La economía de cuidados, la carga invisible que sostienen las mujeres
El trabajo de cuidados sostiene la vida y la economía, pero sigue recayendo en las mujeres, sin reconocimiento ni remuneración justa.
Por
Evelyn Alas
Publicado el 13 de septiembre de 2025
La economía de cuidados, conformada por el trabajo doméstico y de atención a niños, personas mayores o dependientes, es esencial para el bienestar social y económico. Sin embargo, la mayor parte de estas tareas sigue recayendo en las mujeres, en su mayoría de forma no remunerada e invisibilizada. Según la CEPAL, si este trabajo se contabilizara, aportaría hasta un 25% del PIB en algunos países de la región. Urge reconocer, redistribuir y valorar los cuidados para cerrar brechas de género y avanzar hacia sociedades más justas e inclusivas.
En las últimas décadas, los debates sobre igualdad de género han puesto sobre la mesa un tema que, aunque siempre ha estado presente en la vida cotidiana, rara vez se reconoce en términos económicos: la economía de cuidados.
Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), se trata del conjunto de actividades, tanto remuneradas como no remuneradas, que garantizan la reproducción de la vida.
Cuidar a los hijos, acompañar a las personas mayores, atender a quienes están enfermos o con discapacidad, y realizar las labores domésticas que mantienen en funcionamiento un hogar son tareas indispensables, pero históricamente invisibilizadas.
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El concepto de economía de cuidados busca justamente darles un valor, reconocer su importancia para el desarrollo social y económico de los países, y al mismo tiempo cuestionar la distribución desigual de estas responsabilidades. Y es que la mayor parte de esta carga recae en las mujeres, lo que se traduce en desigualdades profundas en su acceso a la educación, al empleo y a la seguridad social.
El peso desigual sobre las mujeres
De acuerdo con datos de la CEPAL, las mujeres realizan entre el 70% y el 80% del trabajo de cuidados no remunerado en la región. Esto significa que, en promedio, dedican varias horas al día a actividades que, aunque esenciales, no son reconocidas ni en términos económicos ni en los sistemas de protección social.
La secretaria ejecutiva de la CEPAL, Alicia Bárcena, lo resumió con contundencia: “El trabajo de cuidados es la base de nuestras sociedades, pero mientras siga recayendo desproporcionadamente en las mujeres, seguirá reproduciendo desigualdad y exclusión”.
En países como El Salvador, esta realidad es aún más marcada. Estudios de la Dirección General de Estadística y Censos (DIGESTYC) señalan que las mujeres trabajan hasta tres veces más horas que los hombres en cuidados no remunerados. Esta carga se suma, en muchos casos, a empleos asalariados mal remunerados, creando lo que se conoce como la “doble jornada”: una combinación de trabajo formal y trabajo doméstico que deja poco espacio para el descanso, el desarrollo profesional o la participación social.

El aporte invisible al PIB
Uno de los argumentos más contundentes para visibilizar la economía de cuidados es su impacto económico real. Aunque no aparece en las cuentas nacionales, se calcula que si el trabajo doméstico y de cuidados no remunerado se contabilizara, podría representar entre el 15% y el 25% del Producto Interno Bruto (PIB) en países de América Latina.
El problema es que, al no reconocerse, este aporte no se traduce en derechos. Muchas mujeres que dedican su vida entera a cuidar llegan a la vejez sin pensiones, sin seguridad económica y en condiciones de vulnerabilidad.
ONU Mujeres ha advertido en múltiples informes que “las mujeres están subsidiando con su tiempo y su trabajo la economía global”, una afirmación que pone en evidencia cómo la desigualdad estructural se sostiene sobre el esfuerzo invisible de millones de cuidadoras.
Brechas de género y exclusión laboral
La sobrecarga de cuidados también explica parte de las brechas laborales entre hombres y mujeres. Quienes tienen a su cargo hijos pequeños o familiares dependientes enfrentan más dificultades para acceder a empleos formales, para trabajar jornadas completas o para ascender en sus carreras profesionales.
Las estadísticas muestran que la participación laboral femenina en la región es más baja que la masculina, y que la informalidad afecta con mayor intensidad a las mujeres. Muchas optan por empleos de medio tiempo o en sectores precarios porque son los que les permiten compatibilizar con sus responsabilidades familiares. El resultado es una menor estabilidad laboral, salarios más bajos y menos cotizaciones para la seguridad social.
Políticas públicas en construcción
Ante este panorama, varios países de América Latina han empezado a impulsar políticas públicas enfocadas en la creación de sistemas nacionales de cuidados. Estas iniciativas buscan redistribuir las responsabilidades mediante servicios públicos accesibles y campañas de corresponsabilidad que promuevan la participación de los hombres en las tareas domésticas.
Uruguay y Costa Rica son pioneros en la región, con sistemas que incluyen guarderías, centros de atención a adultos mayores y programas de apoyo a personas con discapacidad.
En El Salvador, se han dado algunos pasos, como la discusión sobre un Sistema Nacional de Cuidados que involucre al Estado, al sector privado y a la sociedad civil. No obstante, todavía falta una estrategia integral que garantice servicios suficientes y accesibles para toda la población.
El reto es doble: por un lado, se necesita inversión pública sostenida que reconozca al cuidado como un derecho; por otro, se requiere un cambio cultural profundo que desnaturalice la idea de que el cuidado es una responsabilidad exclusiva de las mujeres.
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Historias que sostienen la vida
Más allá de las cifras, la economía de cuidados tiene rostro humano. Son las madres solteras que sostienen a sus familias sin descanso, las abuelas que se hacen cargo de los nietos mientras sus hijas trabajan, las mujeres que cuidan a familiares enfermos sin recibir remuneración alguna.
María López, una cuidadora de 56 años en San Salvador, lo resume con sencillez: “He pasado toda mi vida cuidando a mis hijos, a mi madre enferma y ahora a mis nietos. Nunca recibí un salario por eso, pero sin mi trabajo la familia no habría salido adelante”. Sus palabras reflejan lo que viven millones de mujeres en silencio.
La economía de cuidados es la base sobre la cual se sostiene el funcionamiento de las sociedades, pero su invisibilización ha perpetuado desigualdades históricas. Reconocer su valor, redistribuir las responsabilidades y garantizar servicios de apoyo no solo es un acto de justicia con las mujeres, sino también una estrategia para construir economías más inclusivas y sostenibles.
Mientras no se avance en esa dirección, millones de mujeres seguirán cargando con un peso que sostiene la vida de todos, pero que rara vez recibe el reconocimiento que merece.
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