¿Oposición?...

Es un asunto de “madurez” política. No se puede gobernar en contra de todos y a favor de una categoría etérea. Pueblo somos todos…

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Por Oscar Picardo Joao

2021-08-05 5:31:11

En 1781, en el marco de la Ilustración alemana, Immanuel Kant publicó su principal obra “La Crítica de la razón pura”. El contenido versó sobre una indagación trascendental sobre las condiciones epistemológicas del conocer humano. Kant argumenta que todo conocimiento requiere la concurrencia de dos facultades radicalmente heterogéneas de la mente: la sensibilidad y el entendimiento (inteligencia sentiente o inteligencia emocional).
Estética, lógica, analítica y dialéctica forman parte del inventario de herramientas cognoscitivas que nos ayudan a conocer, comprender, analizar e interpretar la realidad. Es decir, son parte de un método.
Traigo a colación a Kant para proponer sobre la mesa de análisis político a los diferentes actores que suelen encajonarse en una sola categoría: “opositores”. En efecto, el gobierno suele creer que todos los que no aplauden o alaban sus decisiones son opositores, y esto es un grave error.
El opositor, en términos simples y políticos es el que ideológicamente se opone a todo por pertenecer a una condición partidaria antagónica al gobierno. Éste busca señalar constantemente lo malo, no reconocer lo bueno, y encontrar y atacar los errores que se cometen.
Pero en la “fauna sociológica” hay otros actores que no son afines al gobierno, pero tampoco son opositores: académicos, críticos con argumentos, especialistas, tecnócratas, afectados, agnósticos políticos, periodistas, empresarios, pastores, sindicalistas, gremiales, entre muchos otros; quienes no son oposición, y juegan un necesario rol de inconformidad por diversas razones.
La academia, por ejemplo, maneja ritmos y tiempos muy distintos a la política. Sus planos de análisis son más teóricos e ideales, pero sus argumentos son fuertes en cientificidad. Las universidades, de hecho, tienen un rol clásico de ser “conciencia crítica de la sociedad”. Están -o deberían estar- en una posición ética y técnica, señalando los errores y contradicciones, con datos y argumentos en la mano.
El periodismo cumple una función esencial en la democracia, no sólo informar, sino excavar, descubrir y presentar las evidencias de los típicos males de nuestras sociedades: corrupción, amiguismo, compadrazgo, etcétera. Hacer preguntas incómodas es su rol esencial, y responderlas es una obligación cuando se están administrando poderes y fondos públicos.
Los empresarios crean empleo y riqueza, pero también cumplen una función social fundamental. Bajo un modelo liberal se preocupan por generar ingresos con eficiencia y esto implica pagar impuestos para que el gobierno complemente las necesidades sociales y cumplan su misión de bienestar.
Fundaciones, ONG’s y cooperantes poseen funciones y misiones específicas y especializadas, formando parte de una arquitectura complementaria de apoyos institucionales; suelen resolver los problemas inconclusos o llegar dónde los gobiernos no logran intervenir.
(Deliberadamente no describo el rol de los sindicatos e iglesias por su impresentable rol en estos últimos dos años; si amerita una mención extraordinaria el Pastor Mario Vega, y paremos de contar…).
Academia, periodistas, empresarios, fundaciones, iglesias, gremiales, sindicatos o representantes de organizaciones de la sociedad civil, críticos o no, son parte del mal utilizado concepto “pueblo”; tienen derecho a opinar, criticar, señalar anomalías y deficiencias sin ser opositores políticos.
Es muy probable -por razones estadísticas- que estos sectores o grupos sean una minoría, pero esto no da ningún derecho a los gobiernos a menospreciar, insultar, estigmatizar a este importante capital social de una nación. De hecho, es muy difícil gobernar sin el respaldo de todas estas fuerzas vivas de la sociedad.
Finalmente, el gobierno, dentro del aparato estatal, posee un mandato temporal y limitado a un periodo; los ciudadanos le delegan o prestan el poder para que coordinen acciones planificadas y estratégicas en función del bienestar de todos. Gobernar no implica identificar y clasificar enemigos, ni utilizar las fuerzas policiales y militares para espiar y controlar.
Volviendo a Kant, es importante superar el dogmatismo y los excesos del empirismo político e ideológico, para ello se necesitan juicios, sensibilidad, analítica y dialéctica trascendental. Son pocos, muy pocos, los gobernantes que al terminar su período suelen ser valorados y apreciados por su pueblo. Terminan presos, escondidos u odiados, porque nunca estuvieron preparados para administrar el poder.
El oficio del opositor es eminentemente ideológico; se opone para encubrir intereses de otros políticos. Podrían ser buenos o malos intereses, generalmente privan los perversos. Otras críticas fuera del ámbito partidario deben tomarse como tales, críticas para cambiar, mejorar o resolver problemas.
Todo lo dicho es un asunto de “madurez” política. No se puede gobernar en contra de todos y a favor de una categoría etérea. Pueblo somos todos…

Investigador Educativo/opicardo@asu.edu