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La escuela pública…

“La escuela ha de edificar en el espíritu del escolar, sobre cimientos de verdad y sobre bases de bien, la columna de toda sociedad, el individuo.” (Eugenio María de Hostos)

Por Óscar Picardo Joao

La escuela pública ha sido y sigue siendo un elemento fundamental en el progreso de los pueblos, sean éstos desarrollados o no; Domingo Faustino Sarmiento lo sentenciaba con una idea potente: “Las escuelas son la base de la civilización”. Y creo que la estatura ética y productiva de un país depende de su sistema educativo.

La escuela pública ha cambiado mucho en el tiempo…; durante el siglo XX fue un espacio académico, cívico, cultural y de socialización; a partir del siglo XXI se transformó en un lugar en dónde depositar a los niños (as), un centro de entretenimiento infantil poco relevante y crítico, para que los padres, madres o cuidadoras puedan trabajar sin preocupaciones.

Curiosamente, también transitamos del perverso modelo lancasteriano, bancario y conductista que prevaleció en la pedagogía el siglo XX, hacia el constructivismo, el uso de nuevas tecnologías, la neuroeducación contemporánea, hasta la incorporación reciente  de la Inteligencia Artificial.

En el pasado se invertía en educación, quizá eran menos recursos pero había más conciencia de su importancia para el futuro; no obstante, para muchos políticos la educación no es electoralmente redituable, es un intangible que no se ve, no se toca y no se puede utilizar en el marketing.

Siempre ha habido un debate en cantidad y calidad del gasto educativo; cuánto, dónde y en qué invertir; para ello, algunos tecnócratas utilizaban las técnicas de “costo-beneficio” o “tasa de retorno”. No obstante, con cualquier método o formula que se utilizara nunca se invirtió en los docentes…; y creo que todos sabemos que los maestros son el techo de la calidad educativa.

La relevancia o el éxito de una escuela pública depende de la mística magisterial; hemos oído y leído muchas veces sobre las diferencias entre los maestros (as) normalistas formados así hasta los años 80, y la generación posterior “universitaria” de los años 90 en adelante. Al parecer, cambió el paradigma, los normalistas estaban preocupados por el aprendizaje de sus alumnos, luego, los nuevos maestros estaban preocupados por sobrevivir en un entorno hostil, con menos dinero, menos lectura y menos cultura…

En esta reflexión no podemos dejar de lado el tópico de la “valorización social” de la escuela y del maestro (a); la pregunta de fondo es: ¿a quién le importa la escuela y sus docentes?, y la respuesta se ve reflejada en la inversión educativa y en los presupuestos escolares; sin olvidar el tema de cantidad y calidad del gasto.

¿Cambia la escuela la vida de la gente? Es una cuestión muy profunda y esencial; para muchas familias, sobre todo del área rural, la escuela es un instrumento alfabetizador; y en primera instancia la gente envía sus hijos a la escuela para que aprenden a leer y a escribir; ¿pero luego que sucede?, ¿en qué puede cambiar mi vida si sigo estudiando si llego a tercer ciclo o bachillerato?

El economista Mauricio González Orellana lleva varios años realizando investigaciones sobre la Tasa Interna de Retorno (TIR) de la educación; y ha descubierto en sus regresiones matemáticas y econométricas, que la TIR del sistema educativo salvadoreño, en general, es negativa; estudiar más no implica ganar más; sólo hay un nivel que posee TIR positiva: bachillerato o educación media, ya que puedes pasar de ganar el mínimo US$ 365 a US$ 500. La educación superior posee la TIR de menor impacto.

El modelo del prestigioso premio Nobel de economía Robert Solow establece que el crecimiento y mejorar el ingreso per capita dependerá de factores educativos y progreso tecnológico; unido a esto el economista del Banco Mundial Eduardo Vélez sostenía que cada grado de escolaridad podría representar un 10% más en los ingresos, respecto al grado anterior.

Según la Encuesta de Hogares de Propósitos Múltiples 2022, la escolaridad promedio de El Salvador es de 7.2 grados; mejoramos un grado cada diez años, más por ósmosis que por el impacto de las políticas públicas. Este dato de 7.2 grado sitúa el salario promedio que vemos en la mayoría de encuestas, más del 50% de la población gana entre US$ 211 y US$ 500.

Aunque parezca extraño, distópico y hasta absurdo la economía del país depende del sistema educativo, y sobre todo de una escuela pública eficiente; pero la economía refleja nuestro sistema educativo: una élite o 10% de los estudiantes reciben una educación de calidad y tendrán buenas oportunidades, y lo confirma la matrícula de educación superior, es aproximadamente cercana al 10% de la matrícula nacional. Como lo hemos apuntado en otras reflexiones, sólo 4 de cada 10 estudiantes llegan a bachillerato, de éstos, sólo 2 ingresan a la universidad y sólo 1 se gradúa. Los 6 estudiantes que perdemos en tercer ciclo engrosarán las filas de migrantes, subempleo y delincuencia, y esto no es un problema resuelto.

¿Puede hacer algo la escuela pública frente a la deserción? En teoría sí, los directores y docentes deberían preocuparse por atraer y retener a los niños (as); averiguar por qué no regresan; conversar con los padres y madres. Esto debería ser una tarea de trabajadores sociales y psicólogos, pero es mucho pedir. También debemos preguntarnos por los “ambientes escolares” ¿son dignos, atractivos, limpios, ordenados?, ¿estimulan el bienestar de los niños (as)?

En la historia reciente hemos contado con muchos modelos organizativos de escuelas desde la perspectiva pública: “Escuela 10”, “Escuela Nueva”, “Escuela Inclusiva de Tiempo Pleno”, “Mi Nueva Escuela”; pero son “apodos” y poco y nada cambia.

Gabriel García Márquez ironizaba con esta sentencia: “Desde muy niño tuve que interrumpir mi educación para ir a la escuela”; algo que comparten muchos autores que ven el sistema educativo como una barrera de la imaginación y creatividad de los estudiantes. El destacado educador Ken Robinson lo confirma de esta manera: “Nuestro actual sistema educativo agota sistemáticamente la creatividad de los niños. La mayoría de los estudiantes nunca llegan a explorar todas sus capacidades e intereses.”

Más allá de estos aforismos la escuela pública debe mejorar en su calidad, cobertura y eficiencia; el día que se logre, no sólo se verá en los resultados de pruebas estandarizadas sino también en el crecimiento económico, patentes, disminución de delitos, mejores salarios y en una sociedad más humana, tolerante y respetuosa del medioambiente. Lo dijo Martin Lutero: “Cuando prosperan las escuelas, todo prospera”.      

Disclaimer: Somos responsables de lo que escribimos, no de lo que el lector puede interpretar. A través de este material no apoyamos pandillas, criminales, políticos, grupos terroristas, yihadistas, partidos políticos, sectas ni equipos de fútbol… Las ideas vertidas en este material son de carácter académico o periodístico y no forman parte de un movimiento opositor.

Investigador Educativo/opicardo@uoc.edu

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Educación Opinión

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