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Los hermanos Guevara trabajan unidos en cada pieza artesanal, ejemplo de resiliencia y creatividad en Ataco

"Un farol no solo es madera y papel": los Guevara, guardianes de la tradición en Ataco

En Ataco, los farolitos iluminan cada septiembre, símbolo de fe, unión y resiliencia de familias que mantienen viva una tradición centenaria.

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Por Evelyn Alas
Publicado el 08 de septiembre de 2025

 

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Cada 7 de septiembre, Concepción de Ataco se ilumina con los farolitos, una tradición que nació con la devoción a la Virgen Niña. Esta celebración, que comenzó como un gesto comunitario para alumbrar calles sin electricidad, hoy es un símbolo de identidad cultural. Familias como la de Eduardo Guevara y sus hermanos, artesanos resilientes, han convertido el oficio en un legado que trasciende fronteras, llevando sus piezas hasta comunidades en el extranjero. Más allá del negocio, los farolitos son memoria, unidad y esperanza, un puente entre generaciones que sigue brillando en el corazón de El Salvador.

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En las calles empedradas de Concepción de Ataco, cada septiembre ocurre un fenómeno que transforma al pueblo en un lienzo de luz y color. Son los farolitos, pequeñas piezas artesanales que iluminan las noches con un resplandor cálido y que encienden, al mismo tiempo, la memoria de generaciones enteras.

En diferentes puntos del occidente del país la fiesta de Los Farolitos deslumbra, año con año, a los salvadoreños. Concepción de Ataco, en Ahuachapán, vivió una vez la celebración con solemnidad y alegría.

Detrás de cada uno no solo hay madera, papel y paciencia, sino historias de familias que han dedicado su vida a mantener una tradición que une al pueblo y cautiva a visitantes de todo el mundo.

Un farol terminado, símbolo de esperanza y memoria, que ilumina el corazón y la identidad de El Salvador.
Edward Guevara fabrica faroles en su taller en Concepción de Ataco, Ahuachapán. / Foto elsalvador.com

Un legado que nació en los talleres

Uno de esos guardianes de la memoria es Edward Guevara Herrera, hijo de don Óscar Enrique Guevara Lima, quien en la década de los setenta impulsó talleres vocacionales en Ataco para enseñar carpintería, sastrería y telar a la juventud. Ese legado educativo sembró en Eduardo y sus hermanos una pasión que hasta hoy florece en su taller, conocido como @ArteAtaco.

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“Comenzamos como un hobby”, recuerda Edward. “La gente nos pedía que arregláramos una mesa, que hiciéramos una puerta, y poco a poco fue creciendo. Hasta que descubrimos que podíamos hacer de los faroles no solo una pieza decorativa, sino una artesanía utilitaria con sentido y uso”.

Desde hace más de dos décadas, él y sus hermanos elaboran farolitos que viajan más allá de Ataco: hacia procesiones religiosas en San Salvador, parroquias en Santa Tecla e incluso hacia comunidades salvadoreñas en Estados Unidos.

Los hermanos artesanos: resiliencia y creatividad

Turistas nacionales y extranjeros disfrutan la magia de los farolitos, parte esencial del encanto cultural de Ataco
Edward atiende a turistas nacionales y extranjeros que disfrutan la magia de los farolitos, parte esencial del encanto cultural de Ataco. / Foto elsalvador.com

El taller de los Guevara tiene un valor especial porque es una verdadera labor de equipo. Edward comparte que sus dos hermanos enfrentan una condición auditiva y del habla, pero lejos de ser un obstáculo, esa diferencia se ha convertido en un motor de creatividad y unión.

“Nunca lo hemos visto como una limitante, sino como una oportunidad”, asegura. “Cada uno aporta sus manos, su ingenio y su tiempo, y juntos logramos que cada farol tenga vida propia”.

Así, un farol pasa por tres pares de manos antes de terminarse: uno corta la base, otro arma las piezas, otro ajusta los travesaños. El resultado no es solo una lámpara artesanal, sino también un símbolo de resiliencia, de cómo las familias pueden transformar las dificultades en destrezas que iluminan el camino.

