No todos son iguales
Vivimos en “democracia”, se supone que el poder está en el pueblo. ¿No deberíamos ser capaces de exigir educación, control y transparencia? ¿Cuántas veces más tendremos que darnos cuenta de autos de lujo, casas valoradas en millones, viajes, sobresueldos y excesos?
Nunca me han gustado las generalizaciones. Creo que generalizar es parte de nuestro instinto de supervivencia como seres humanos habitantes de un entorno complejo y cambiante. Tendemos a la generalización porque nuestro cerebro asocia patrones para procesar de forma más eficiente la información que captamos. No nos detenemos a analizar cada vivencia desde cero, tomamos nuestras experiencias previas y hacemos suposiciones agrupando conceptos similares. Si bien esto nos permite sobrevivir, nos puede llevar a propiciar prejuicios y estereotipos.
Porque no todos los médicos tienen letra fea, no todos los latinos somos fiesteros y apasionados, no todos los adultos mayores son enemigos de la tecnología, no todas las reinas de belleza carecen de estudios, no todos los políticos son corruptos… ¿o sí?
Y antes que saltes de tu silla por la última aseveración del párrafo anterior, permíteme explicarme un poco más. No recuerdo qué edad tenía cuando comencé a asociar la política con mentiras, suciedad y deshonestidad; tampoco recuerdo que alguien me dijera algo bueno al respecto. Generaciones enteras crecimos con historias de políticos corruptos reforzando la creencia que la corrupción es inhalienable e inherente a la política o al político. Hemos sido testigos de abusos de poder, promesas incumplidas, falta de transparencia, impunidad y muchos factores que nos llevan a creer que la corrupción es la norma y no la excepción.
La corrupción y su asociación con la naturaleza humana se ha estudiado desde hace siglos por grandes mentes. Maquiavelo, Hobbes, Rousseau, Nietzsche y Arendt son los primeros pensadores que vienen a mi mente al reflexionar sobre el tema. Ellos dejaron su legado en El Príncipe, Leviatán, El contrato social, Más allá del bien y el mal y Los orígenes del totalitarismo, respectivamente. Las teorías políticas recogidas en estas obras siguen siendo de peso y valor en el mundo académico. De una forma u otra cada autor sostiene que los humanos caemos en la corrupción ya sea por nuestra naturaleza, nuestra sed de poder o por nuestra inmersión en la civilización. De cualquier forma, algo que podemos entender de todos ellos es que la corrupción es multifactorial ya que se alimenta de factores individuales y sociales.
Sería ingenuo de mi parte contradecir lo que Maquiavelo o Arendt nos heredaron, pero sí tengo el valor suficiente para decir que no todos los políticos son iguales. Quisiera poder escribir una lista detallada de todos los políticos honestos que existen, pero lastimosamente los escándalos de corrupción venden más titulares que los casos de políticos que hacen las cosas bien. Pero, así como tengo certeza que no todas las reinas de belleza son tontas, tengo certeza que más de algún ser honesto con poder existe.
Defiendo mucho la profesionalización del sector público. Creo que una administración pública capacitada es más eficiente, asertiva y responsable. Del mismo modo, creo que existe una relación entre profesión y compromiso con la ética. El enfoque ético que aporta la profesionalización de un servicio despoja a los profesionales de intereses personales integrándolos a un marco de comportamiento que guía sus decisiones y acciones. Existe un estándar mínimo de profesionalismo que esperamos de abogados, doctores, ingenieros, arquitectos, diseñadores… ¿por qué no también exigir un estándar para los políticos? Convertir en excepción lo que consideramos norma.
Pero claro, no podemos esperar que la política se despoje completamente de la corrupción por medio de ósmosis. Para comenzar necesitamos mejorar la educación en ética y moral, con principios sólidos que desarrollen valores y capacidad de reflexión en las personas. Precisamos que materias como “orientación para la vida” realmente orienten a los estudiantes sin generar el efecto contrario. La educación es clave, pero también lo es un sistema político, judicial y social fuerte que desempeñe un papel de pesos y contrapesos con mecanismo de control que no sean solo marionetas de intereses individuales jerárquicamente superiores. Y claramente, requerimos de una verdadera rendición de cuentas con consecuencias contundentes ante actos de corrupción.
Vivimos en “democracia”, se supone que el poder está en el pueblo. ¿No deberíamos ser capaces de exigir educación, control y transparencia? ¿Cuántas veces más tendremos que darnos cuenta de autos de lujo, casas valoradas en millones, viajes, sobresueldos y excesos?… Compatriota, date cuenta, porque estoy segura de que no todos son iguales.
Miss Universo El Salvador 2021 y consultora política

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