"La era del rock" vibró con teatro musical lleno de grandes hits, risas y drama
Durante tres noches, Lolek activó luces, sonido y talento salvadoreño para contar los sueños y conflictos que se entrelazan en La era del rock.
Por
Lissette Figueroa
Publicado el 24 de noviembre de 2025
La era del rock transformó el Teatro Luis Poma en un viaje a 1987 con música en vivo, voces poderosas y una historia que celebra sueños, identidad y talento salvadoreño. Durante cinco funciones, artistas emergentes y con trayectoria conectaron con vos a través de clásicos del rock y una puesta en escena vibrante. El musical destacó el trabajo creativo del backstage, donde dirección, producción y equipo técnico sostienen cada momento. También brillaron historias personales del elenco, que mostraron crecimiento y entrega. La era del rock confirma que en El Salvador se hace teatro musical con pasión y orgullo nacional siempre.
El 21, 22 y 23 de noviembre, el Teatro Luis Poma de San Salvador se convirtió en Bourbon Room y en la Sunset Strip por dos horas y media, para darle vida al musical La era del rock.
El escenario recibió la actuación, el canto, la música y el baile de un grupo de artistas emergentes y otros con más trayectoria, para que los asistentes se transportaran a 1987: la época del cabello con volumen, donde se perseguían los sueños y se defendían convicciones.
En cinco funciones, La era del rock, producido por Lolek Musical Theatre Production Company con licencia de Concord Theatricals, llevó al escenario a puro talento salvadoreño: una banda en vivo con cuatro músicos y 13 actores que crean una conexión con el público desde el primer momento.
Adri Cortez, directora vocal y, en su papel de Lonny Barnett, una rockera que trabaja en el Bourbon Room, abre la función para establecer la interacción cercana que se mantendrá en toda la función con los espectadores en la sala del Poma.

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Luego de esa primera escena, la trama fluye conociendo a Dennis Dupree, el dueño del Bourbon Room, interpretado por Bryan Lestrange; a Drew Boley, un joven que sueña con ser rockstar, y a Sherrie Christian, una chica que encaja en el estereotipo de small town girl, yéndose de casa para ser actriz en una gran ciudad. Gabriel Pinto y Samara Manzano toman estos papeles y dan vida a las aventuras del romance que inicia en el bar.

Pero las grandes historias no giran solo en torno al amor. En paralelo, la alcaldesa desata el otro gran detonante de la trama: ceder un permiso para construir un centro comercial por intereses económicos en Sunset Strip, demoliendo negocios de la zona, incluido el icónico bar Bourbon Room.
Acá, el primer acto se musicaliza con clásicos que cuentan perfectamente lo que sucede: Just Like Paradise, We’re Not Gonna Take It, We Built This City, Here I Go Again y un par más.

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Todo esto acompañado de una banda en vivo: Kiko Arteaga en el piano y director musical; Mauricio Calderón como bajista; Daniel Sánchez en la batería, y Francisco “Chaza” Arteaga como guitarrista.
Y no solo musicalizan cada momento: también se integran, desde en medio del escenario, a las actuaciones principales, siendo aquellos personajes que ven lo que ocurre y tienen reacciones genuinas a ello.

En el segundo acto los conflictos se resuelven, pero la energía de quienes están en la tarima, los de backstage, la directora, Ale Pinto, y la productora, Alexia Funes, se mantiene arriba.
Las siluetas que observan la historia se mueven y emocionan al ritmo de The Final Countdown, Can’t Fight This Feeling y Don’t Stop Believin’.
En las butacas se escuchan risas de complicidad y de aceptación que, sin duda, provienen de un salvadoreño. La era del rock, aunque ambientada en Los Ángeles, está tropicalizada a nuestro país: desde el lenguaje voceado hasta menciones a bandas como Prueba de Sonido o Grupo Algodón.
Además, el traer al diálogo la canción “Hacer nuestro el universo” y la ciudad adonde regresa el personaje Alemán —Berlín… en Usulután— compagina bien con el guion que entregan a la ovación local.
El rock 'n roll del backstage
Si el escenario es el corazón de La era del rock, el backstage es su pulso constante: el lugar donde las ideas se encienden, las emergencias se apagan y la magia del musical toma forma mucho antes de que el público ocupe su asiento.
Para Ale Pinto, este proyecto llegó con dos retos que se convirtieron también en dos regalos: su debut como directora de un musical y su primera experiencia diseñando las luces de un espectáculo de principio a fin. Un trabajo minucioso que, según cuenta, nació con un objetivo claro: “invitar a la audiencia a sumergirse en un concierto de rock”.
Todo ese proceso —conceptualización, diseño y afinación— se sostuvo en un elemento esencial: la partitura musical, la guía emocional de cada escena. Y, por encima de todo, en el trabajo en equipo.

Detrás de cada función, Alexia Funes sostiene el músculo logístico de un musical complejo, vibrante y emocional como este. Para ella, la música es un puente que une generaciones y, en este caso, también un equipo lleno de “primeras veces”.
Una de esas primeras veces la vive Carmen Sandoval, asistente de dirección, quien descubrió en este musical el reto —y el privilegio— de coordinar un espectáculo que respira en tiempo real. Su labor sucede lejos de las luces, donde cada decisión debe tomarse con precisión y humanidad, siendo el puente entre la directora, la producción, el elenco y el equipo técnico.
Carmen describe el backstage como un universo vivo, y ahí están alrededor de 20 personas. Allí se activan micrófonos que no suenan a tiempo, se resuelven entradas que cambian en el último segundo y se apagan pequeños incendios que el público jamás imagina.

Pero más allá de la velocidad y la adrenalina, para ella la mayor satisfacción está en ver cómo un ensayo en un salón se transforma en un escenario vibrante. Ese momento en el que todo lo trabajado —las voces, la energía, el guion, las coreografías— cobra vida frente a una sala llena, es el recordatorio de que el esfuerzo silencioso también forma parte de la magia del teatro.
Las historias que nacen sobre el escenario
En La era del rock, cada función también lleva consigo la historia de quienes la interpretan. Para Daniel Blanco (Johnny Primo), el musical representó un salto enorme: una audición desafiante, un papel que exige energía total y la oportunidad de crecer en teatro musical apenas un año después de haber iniciado en este mundo.
Para Samara Manzano (Sherrie Christian), esta fue su primera experiencia como protagonista después de casi una década formándose. Enfrentó un reto vocal y emocional que la llevó a descubrir una nueva confianza escénica, encontrando en Don’t Stop Believin’ el momento que mejor resume la fuerza del elenco.

Ambos coinciden en algo: que el público se vaya orgulloso del talento nacional. Porque en cada función, además de rock, baile y humor, hay un recordatorio poderoso, según los actores: en El Salvador también se hace teatro musical con pasión y profesionalismo.
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