Karla Valle borda los Cuentos de Cipotes en el MUPI
La artista salvadoreña Karla Valle presenta en el MUPI sus bordados inspirados en Cuentos de Cipotes, un homenaje desde la diáspora a Salarrué.
Por
Lissette Figueroa
Publicado el 19 de octubre de 2025
La artista salvadoreña Karla Valle, radicada en Oregón desde hace más de 30 años, presenta en el Museo de la Palabra y la Imagen (MUPI) una exposición de bordados inspirados en Cuentos de Cipotes, de Salarrué. Cada pieza, trabajada a mano durante una década, reinterpreta las ilustraciones originales de Maya y celebra la identidad cultural salvadoreña desde la diáspora. El proyecto forma parte del esfuerzo del MUPI por visibilizar el talento de artistas fuera del país. Valle donó sus obras al museo, como un gesto de amor y reencuentro con sus raíces y su gente.
El Museo de la Palabra y la Imagen (MUPI) abrió recientemente sus puertas a una exposición singular: una muestra que combina memoria, identidad y arte textil. La artista encargada de esa nueva exposición es Karla Valle, una salvadoreña de la diáspora nacida en Santa Tecla, La Libertad, y que emigró a Oregón, Estados Unidos. Desde ahí ha tejido por más de una década un diálogo entre la nostalgia y la herencia cultural. Sus bordados reinterpretan las ilustraciones hechas por la hija de Salarrué, Maya Salarrué para el clásico literario Cuentos de Cipotes, en una propuesta que une generaciones, territorios y sensibilidades.
“Soy salvadoreña de nacimiento, tercera generación de tecleñas”, dice Karla con una sonrisa que atraviesa los años y las distancias. A sus 53 años, y con más de tres décadas viviendo fuera del país, trabaja en el área financiera, pero su verdadera vocación se entreteje con el arte y lo que le recuerda a su país.
La idea de bordar las escenas de Cuentos de Cipotes surgió como un pasatiempo. “Buscaba algo para entretenerme, un pasatiempo... y encontré mi viejo libro de Cuentos de Cipotes. Lo abrí y dije: esto es lo que quiero bordar”. Aquella decisión, aparentemente simple, se convirtió en una travesía artística que le tomó diez años y que hoy encuentra su culminación en las salas del MUPI, en San Salvador.

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Lo que comenzó como un ejercicio íntimo de conexión con su tierra terminó transformándose en una exposición con profundo valor cultural. “Era como dibujar con hilos”, explica Karla. “Pero también era reencontrarme conmigo misma, con quién soy, de dónde vengo y lo que significa no olvidarse nunca de eso”.
En su mirada, los colores del universo visual de Salarrué son una ventana a la identidad salvadoreña. “Los colores me encantan —dice—. Las escenas son sencillas, pero los tonos son impresionantes. Llevarlos al bordado, que es otro tipo de material, da un resultado espectacular”.
Su proceso técnico es meticuloso: selecciona cada dibujo, lo amplía, lo calca sobre la tela, y pasa semanas decidiendo los tonos exactos de cada hilo. “A veces me equivoco —confiesa— y tengo que deshacer todo el bordado y volver a hacerlo. Pero para mí, los colores son lo más importante”. Cada pieza le toma alrededor de un mes, un tiempo que se mide no solo en horas de trabajo, sino en emociones y recuerdos.
“Cada puntada me conectaba con mi mamá, con mi infancia, con mi adolescencia en El Salvador”, dice. Su madre fue quien le enseñó a bordar, siguiendo una tradición que antes formaba parte de la educación doméstica de muchas niñas salvadoreñas. “Era parte de la formación, igual que aprender crochet o tricot. Mi mamá nos enseñó eso en casa. Yo me fui del país, pero eso no se olvida”.

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Bordar desde la diáspora: el arte como puente
Para Karla, el acto de bordar es también un acto de resistencia cultural. “Cuando uno vive fuera del país, extraña todo... hasta al enemigo”, dice entre risas, citando una vieja frase popular. Pero en esa distancia, encontró una forma de afirmar su identidad: “Me siento orgullosa de ser salvadoreña. Tenemos escritores como Salarrué, artistas como Maya (Salarrué), y una cultura inmensa que el mundo debería conocer. El Salvador no es solo lo que se ve en las noticias”.
Sus obras son una manera de decir “aquí estamos”, una declaración bordada que busca mostrar el país desde el cariño y la creatividad. Y aunque su vida transcurre lejos, su arte sigue anclado a las raíces. “Es una manera de reconectarme con mis raíces, con mi gente, con mi familia”, reflexiona. “Nunca me voy a olvidar de quién soy, y eso me ayuda a ser una mejor persona”.
La decisión más importante de Karla en esta exposición ha sido donar todas sus obras al MUPI. “Los bordados quedan en el museo. Son parte del museo”, afirma con serenidad. Detrás de esa decisión hay una mezcla de orgullo y desprendimiento: “Claro que me cuesta desprenderme de ellos, tienen un valor sentimental enorme. Pero sé que están en las mejores manos y que van a llegar a esos niños que quizás nunca han podido entrar a un museo”.
“Karla Valle forma parte de un esfuerzo muy importante del Museo de la Palabra y la Imagen por visibilizar los talentos de la diáspora salvadoreña, de quienes están fuera del país”, explicó Carlos Henríquez Consalvi, director del MUPI. “La semana pasada presentamos la exposición de Óscar Vera, un salvadoreño que estuvo 45 años fuera del país, expulsado por la violencia", agregó.

Además, Henríquez Consalvi, aseguró que, como parte de la misión del museo, está exposición será llevada por todo el país -así cómo se ha hecho con otras-. "Los bordados de Karla van a viajar para encontrarse con ese público que no llega a San Salvador. A esos lugares donde los niños entran descalzos a las exposiciones”, aseguró Henríquez Consalvi.
El director del MUPI también destacó el valor simbólico de la muestra: “Karla Valle es una artista increíble que ha logrado como nadie interpretar el imaginario de Salarrué. Sus bordados son una explosión de color, un homenaje desde la diáspora que demuestra que el amor por el terruño se puede tejer con hilos y con memoria”.
En un tiempo donde lo digital domina, la obra de Karla Valle nos recuerda el valor de lo hecho a mano. “Cada error hace que cada bordado sea único”, dice. “Si lo vuelvo a hacer, nunca será igual”. Esa imperfección, esa huella humana, es quizás el verdadero hilo conductor entre el pasado y el presente.

Su arte no solo rescata la obra de Salarrué y Maya, sino también una forma de mirar el país desde la ternura y el orgullo. En cada puntada hay un fragmento de color de El Salvador, que puede ser entendido con nostalgia por la mayoría. Y si alguien aún no ha tenido la oportunidad de leer "Cuentos de Cipotes", la artista espera que su exposición abra la curiosidad por la riqueza lingüística y cultural que encierra este libro escrito en 1943.
La exposición, además, dialoga con el espacio del museo dedicado a la vida y obra de Salarrué, y enriquece la experiencia de quienes llegan a conocer más de uno de los escritores —y familias de artistas— más importantes de El Salvador.
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