filadelfia, EE.UU.) y el litógrafo Teódulo Guevara.

En 1879, ingresó al Instituto Nacional de Cabañas, dirigido por el abogado Dr. Santiago Méndez.
En 1883, se matriculó en el Colegio de Santo Tomás, dirigido por el presbítero Félix María Sandoval y el educador lancasteriano Dr. Guillermo Rojas. Cinco años después obtuvo el bachillerato en Ciencias y Letras.

Recomendado por el abogado y diplomático Dr. Salvador Gallegos, en 1889 ingresó al Seminario Conciliar (San Salvador), donde le fue concedida media beca para sus estudios eclesiásticos. Por sus altos puntajes, pronto le fueron concedidas beca y pensión completas.

Publicó acerca de temas lingüísticos y arqueológicos en Repertorio salvadoreño, el órgano oficial de la Academia de Ciencias y Bellas Letras de San Salvador, inaugurada el 20 de mayo de 1888. Varios de sus artículos causaron sensación local y nacional, en especial tras una fuerte polémica sostenida con el médico alemán Dr. Hermann Prowe, uno de los fundadores de la Compañía de Alumbrado Eléctrico de San Salvador (CAESS).

El artista, educador y gremialista salvadoreño Juan José Laínez Castillo. Foto EDH / Muna

En 1890 fue nombrado subdirector del Colegio de Infantes, fundado por el presbítero Dr. Roque Orellana. Al poco tiempo fue trasladado al Colegio Seminario Tridentino (Santa Tecla), dirigido por el clérigo Toribio Reina. En esa institución de formación eclesiástica, junto con el sacerdote Raimundo Lazo elaboraron el plan de estudios para los años venideros.

Visitante asiduo de la casa sonsonateca de los hermanos Dres. Rubén y Abraham Rivera, en 1890 ingresó a su Sociedad Literaria de Sonsonate, donde conoció a Rubén Darío.

Aquejado por problemas económicos, en febrero de 1891 abandonó el Seminario y asumió la subdirección del Colegio de San Agustín, fundado en la urbe sonsonateca por el educador y poeta Carlos Arturo Imendia Sigüenza.

En 1892 fue subdirector de la Escuela de Varones de Izalco, dirigida por su padre.
Al año siguiente, regresó al Seminario Tridentino. Concluyó sus estudios en 1894, pero se negó a recibir las órdenes mayores para convertirse en sacerdote. Permaneció dentro del claustro, impartió cinco cátedras diarias y se adentró en el estudio de la apologética y exégesis, la anatomía y la perspectiva y las obras de santo Tomás de Aquino.

Su celda de monje estaba repleta de libros y revistas, aparatos eléctricos y ópticos, caballetes para dibujo y pintura y elementos para fotografía.

Poco a poco, su nombre y sus alias Hugo León Foster y H. L. Foster hicieron presencia en la intelectualidad centroamericana. Junto con un Curso práctico de raíces griegas y latinas y una Instrucción técnica para policías, sus escritos literarios y científicos eran divulgados por muchos periódicos y revistas, como el ya citado Repertorio salvadoreño, La universidad, Revista del progreso, La juventud salvadoreña, El pueblo católico (en el que publicó un ensayo de novela, La última lágrima), La unión -el diario fundado en San Salvador por Rubén Darío (1889-1890)-, La quincena y Actualidades.
En 1895, salió del Seminario para desempeñar el cargo de inspector de escuelas públicas primarias por varias localidades del país, sin que luego lograra que le pagaran los salarios devengados.

Tras ese fracaso económico, aceptó la dirección de la Escuela de Varones de Sensuntepeque, con un bajo sueldo mensual. Por esa razón, recibió un sobresueldo, que le era entregado personalmente por el benefactor Dr. Fermín Velasco. Fundó los torneos escolares de esa localidad, en los que participaban diversos centros educativos de esa región nacional.

Radicado en San Salvador debido a los achaques de sus ancianos padres, se desempeñó como subdirector del Colegio de Santo Tomás, dirigido por su amigo y compañero presbítero Raimundo Lazo.
Aceptó la subdirección del Colegio de San Juan Berchmans, que era dirigido por el presbítero Juan Antonio Dueñas, futuro arzobispo de San Miguel, y para el que elaboró un mapa en relieve de El Salvador, que años más tarde ingresó al catálogo del Museo Nacional.

El médico, historiador y diputado Dr. Alberto Luna mocionó, en 1896, para que el gobierno le concediera una beca al joven Laínez Castillo y realizara estudios de arquitectura, etnografía, escultura y pintura en el colegio parisino de San Sulpicio y en la casa romana Rossi. El Poder Ejecutivo, encabezado por el general Rafael Antonio Gutiérrez, aprobó la idea y suscribió el decreto correspondiente. El viaje prometido jamás se produjo.

“La escuela”, pintura alegórica hecha hecha al pastel por Laínez Castillo. Foto EDH / Biblioteca del Muna

En 1896 asumió la redacción y dirección de la Revista del progreso, fundada por el Dr. Alberto Luna, quien se encontraba enfermo.