Una tradición que nació con la Virgen Niña

La historia de los farolitos está profundamente ligada a la identidad religiosa y cultural del pueblo. Eduardo recuerda que, en 1987, durante la celebración de la Virgen Niña —patrona de Ataco—, los vecinos comenzaron a elaborar faroles de morro para alumbrar las calles que aún no tenían electricidad.

Devotos celebran a la Virgen Niña adornando sus hogares con farolitos, tradición que fortalece la identidad del pueblo.
Devotos celebran a la Virgen Niña adornando sus hogares con farolitos, tradición que fortalece la identidad del pueblo. / Foto elsalvador.com

Con el tiempo, la creatividad popular los transformó en estructuras triangulares de madera, muchas veces inspiradas en tradiciones traídas desde Guatemala o España. “Lo más importante es que se volvieron símbolo de unidad”, dice Eduardo. “Un farol no es solo luz: es memoria, es cultura y es comunidad”.

El valor de la memoria familiar

La misma esperanza la comparte Roxana Iris Granados de Resino, otra habitante de Ataco que, junto con su familia, cada año decora su hogar en honor a la Virgen Niña. Para ella, los farolitos son mucho más que adornos: son una manera de honrar lo aprendido de sus abuelos y padres.

Farolitos iluminan las calles empedradas de Ataco cada septiembre, llenando de color y tradición la Ruta de las Flores.
Eduardo explica cómo fabrica los tradicionales farolitos a visitantes en su taller, en Ataco. / Foto elsalvador.com

“Es una tradición que nos inculcaron desde hace muchos años y que seguimos con cariño. Cada farol es como un puente que conecta a las generaciones”, asegura.

Más allá del negocio, un acto de compartir

Los farolitos no solo atraen a turistas que buscan llevarse un recuerdo pintoresco de Ataco, sino que también generan oportunidades económicas para los artesanos locales. Edward cuenta que durante septiembre llegan grupos de San Salvador y del extranjero, quienes no solo compran faroles, sino que también disfrutan de la hospitalidad de las familias, la comida típica y la calidez de un pueblo que se abre al visitante como si fuera de casa.

El negocio, sin embargo, nunca ha sido para enriquecerse. Edward lo explica con sencillez: “Vendemos faroles desde cincuenta centavos hasta tres dólares, dependiendo del diseño. Pero lo que más vale es el recuerdo que se lleva la gente”.

Eduardo Guevara en su taller @ArteAtaco, donde transforma madera y papel en farolitos que cruzan fronteras
Eduardo Guevara en su taller @ArteAtaco, donde transforma madera y papel en farolitos que cruzan fronteras. / Foto elsalvador.com

Para él, regalar una planta de espinaca, mostrar a las tortugas que cría en el patio o contar la historia de su padre es parte de un intercambio que va más allá del dinero: se trata de compartir identidad y orgullo.

Retos y esperanza en el futuro

A pesar de las dificultades, como el alto costo de la madera o la falta de interés de algunos jóvenes por aprender el oficio, Eduardo se mantiene optimista. Confía en que sus hijos, aunque ahora vivan en San Salvador, heredarán el amor por la tradición y continuarán transmitiéndola.

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“Un farol no es solo madera y papel”, insiste. “Es un mensaje para que no olvidemos de dónde venimos y para que siempre tengamos un motivo de esperanza”.

Una luz que no se apaga

Cuando septiembre llega y las calles de Ataco se llenan de colores vibrantes, no son solo farolitos los que se encienden: son historias de familia, de lucha y de amor por la tierra.

Los colores simbolizan la armonía y la convivencia de esta tradición en la zona occidental del país. / Foto elsalvador.com

Y mientras existan artesanos como Edward y sus hermanos —que con sus manos demuestran que ninguna condición es un límite para la creatividad— y familias como la de Roxana, el resplandor de esta tradición seguirá iluminando, año con año, el corazón de El Salvador.

Dato curioso

Cada 7 de septiembre, la víspera del nacimiento de la Virgen Niña, Ataco se llena de farolitos en puertas, calles y plazas. Esta tradición, compartida por familias y vecinos, es tan fuerte que se ha convertido en uno de los atractivos culturales más esperados en la Ruta de las Flores. Los farolitos no solo iluminan las noches de fiesta, sino también la identidad de un pueblo que nunca deja de brillar.

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