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Los últimos artesanos del barro negro en El Salvador

Evarista, Salvador, Julia y Serbelio son cuatro de los habitantes de Guatajiagua que mantienen viva la tradicional artesanía. En esta población de origen lenca, mujeres y hombres adultos conservan el legado de sus antepasados entre dificultades económicas y la indiferencia de los más jóvenes.

Por Lilian Martínez | Abr 16, 2022- 21:30

Foto EDH / Menly Cortez

Evarista tuvo seis hijos. A sus 83 años ya no se levanta a las 4 de la madrugada como otras artesanas en el barrio El Calvario de Guatajiagua. Sin embargo, a las 8 de la mañana, después de bañarse y desayunar, es posible encontrarla con las rodillas dobladas sobre el suelo, hundiendo sus manos y antebrazos en una pesada bola de barro aún fresco. Ahí, las manos embarradas de Evarista despliegan su agilidad, su fuerza y delicadeza.

Poco a poco, la bola de barro se va convirtiendo en la base de lo que será una incipiente olla que deberá reposar hasta el día siguiente, ser alisadas, seguir secándose, y, finalmente, adquirir firmeza al calor del horno artesanal, alimentado con la madera que lleva Salvador Hernández, uno de los hijos de Evarista. Él también ayuda a aplicar el nacascol, colorante natural con que son bañadas las artesanías y que les da el tono oscuro característico.

Evarista Hernández inicia el trabajo amasando con fuerza el barro que ha estado reposando en guacales plásticos. Foto EDH / Menly Cortez

“Aquí vivimos unas 800 personas en el barrio El Calvario y somos lencas”, asegura Salvador. Durante la cuarentena general de 2020, a lo largo de 80 días, los artesanos de Guatajiagua tuvieron dificultades económicas debido a que no podían salir a comercializar sus productos, recuerda Salvador. La dureza de esos días ha pasado, pero se enfrentan otras dificultades.

En El Calvario no todas las mujeres que dan forma a comales y ollas venden sus productos cocidos. Julia Pérez Campos, de 70 años, es una de ellas: “Yo vendo el comal crudo. No tengo quién me jale leña”, explica. Por eso vende cada comal a $1. El comprador es un intermediario que sí tiene dónde hornear el producto y que, lógicamente, lo revende a un mejor precio.

Varios comales aún sin hornear, en el barrio El Calvario, son colocados en un la cama de un pick up para que los lleven a una casa que sí tiene horno.
Foto EDH / Menly Cortez

Julia explica que para conseguir el barro con el que elabora los comales le paga un mozo para que vaya en el transporte que provee la alcaldía hasta el terreno privado de donde se extrae la materia prima. “Yo pago la comida del mozo y la alcaldía paga la entrada al terreno y la traída. El barro dura seis meses”, explica la artesana. Salvador Hernández asegura que en la actual temporada han pagado $5 por el quintal de barro por el que antes pagaban $2.

El programa de la alcaldía “Ayuda de materia prima al artesano” provee de barro a 500 familias. El alcalde Mauricio Benítez explicó que el programa tiene un presupuesto de $30,000. Con ese dinero, la alcaldía manda camiones al terreno privado donde se encuentra el barro gris oscuro que luego los artesanos convertirán en comales, ollas, cacerolas, cántaros, vasos y candelabros de color negro tras un largo y arduo proceso.

Salvador derrama nacascol, el tinte natural que oscurece más el barro. Foto EDH / Menly Cortez

Benítez explica que en busca de que los artesanos vendan sus productos a un mejor precio y en mayor cantidad, se han dado capacitaciones donde estos han aprendido a decorar sus artesanías y hacer otro tipo de utensilios. Ni moldes ni tornos Serbelio Vásquez, artesano creador de la figura del tlameme de barro, ve en esos talleres un riesgo: “Cuando nosotros lleguemos a aprender a hacer cosas en molde o en torno, ya estamos transculturizados”.

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Vásquez teme que cuando se pierda la originalidad de las artesanías de barro negro de Guatajiagua estas “ya no se va vender”. Desde su punto de vista, la población de este municipio ha mantenido durante años el legado de sus antepasados. “Pero déjeme decirle que es un patrimonio que no es rentable, porque todo es barato para vender, pero para hacerlo todo es caro”, advierte.

Mabel Pérez, hija de Julia, prepara las tortillas para el almuerzo en uno del so comales elaborados por su mamá. Foto EDH / Menly Cortez

Vásquez explica que la elaboración de las piezas de barro lleva un proceso muy largo: “Las piezas no se pueden hacer rápido, sino que tienen unos tiempos y eso depende del clima también, del sol o del invierno, para que una pieza se pueda seguir elaborando”. Por eso considera que la artesanía no es rentable para vivir de ella, pero se sigue elaborando porque es el legado de sus ancestros.

Este artesano, quien ya no puede elaborar el tlameme de barro debido al Parkinson, sueña con que Guatajiagua tenga una Escuela Taller Vocacional, donde los jóvenes puedan aprender la elaboración de artesanías de barro de forma manual, tal y como Evarista, Julia y cientos de mujeres más aún las elaboran. Vásquez ha compartido esa idea con cuando alcalde ha tenido Guatajiagua, pero lamenta que ninguno la haya implementado.

Foto EDH / Menly Cortez

En el barrio El Calvario, donde Salvador tiñe con nacascol las ollas y platos que ha elaborado su madre, no se ve mujeres jóvenes trabajando el barro. Solamente mujeres adultas y adultas mayores. Salvador, quien también dirige la Asociación de la Comunidad Lenca de Guatajiagua, lamenta: “Los jóvenes no quieren aprender. Ahora solo quieren estar así”, dice bajando la cabeza y haciendo el gesto característico de quien revisa la pantalla del celular.

Pese a ellos, Serbelio insiste en que una escuela taller, no solo serviría para conservar la tradición de las artesanías de barro negro, sino también para enseñar lenca a los más jóvenes.

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