Mientras todo gira alrededor de Trump, en El Salvador, Bukele consolida su poder y fortalece su régimen autoritario. Y en lugar de críticas recibe elogios y apoyos.
Esta semana, la Asamblea Legislativa de El Salvador, completamente dominada por el partido oficialista Nuevas Ideas, aprobó una reforma constitucional que acelera y simplifica el proceso de modificación de la Carta Magna. Hasta ahora, cualquier cambio debía ser aprobado por una legislatura y ratificado por la siguiente, garantizando cierto nivel de deliberación y consenso. Sin embargo, con esta reforma, cualquier modificación podrá hacerse de manera “exprés” con el voto de tres cuartas partes de los legisladores, umbral que el oficialismo controla actualmente sin dificultad.
La Constitución ha quedado reducida a lo nominal, a menos que una ley más, casi a una declaración de principios y buenas intenciones sujeta al arbitrio del régimen en el poder. Es decir, los derechos humanos de los salvadoreños y las bases de su conviviencia quedan sujetos ahora más que nunca al capricho y antojo de Bukele, sus allegados y su partido.
Este cambio abre la puerta a una peligrosa concentración de poder en manos del Ejecutivo. La posibilidad de reformar artículos clave de la Constitución, incluidos aquellos que regulan la reelección presidencial, sugiere un camino directo hacia la consolidación de un régimen cada vez más autoritario.
PUEDE LEER: Asamblea ratificó reforma que permite cambiar la Constitución en una misma legislatura
No es un hecho aislado. En 2021, la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia, cuyos magistrados fueron designados por el oficialismo tras una destitución masiva en el Congreso, emitió un fallo que permitió la reelección presidencial consecutiva, contraviniendo la prohibición histórica y férrea establecida en la Constitución salvadoreña. Ahora, con este nuevo marco normativo, cualquier obstáculo legal que pudiera frenar la perpetuación de Bukele en el poder ha sido eliminado.
Silencio, aplausos y preocupaciones internacionales
Las reacciones en el ámbito internacional han sido mixtas. Mientras organismos multilaterales y defensores de derechos humanos advierten sobre el debilitamiento de la separación de poderes, el deterioro del Estado de derecho y la persecución a la prensa independiente, otros actores han optado por el silencio o incluso el elogio.
Uno de los respaldos más notorios proviene de la administración de Donald Trump, quien no solo ha evitado cuestionar la deriva autoritaria de Bukele, sino que lo ha elogiado públicamente, lo invitó a su toma de posesión y mantiene un estrecho diálogo con él. La cercanía entre ambos gobiernos es clara: Bukele representa un aliado estratégico en la región, especialmente en temas de seguridad e inmigración, prioridades clave para Trump. También figuras como Mauricio Claver-Carone (enviado especial del Departamento de Estado para América Latina) en su reciente conferencia de prensa, han exaltado el “liderazgo” del mandatario salvadoreño, sin mencionar sus crecientes violaciones al orden democrático.
El Salvador en una encrucijada
La concentración de poder en manos de Bukele avanza sin contrapesos internos ni costos internacionales significativos. La comunidad internacional, con algunas excepciones, parece resignada a su modelo de “mano dura”, que ha reducido los índices de criminalidad a costa de derechos fundamentales, debilitamiento del estado de derecho y más autocracia.
En síntesis: El Salvador se encuentra en una encrucijada. Las decisiones que se tomen en este momento definirán si el país logra preservar los principios democráticos básicos o si cae en una autocracia disfrazada de “eficracia”. Es mucho lo que está en juego en El Salvador: la disposición de un sector de la población que, ante la garantía de seguridad frente al crimen organizado, pareciera estar dispuesta a ceder, sin mayor resistencia, parte de su libertad, derechos y hasta la democracia misma. Así de grave. Así de peligroso.