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¿Nuestra cultura puede morir?

Simplificando, podemos decir que la muerte cultural sucede por tres razones: el descuido, el desinterés y la destrucción.

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Por Juan Santiago Martínez
Publicado el 25 de febrero de 2025


La gastronomía es uno de los aspectos primordiales de la cultura. Su salud nos puede dar un indicio del bienestar de nuestra cultura nacional. En el caso de El Salvador, empiezo a sospechar que la transmisión oral o práctica de nuestras tradiciones está comenzando a detenerse.

Es bastante más común, de lo que quisiéramos aceptar, la realidad donde la juventud salvadoreña no tiene del todo claro qué son las torrejas. Si las torrejas son lo que son, por la tradición del sincretismo, me pregunto qué pasaría con aquellos platillos que no demandan una exigencia tradicional tan fuerte, como el dulce de chilacayote o los pipianes en crema.

Básicamente, que se convertirán en aspectos culturales que pasarán a ser obsoletos y su uso pasaría a ser más un ritual simbólico, nostálgico y anacrónico que una actividad vigente. Más o menos como cocinar un platillo de la Antigua Roma: sería más una curiosidad de sábado por la tarde, que una intención real de reavivar la gastronomía romana.

Tenemos que empezar a alarmarnos porque parece ser que la cultura salvadoreña, en su sentido más folclórico, puede estar empezando a depurarse de aspectos tan tradicionales como arcaicos. ¿Sobrevivirán treinta años más los jocotes en miel, el huevo con flor de izote o las chancletas de güisquil?

Viendo a la Historia, sabemos que no hay tradición que dure mil de años, ni pueblo que la resista. Las tradiciones (y por tanto la cultura) tienden a reformarse, reinterpretarse o en el peor de los casos a desaparecer. La cultura muta y durante ese proceso, se depura de tal manera que hay aspectos culturales que caen en el olvido.

Por lo que nos podemos preguntar, ¿por qué pasa eso?, y más importante aún, ¿nuestra cultura salvadoreña puede llegar a morir?

Simplificando, podemos decir que la muerte cultural sucede por tres razones: el descuido, el desinterés y la destrucción.

Cuando muere por descuido, podríamos decir que es obsolescencia sistemática. Sería la autodestrucción de la cultura, como pasó con el Imperio Romano en el siglo III. Muchos acusan que la caída de Roma nace precisamente por la carencia identitaria, por la pérdida de fuelle en su cultura.

Por otro lado, la muerte por desinterés, podemos entenderla como el agotamiento natural: los tiempos cambian, los gustos cambian y la cultura se adapta. Para ello, tenemos el ejemplo de las modas urbanas que van y vienen sin demasiado acomodo.

La destrucción es la aniquilación de una cultura por la fuerza. Ya sea por una fuerza externa que amenaza la vida y cultura de los habitantes de un territorio o por la misma depredación irracional en el seno del mismo espacio, donde se busca la eliminación íntegra del rastro de la civilización conquistada o exterminada. Para un caso icónico, véase la metafórica tendencia antigua de “salar la tierra” sobre suelo derrotado.

Toda cultura es propensa a morir, incluyendo la que recibimos de nuestros abuelos. Si nadie de nuestra generación tiene intención en rescatar los pipianes en crema, es un platillo que será condenado al olvido.

Pero, lo problemático es la tendencia que se ve marcada hacia el clasismo y el sesgo que “si es salvadoreño es de peor calidad”. Una sociedad burguesa siempre interpretará que lo extranjero es mejor por naturaleza y sus seguidores de la clase trabajadora despreciarán su cultura por su ambición de imitar a una burguesía malinchista.

Si rechazamos o nos avergonzamos de nuestra cultura la estamos descuidando. Estamos intentando borrar de la actividad diaria costumbres que nos definen como salvadoreños. Incluso si esas costumbres son tan aparentemente inocuas como los pipianes en crema.

Curador independiente/Escritor

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