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No somos el patio trasero de nadie… ¿y ahora?

Pareciera entonces que, por un tiempo, El Salvador será una sucursal de tercer mundo del sistema penal estadounidense. Los apologistas del presidente tendrán que bregar mucho para borrar de su perfil sus poses antiimperialistas. Eran solo eso, pero algunos ingenuos se lo creyeron y hoy se atosigan por ello.

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Por Carlos Gregorio López Bernal
Publicado el 21 de abril de 2025


El antiimperialismo puede definirse como una forma de pensamiento y acción que se opone al imperialismo. Combate las relaciones de dominación y explotación que los estados imperialistas ejercen sobre otros. Examina las causas, modos y consecuencias del imperialismo en sus diversas manifestaciones; defiende la soberanía y el derecho a la autodeterminación; reconoce y denuncia las desigualdades de poder entre los centros imperiales y las periferias dominadas, especialmente en términos políticos, económicos y militares. Esto puede llevar a luchas de “liberación nacional”, incluso armadas, o a la resistencia a través de diferentes mecanismos de acción. 

En El Salvador hay una tradición antiimperialista de larga data. Desde las primeras décadas del siglo XX, Importantes intelectuales y políticos han mostrado una actitud crítica hacia el imperio, dígase Estados Unidos. Francisco Gavidia, Salvador Merlos, Alberto Masferrer, Manuel Enrique Araujo, y otros, denunciaron las amenazas, los abusos de los Estados Unidos. El fenómeno fue común a toda la región, pero, como bien muestra Héctor Lindo en “El alborotador de Centroamérica”, en El Salvador, el fenómeno fue temprano e intenso. Es más, algunos pasaron de las palabras a los hechos. Es bien conocido que Farabundo Martí peleó en Nicaragua contra los marines al lado de Sandino. Pero Martí fue solo uno de muchos, pienso para el caso en Teresa Villatoro, que luchó durante años en Nicaragua. Con ella se incorporaron su sobrina y su hermana. El antiimperialismo fue un asunto de masas: asociaciones de artesanos, sindicatos y estudiantes participaron en multitudinarias manifestaciones antiimperialistas.

Hubo un fuerte componente antiimperialista en las movilizaciones que culminaron en la matanza de 1932. La burguesía salvadoreña se enfrentaba a dos peligros: “la repunta de la Insurrección Agraria Antiimperialista de las masas explotadas”, y la amenaza del “Pulpo Imperialista Yanqui que les arrebata sus Haberes por ser demaciado (sic) lo que le deben”, decía un informe del Partido Comunista del 8 de octubre de 1931. Resulta interesante que cuando los trabajadores organizados caracterizaban la revolución siempre agregaban el adjetivo antiimperialista.

Antiimperialista fue el rector de la UES, Fabio Castillo. En mayo de 1969, Nelson Rockefeller visitó la región centroamericana como representante del presidente Nixon. Castillo le envió una carta que fue publicada en El Universitario. Le hacía llegar su opinión sobre lo que pensaba eran las aspiraciones del pueblo salvadoreño, ya que Rockefeller solo se reuniría con funcionarios y empresarios. "Mis opiniones diferirán radicalmente de las que le serán expresadas por los personeros de los gobiernos… (quienes se abstendrán de); señalar las causas reales de la situación económica, así como, la necesidad de independencia económica y política y de cambios profundos que implican la pérdida de privilegios de las minorías oligárquicas". 

Cuando esto sucedía, Estados Unidos se disponía a formular sus nuevos planes para América Latina, lo cual a Castillo le recordaba lo acontecido en 1961, cuando se montaba la Alianza para el progreso. "En Punta del Este se aprobó una carta de principios en la que se enfatizaba la necesidad de reformas… La ejecución de esos cambios sociales y económicos, sin embargo, quedó en manos de las oligarquías, justamente el sector interesado en conservar el atraso y la explotación". Según Castillo, los latinoamericanos buscaban conquistar su independencia económica y política, "esta aspiración no tiene por finalidad hacerle la guerra a su país ni a ningún otro". Si las misiones militares estadounidenses seguían ayudando a reprimir a los pueblos, a derrocar gobiernos o a imponer otros, también sería legítimo que "nos preparemos a expulsarlas por la fuerza de nuestro territorio, al igual que hicieron ustedes comandados por el General Washington, con los ingleses (El Universitario, 12/05/1969).