Corrector de pruebas en la Imprenta Nacional (1897), al año siguiente emprendió un viaje de exploración por Honduras. Visitó Copán, Candelaria, el peñol de Coyocutena, el lago de Yojoa y San Francisco, cerca de Siguatepeque. Ejerció labores docentes en la escuela local, a la que dotó de muebles y murales didácticos, pintados por él mismo, desarrolló un observatorio meteorológico y ofreció clases de gimnasia, dibujo y modelado e instauró la fiesta de la Bandera, para la que escribió un himno escolar de dos estrofas, musicalizado por el colombiano Felipe Ureta.

Tras recorrer Tegucigalpa, Comayagua y las minas de Opoteca, abandonó Honduras y se trasladó a Sensuntepeque, donde en 1899 asumió la subdirección del Liceo de San Luis.

En 1900 regresó a San Salvador, debido a la grave enfermedad de su padre, quien fallecería al año siguiente. Fue contratado por el presbítero Carlos Baschab, quien lo llevó a Santa Ana para que organizara el Liceo Santaneco, donde permaneció por poco tiempo, debido a la afección terminal de su madre, quien moriría en julio de 1902.

De regreso en Santa Ana, ofreció clases de arte, abrió un taller de pintura y ampliación de retratos y se dedicó a la organización gremial de los obreros y artesanos. Con Imendia Sigüenza fundaron la Sociedad Unión de Obreros, cuyo discurso inaugural escribió y pronunció el propio Laínez Castillo, quien también redactó el reglamento interno y fundó la biblioteca, el periódico y las colecciones mineralógicas de esa entidad.

Entre 1904 y 1906, mantuvo abierta su escuela santaneca de dibujo y pintura. También se dedicó a trazar y realizar las decoraciones del teatro local, junto con su amigo artista Pascasio González Erazo. Además, pintó y decoró el Casino Militar Centroamericano.

Redactor de El demócrata, fue profesor de los colegios El Porvenir y Liceo Santaneco, dirigidos, respectivamente, por Fidelina Sotomayor y por el intelectual costarricense Carlos Gagini (1865-1925).
El 21 de febrero de 1906 contrajo matrimonio con Juana López Quintanilla, con quien procreó varios descendientes. En este mismo año, compró una imprenta y fundó el semanario femenino ABC, cuya dirección le encomendó a la escritora santaneca Florinda B. González de Chávez (1879-1952).
De esta época datan dos de sus pocas pinturas existentes: Ruinas de Izalco y Erupción del lago de Ilopango, óleos de 149 por 232 cm que ahora pertenecen a la Colección Nacional de Pintura del Ministerio de Cultura.

Pintó los murales didácticos de historia natural, geografía y cosmografía de la Escuela de Varones no. 2 (Santa Ana) y del Colegio de Señoritas (Chalchuapa), encargados por el general Nicanor Fonseca, presidente de la Junta Departamental de Educación de Santa Ana.

En 1907, se trasladó a San Salvador, donde fundó Omega, un taller mixto de tipografía, fotografía, pintura, ampliación de retratos y servicios de decoración de edificios. Fue contratado por el Dr. Hermógenes Alvarado P. para pintar y decorar el paraninfo de la Universidad, localizada entre 1879 y 1955 en la manzana occidental frente a la Catedral capitalina.

En 1909 se radicó en San Vicente. Fue subdirector del Colegio de Santo Tomás y director de la sección industrial anexa, que no prosperó por falta de fondos. Desencantado, abrió de nuevo su taller de fotografía y pintura y fundó la Sociedad de Obreros Amigos, a la que organizó, reglamentó y dotó de una caja mutual de ahorros.

Pintado hacia 1906, este óleo de gran formato refleja la erupción del lago de Ilopango entre 1879 y 1880. Foto EDH / Colección Nacional de Pintura, San Salvador.

En su nuevo taller, pintó una galería de vicentinos ilustres para el salón de honor de la municipalidad local, de la que llegó a ser regidor y desde cuyo accionar político se opuso tesoneramente a la vigencia del tratado Castrillo-Nox, promovido por el gobierno nicaragüense.

En 1910 fue electo diputado. Promovió la reforma educativa primaria y secundaria, pero sin encontrar apoyo. Reelecto al año siguiente, impulsó una ley contra los accidentes de trabajo.

Designado Pagador Militar en 1912, el 29 de junio de ese mismo año fue nombrado secretario de la Dirección de Educación Pública Primaria.

En febrero de 1914, el gobierno le asignó la máxima jefatura de la Dirección General de Educación. Promovió la formación de un museo pedagógico-histórico, pero no pudo hacerlo realidad, por falta de recursos.

Hombre de pocos amigos y de muy escasas visitas, fue miembro del Ateneo de El Salvador, Comisión Bibliográfica, Academia Cervantes (hoy Academia Salvadoreña de la Lengua), secciones pedagógica e histórica de la Academia de Ciencias de París, etc.

En 1922 fue afectado por un accidente cerebrovascular con parálisis neuromotora. Vivió pobre hasta su muerte, ocurrida en la ciudad de San Salvador, el 29 de noviembre de 1937. Su pensión mensual de 93.75 colones no le fue transferida por el gobierno ni a su viuda ni a sus hijos. Su obra literaria y artística nunca ha sido reunida.