Surf City 2, el Oriente Salvaje con olas de calidad y naturaleza virgen
Entre la costa de San Miguel y La Unión, las olas, el paisaje y la comunidad hacen de Surf City 2 un refugio para surfistas y viajeros que buscan paz.
Por
Lissette Figueroa
Publicado el 18 de agosto de 2025
Surf City 2, en el “Oriente Salvaje” entre San Miguel y La Unión, combina olas de clase mundial con playas vírgenes y comunidades acogedoras. Declarada Reserva Mundial del Surf en 2024, esta franja ofrece un turismo que respeta la naturaleza y mantiene su autenticidad. No solo es un paraíso para surfistas: es ideal para viajeros que buscan descanso, paisajes intactos y un ritmo de vida sin prisas. La nueva carretera desde El Cuco hasta Punta Mango facilita el acceso a un entorno donde fauna, historia y hospitalidad se mezclan. Aquí, el surf es más que deporte: es una forma de vivir y conectar.
El extremo oriental de la costa salvadoreña ha sido renovado con el proyecto Surf City 2, pero su esencia permanece casi intacta. En este “Oriente Salvaje” cada ola tiene su ritmo y cada paisaje es un encanto único para salvadoreños y extranjeros. El aire es húmedo y salado y el océano Pacífico se despliega en rompientes perfectas frente a pueblos de vida tranquila.
Esta franja costera fue declarada en 2024 Reserva Mundial del Surf por la organización Save The Waves Coalition. Más que una distinción, es una confirmación: esta costa es uno de los únicos rincones del país donde se puede surfear entre naturaleza viva y con un desarrollo turístico que respeta el entorno. De ahí nace el concepto de “Oriente Salvaje”.
“Oriente Salvaje es una costa tropical natural, con olas de primera calidad y una naturaleza virgen que fascina a quienes la visitan”, afirma Angelo Picardo, fotógrafo de surf, oceanógrafo y editor de la revista internacional Wet Papers. Y es eso lo que se siente aquí: autenticidad, tranquilidad y libertad.
Una invitación a ir aunque no llevés tabla
El valor de Oriente Salvaje está en las olas y en todo lo que las rodea: montañas cubiertas de vegetación, playas vírgenes sin aglomeraciones, fauna silvestre y un ritmo de vida que no responde a las prisas cotidianas, sino al clima, al sol y al mar.
Desde el agua, la costa se siente inmensa. El horizonte es bosque, cielo y mar; los hoteles y hostales se integran con el entorno, sin romper el paisaje ni la calma de las comunidades que han vivido siempre frente al océano.
No tenés que ser surfista para venir a Oriente Salvaje. Si sos una persona con un mindset viajero, aventurero y en busca de descanso fuera de las grandes ciudades, podés llegar a estos pueblos a disfrutar de la arena suave, el calor de Centroamérica y la alegría de una nueva cultura que se mantiene veraniega todo el año.
Este es un destino para quienes buscan naturaleza sin filtros, para los que viajan lento, para los que prefieren una hamaca a una agenda. Para nómadas digitales, espíritus hippies, almas en pausa o viajeros que solo quieren caminar sin prisa y escuchar el mar sin nada que lo tape. Porque Oriente Salvaje no solo se surfea, se siente.

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Salvador Martínez, instructor de surf y fundador de la escuela Nebula Surfing, lo resume con historia: “Esta área de El Salvador ha sido extremadamente salvaje. Ahorita ustedes ven un poquito de desarrollo. Antes no había ni señal de teléfono, ni internet, no existía nada acá. Toda esta calle no existía. Era de barro. Si llovía, tenías que esperar a que saliera el sol para poder regresar”.
Martínez se refiere a la carretera de 13.6 kilómetros, que comienza en El Cuco en San Miguel y termina en Punta Mango, en Usulután, que fue inaugurada en abril de 2025 por el Gobierno de El Salvador.
También explica la riqueza de la fauna que podés observar en este paraíso. “Se pueden ver halcones, gavilanes pescadores, águilas, ves tortugas… el venado saliendo de la playa, y tigrillos”. Además recuerda que cerca de Punta Mango, en el cerro El Moro, “caminaron la guerrilla y el ejército”, y hoy esa montaña virgen es un sendero de historia natural plagado de huellas animales.
Lo que se vive aquí es un tipo de conexión difícil de encontrar en otros destinos de surf más industrializados. “El extranjero busca la paz que no halla en otras playas. Solo querés coco, hamaca y surf”, afirma Salvador.
Por ello, el surf en Oriente Salvaje, como en toda la franja costera de El Salvador, no es una actividad más ni para quienes crecieron ahí, ni para quienes apenas llegan. El surf es una forma de vivir. Salvador lo ha visto tantas veces que ya ni se sorprende: “He sido testigo de tres o cuatro historias de personas que hasta las carreras las cambié con el surf. Me dijeron, ‘Me gustó y es adictivo’. Cambiaron su historia y se vinieron a vivir acá”.