Antiimperialista intransigente fue el poeta Roque Dalton. “El imperialismo desea que la nación salvadoreña sea la Nación Salvadoreña S. A., Made in USA. Lo cual quiere decir que la nación de los salvadoreños solo será salvadoreña si es antiimperialista”, decía en sus “Historias prohibidas”. En su extenso poema 1865, celebra la derrota de William Walker por una alianza de estados centroamericanos, derrota de la que el imperio sacó una lección: “O sea, extranjero, que si has de atravesar el corazón de una nación no lo hagas con tu lanza: procura hacerlo con el asta de su propia bandera”. Suspicaz como era, agregaba que en cada nación centroamericana habría hombres “dispuestos a servir de punta de asta a cualquier extranjero que pagara lo suficiente”. Cuasi premonitorio, diría alguien hoy día, cuando ya se habla de “ceder” la soberanía salvadoreña en el espacio del CECOT.

Lastimosamente, el antiimperialismo puede ser solo pose, solo oportunismo. Hace unos años algunos de los que hoy alaban al presidente Bukele, eran antiimperialistas radicales, de esos que aplaudían cuando algún desorientado quemaba la bandera estadounidense en una manifestación. Celebraron ruidosamente el famoso “No somos patio trasero de nadie” de Bukele en septiembre de 2021, cuando reaccionaba escandalizado ante unas tibias críticas del gobierno estadounidense. Cuatro años después, ya no somos el patio trasero, somos una especie de basurero. Al menos eso es lo que se desprende de las palabras de la secretaria de seguridad Kristi Noem: “Ha sido maravilloso para nosotros poder contar con un lugar (El Salvador) al que enviar a lo peor de lo peor", manifestó. Dudoso honor, pero bueno, todo sea por pragmatismo político.

Del presidente Bukele puede esperarse cualquier cosa, menos consistencia ideológica, ni respeto a las leyes. En ese sentido se parece mucho a Donald Trump, y es lógico que se entiendan como parece que lo hacen. Que no tengan ideología no quiere decir que no sean fanáticos; son fanáticos de sí mismos. Les interesan los resultados, y en pro de ellos usarán cualquier medio a su alcance. “No somos patio trasero de nadie” dijo Bukele. Sus fans leyeron esa frase en clave antiimperialista. Nada más errado. Era simplemente, “no se metan en lo que hago, no me critiquen”. Punto.

El antiimperialismo se puede mostrar de muchas maneras: con poses, con discursos, con acciones; ser real o fingido. El antiimperialismo puede ser muy racional y objetivo, pero también puede ser visceral e irracional. Prefiero el primero. Y en este caso se debe partir de una constatación histórica: un imperio no tiene amigos, tiene intereses. Cualquier presidente con auto estima baja se sentirá halagado si el de los Estados Unidos lo llama “amigo”. Iluso, es solo una expresión de conveniencia. Serás mi amigo si me interesa, si me eres útil. Y es que las relaciones entre los Estados Unidos y países como el nuestro son fatalmente asimétricas. Hay que ser realistas.

En nuestro caso no podemos obviar la estrecha dependencia de los Estados Unidos, es nuestro principal socio comercial, pero además alberga a miles salvadoreños que sostienen nuestra endeble economía con sus remesas. Esas dos condiciones obligan a ser prudentes y respetuosos con ese país. Pero sin perder la dignidad y el decoro. Óscar Arias sería un buen ejemplo de ello; le quitaron la visa, pero conserva la decencia. El problema es que, en los últimos meses, las relaciones entre estos países han sido malamente contaminadas por las veleidades políticas, enmarcadas en la oleada populista de derecha que nos agobia, condimentadas además por el histrionismo, autoritarismo y mala crianza de ciertos personajes. 

Hoy por hoy, los gobiernos de El Salvador y Estados Unidos coinciden en intereses. Uno de ellos es el tema de seguridad, que independientemente de sus peculiaridades, ambos pretenden resolver por vía mano dura. La xenofobia y la aporofobia de Trump combina bien con la actitud genuflexa de Bukele. Además, ninguno de ellos respeta mucho al aparato de justicia. Pareciera entonces que, por un tiempo, El Salvador será una sucursal de tercer mundo del sistema penal estadounidense. Los apologistas del presidente tendrán que bregar mucho para borrar de su perfil sus poses antiimperialistas. Eran solo eso, pero algunos ingenuos se lo creyeron y hoy se atosigan por ello. Si les sirve de consuelo, revisen lo que dijo hace años sobre corrupción, educación, salud y otros temas. 

Historiador, Universidad de El Salvador

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