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Redes, Apps, youtubers... ¿?

Hay cosas que me encantan de todos estos avances -la facilidad de bajar libros a mi celular a un precio bajo y a veces, gratis; el poder contestar correos desde dónde este, poder tomar fotografías de atardeceres sin tener que andar con cinco libras de una cámara en el cuello, poder compartir un triunfo “live”-pero no creo que podría vivir toda una vida en las redes.

Por Carmen Maron
Educadora

Mi generación fue la generación del MSN Messenger. Muchos jóvenes no lo recuerdan pero, por allá a finales de los 90 y principios de los 2000, uno se conectaba-lo más seguro en un cyber-y esperaba por lo que parecía horas para que dos muñequitos sin cara que daban vueltas y vueltas nos permitieran entrar a una pantalla azul y poder chatear. Los teléfonos celulares servían, además de para mandar mensajes de texto, para “amansar locos”. Un golpe con un Nokia de aquellos tiempos era doloroso.


Luego, a principios de la segunda década de los 2000 vinieron los BlackBerry con su BlackBerry Messenger. Un poco más avanzado, se le podía dar el pin a alguien y ¡oh maravilla! podías hasta tener más de dos chats. Y en esos años se estrenó Facebook, que no se parecía a ninguna de las (primitivas) “redes sociales” que conocíamos, tales como MySpace y Hi5. Twitter era básico también. Lo que quiero decir quizás es, nuestra generación de los 80 comenzó la era de las redes sociales, pero no eran parte de nuestra vida…hasta que llegó WhatsApp.

WhatsApp se voló, para siempre, cosas tan sencillas como las llamadas telefónicas y hasta las visitas. Una amiga mía, madre de dos adolescentes, me dijo medio en broma, medio preocupada que no sabía si su hijo tenía novia o no “¿Te acordás antes cuando a uno lo llamaban los cheros y pasaba por tu mamá, que se lo pasaba antes a tu papá? Ya no existe, ahora todo es por chat.”


Sentadas en una reunión, un grupo de mujeres cincuentonas discutíamos las redes sociales de hoy.La mayor parte de mi generación, aparentemente, se quedó en Facebook. La mayoría tiene también un Instagram. Una admitió tener Tik Tok por su negocio, pero admite que quien se lo lleva es su hijo. “No tengo ni la más mínima idea de cómo funciona ni para que sirve, más que para subir videos del producto”.

¿Twitter? Todas abrimos Twitter en el 2019. “O sea, era lo que tenías que hacer, porque allí te enterabas de todo”. Pero casi nadie lo usamos ya. Yo no soporto el hate, pero, la verdad,es que no entiendo cómo se usa y pasaba autobloqueándome la cuenta, así que la abandoné. Experiencia similar de muchas de la mesa.


Admitimos que estábamos lejos de pertenecer a la comunidad tuitera “ Yo soy nula en esa cosa,“ dijo una que admite que los hijos le dejan su Zoom armado y ella no toca nada. “Entiendo que es algo así como que decís lo que pensás y te siguen si les gusta, pero son gentes extrañas. Algunos dicen que tienen perfil de mujer y son hombres,y que tienen múltiples cuentas. Yo me sentiría incomodísima”. Para todas las que crecimos en la guerra, durante la cual la consigna era “callate y no hablés“, es demasiada exposición, aunque esa definición diste mucho de ser exacta. Yo, en lo personal, una vez logré entrar en un Space. Pero fue tan incómodo que pronto me salí.


Al final, nos quedamos con que, para nuestra generación, redes sociales son Facebook, Instagram, WhatsApp y Zoom, con un poquito de YouTube. “Pero”, dijo una, “yo no entiendo el concepto de YouTubers. YouTube era dónde ponías música antes de Spotify ¿se acuerdan? Y ¿no era de allí que bajabas música para los Ipods?”. Nos habíamos olvidado de los famosos Ipods (yo tuve uno fucsia) que se conectaban en el carro o a parlantes a través de una espiga y reproducían música por horas y donde se hicieron las primeras playlists. Por un buen tiempo fueron el último grito de la moda. Nadie nos acordamos cómo bajábamos la música, pero sí que YouTube se usaba para karaoke…


La verdad es que las redes sociales y aplicaciones han evolucionado tanto (aún en estos cinco años) que es difícil para una generación que manejó teléfonos de disco llegar a entenderlas todas, o incluso sentirlas necesarias. Yo he aprendido a usar Zoom por trabajo y me encanta. Bajo son todas las aplicaciones de supermercado habidas y por haber; es mi placer secreto ver dónde me sale más barato comprar, y más si hay delivery gratis. Sé como escanear documentos de mi celular-bueno, la verdad es que lo descubrí de casualidad- y bailaba de la emoción después. Canva es de mis aplicaciones favoritas, y, como raimundo y medio mundo, he aprendido a ser bastante hábil con la banca en línea. Pero de allí, nunca he usado Tik Tok, una vez entré a Snapchat y me sentí tan perdida en ambas que las desinstalé. Simplemente no les encontré un uso práctico.


Y ahora estamos hablando de Inteligencia Artificial…


El mundo, verdaderamente, está cambiando a pasos acelerados. No niego que para mí es un alivio el súper en casa, y que el WhatsApp y el Spotify son cosas sin las que no podría vivir (tengo mi subscripción de Netflix, pero rara vez veo televisión). Sin embargo, no creo que la mayor parte de mi generación logre jamás entender a cabalidad qué es un YouTuber y por qué eso es trabajo, o cómo un Influencer se gana su sustento, o qué es exactamente un creador de contenido a cabalidad. Para muchos de los Boomers y la Generación X, las redes seguirán siendo este lugar expuesto que a veces es hasta amenazante.

¡Qué les digo! Quizás ahora entiendo a mis padres cuándo me preguntaban por qué necesitaba andar con un teléfono en el bolsillo si había de línea fija y de moneda. Hay cosas que me encantan de todos estos avances -la facilidad de bajar libros a mi celular a un precio bajo y a veces, gratis; el poder contestar correos desde dónde este, poder tomar fotografías de atardeceres sin tener que andar con cinco libras de una cámara en el cuello, poder compartir un triunfo “live”-pero no creo que podría vivir toda una vida en las redes. Con tal que en una cita médica dentro de cinco años, no se me aparezca un robot que tome mis signos vitales con su dedo índice, informándome que ha sustituido a mi doctora, veré hasta dónde llega todo esto dentro de los límites de la razón y de la ética. Para mientras, seguiré tratando de acordarme cómo se bajaba música a un Ipod.

Educadora.

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