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Buena vibra en el agua y en la tierra
En la bienvenida de Oriente Salvaje, lo que más resalta ante los ojos de los surfistas es el ambiente y la hospitalidad de quienes viven ahí. “Nos sentimos muy seguros y sentimos que los lugareños, especialmente en esta zona, son muy acogedores y están realmente contentos de que estemos aquí, compartiendo las olas, compartiendo la buena vibra. Hay un ambiente muy agradable por acá”, afirma Bastien Gobet, surfista suizo.
Y lo que encontró en el agua lo sorprendió aún más: “En Las Flores la gente está realmente feliz. Hablamos entre nosotros en el line up, mientras esperamos las olas. Hay buena vibra y compartimos la emoción”. Y añade que es la primera vez en la que ha sentido la cultura del surf como debe ser: amable, haciendo de su experiencia un recuerdo realmente único.
Jeanne Hericher, también parte del grupo de surfers que vienen desde Suiza, destaca el ambiente de comunidad en tierra firme: “De verdad podés sentirte más cerca, más conectado. Podés sentir como una especie de ambiente familiar en los pueblos, lo cual es muy bonito porque todos son muy amables entre sí”. Y es que el turismo en Oriente Salvaje no ha borrado la vida cotidiana de la gente local.
Playas para todos los niveles en Surf City 2
Dentro de Oriente Salvaje se desarrolla el circuito turístico Surf City 2 que recorre unos 30 kilómetros de biodiversidad, entre ríos, manglares, montaña y pueblos que forman un sistema integral con la costa de San Miguel hasta La Unión. Las playas que lo conforman —Las Tunas, Las Flores, La Ventana, Playitas, El Toro, Punta Mango, y otras más— ofrecen condiciones ideales tanto para surfistas expertos como para quienes apenas comienzan.
De estas playas tanto Punta Mango como Las Flores se han ganado el respeto de surfistas nacionales e internacionales por la calidad de sus olas.
Punta Mango es exigente y poderosa. Sus olas, que pueden superar los 2 o 3 metros entre mayo y octubre, están reservadas para surfistas con experiencia. El acceso es limitado, y la conectividad es mínima, lo que la convierte en un lugar remoto, codiciado y perfecto para quienes buscan soledad y un reto real.
Playa Las Flores, por otro lado, es más accesible y versátil. Con un arenal amplio y olas suaves durante la marea alta, se vuelve ideal para quienes aprenden o quieren surfear sin presiones durante noviembre a marzo.
En cambio, playa La Ventana, ha sido poco explorada, pero ofrece un oleaje suave por la mañana para aprender a surfear, y condiciones cambiantes a lo largo del día para surfers más avanzados.

Un destino con identidad propia
Lejos del turismo masivo y del ruido de las ciudades, Oriente Salvaje se posiciona como uno de los destinos más auténticos de la región. No solo por sus olas o sus paisajes, sino por el equilibrio entre naturaleza, cultura local y sostenibilidad.
Para llegar hasta esta parte del oriente de El Salvador, teniendo como punto de referencia San Salvador, podés abordar la ruta 301 en la Terminal Nuevo Amanecer por $5.00. Esta te llevará a la Terminal de San Miguel. Ahí, tomás la ruta 320 que cuesta $0.90 y su trayecto pasa por playa El Cuco hasta playa El Bongo. El viaje de transporte público dura aproximadamente 3 horas y media a 4. En vehículo particular manejarás 3 a 4 horas.
Aquí, el tiempo se desacelera, la vida se conecta con el entorno y el viaje se transforma en experiencia. Ya sea que llegués con tabla o con mochila, este rincón del país ofrece algo difícil de encontrar: una costa que todavía respira al ritmo del mar.
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