La Fiera Desnuda del Carromato
El precio de la dicha carnal -decían los griegos- era acaso el éxtasis final, cuando el ser humano torna en un triste animal. Ello al perder la eternidad del deseo. El mismo que era permitido por el Clero el breve lapso del interrumpido tiempo de cuaresma. Allá en los días de “carne-vale” cuando volvieran los paganos a olvidar lo poco o lo mucho que les robó la farsa, la culpa y la inocencia. Antes de amanecer, el malabar salió del camerino de Casio, ocultándose entre las nieblas del alba. La llave del carro de leones quedó olvidada en el aposento de la joven amada. La misma que solía llorar, mientras y después de la feliz entrega. Una vez por obtenerla y otra por perderla. “Anoche los leones no dejaron de rugir -dijeron los del circo. Estaban nerviosos e inquietos en el carromato. Fue hasta el amanecer que callaron.” Se creía haber devorado al domador, atrapado en la jaula.” “¡No es Damus quien ha muerto -diría un testigo- sino los viejos leones africanos! El temido hombre de los sables ha asesinado a los grandes gatos. Ensangrentado de sus manos, aún esgrime feroz los puñales. Ya no encuentra más fieras que matar. Los cirqueros temen dejarle en libertad. Estará allí hasta que cese su arrebato y apacigüe su furia.” (IXX) de: “La Máscara que Reía.” ©

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