Cuando la lucha libre salvadoreña se enfrentó a su propia caída
En los años 50 y 60, la lucha libre profesional fue casi tan popular como el fútbol en el país. Ídolos nacionales y combates hicieron este deporte un fenómeno
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elsalvador.com
Publicado el 23 de agosto de 2025
Antes de que el fútbol dominara la escena, la lucha libre fue uno de los espectáculos más populares en El Salvador durante los años 50 y 60. Todo comenzó en el gimnasio Jim London, con Salvador Guandique y el “Turco Ocón”, y alcanzó su auge con la Arena Metropolitana, impulsada por Jorge Panameño y la familia Esmahán. Ahí brillaron figuras como Tony Jackson, El Bucanero y El Demonio Azul, además de íconos mexicanos como El Santo y Huracán Ramírez. Con transmisiones televisivas y películas, la lucha se volvió fenómeno cultural. Su declive llegó en los 70, pero su legado persiste.
Antes de que el fútbol acaparara todas las pantallas, graderíos y titulares, la lucha libre profesional tenía un lugar privilegiado en el corazón de los salvadoreños. Entre saltos mortales, máscaras brillantes y personajes entrañables, este espectáculo se convirtió en uno de los más seguidos del país durante los años 50 y 60.
Todo arrancó en el gimnasio Jim London, en San Salvador, donde Salvador Guandique formaba atletas en lucha olímpica y grecorromana. Fue allí donde el mítico “Turco Ocón”, un luchador salvadoreño que venía de México, empezó a reclutar jóvenes con potencial para el deporte.
Con el impulso del promotor Jorge Panameño —quien trajo al país la franquicia oficial del Consejo Mundial de Lucha Libre mexicano— y el respaldo de la familia Esmahán, se construyó en el barrio Concepción la Arena Metropolitana, la catedral de la lucha libre salvadoreña. Todos los sábados por la noche, hasta mil personas llegaban al lugar a ver duelos cargados de adrenalina, técnica y espectáculo.
Fue ahí donde surgieron los grandes locales: Tony Jackson, El Bucanero, La Sombra, El Demonio Azul, El Mongol, El Apache, El Gran Chema, El Zas I, entre otros. Los combates eran una mezcla perfecta de deporte y teatro: topes “suicidas”, candados al cuello, vuelos desde la tercera cuerda, piquetes a los ojos y hasta mordidas en las manos.
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Además, antes de que los partidos de fútbol se transmitieran por televisión, ya las funciones de lucha libre llegaban en vivo a los hogares salvadoreños con la inconfundible narración de Miguel “Miguelito” Álvarez (QDDG), una voz que hoy permanece en la memoria colectiva.
Y entonces ocurrió lo que muchos no creerían hoy: El Santo, el legendario “enmascarado de plata”, luchó en El Salvador. Lo hizo en pareja con Tony Jackson para enfrentarse a Gory Casanova y El Bucanero, en una pelea épica que quedó grabada en la historia. También pasaron por la Arena Metropolitana otros íconos mexicanos como Huracán Ramírez, Chanoc, Médico Asesino, Black Shadow, Sugi Sito y muchos más.
El furor era tal que incluso se hablaba de teorías como que Pedro Infante era El Santo bajo la máscara, rumor que hasta Mario Moreno “Cantinflas” llegó a creer… y a apostar.
La afición no solo seguía los combates en vivo, también llenaba las salas de cine para ver películas protagonizadas por estos luchadores, quienes compartían escena con leyendas como Javier Solís y Cantinflas. La lucha libre era un fenómeno mediático, cultural y social.
Pero como todo auge, llegó su declive.

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Pelea fuera del ring
A finales de los 60, los luchadores comenzaron a exigir una parte justa de los ingresos por patrocinios y derechos televisivos. Mientras el promotor se beneficiaba de todos los acuerdos comerciales, los atletas solo recibían un porcentaje de la taquilla. Liderados por Tony Jackson y El Bucanero, formaron un sindicato y rompieron relaciones con la promotora.
La disputa marcó el fin de la Arena Metropolitana. Los luchadores intentaron llevar el espectáculo al interior del país y sostenerlo por su cuenta, pero sin éxito duradero. En los 70, El Vikingo intentó revivir la disciplina con apoyo de una franquicia traída desde Puerto Rico, y funciones grabadas en Canal 4, pero el entusiasmo ya no era el mismo.
Aun así, muchos luchadores salvadoreños dejaron huella más allá del país. Tony Jackson y El Demonio Azul brillaron en la Arena Coliseo de México, mientras que El Olímpico y El Mongol destacaron en EE. UU. y Puerto Rico. Otros, como el brasileño The Tempest, se volvieron ídolos del público salvadoreño tras enfrentar a Chanoc en una pelea por el título de América… y por la máscara.
Hoy, aunque el espectáculo ya no tiene el mismo alcance, su legado resiste en la memoria de quienes vivieron aquella era de gloria, sudor, máscaras y lances imposibles. Una época donde la lucha libre no era solo entretenimiento, era parte de la identidad popular salvadoreña.

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