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**Pie de foto sugerido:** Natividad de la Paz Hernández, de 65 años, aprende a escribir su nombre en las aulas de FUSATE, cumpliendo el sueño que su infancia le negó. Foto/ elsalvador.com

Natividad aprende a escribir su nombre a los 65 años

A los 65 años, Natividad aprende a escribir su nombre por primera vez y descubre que nunca es tarde para empezar a aprender.

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Por elsalvador.com
Publicado el 26 de octubre de 2025

 

TU RESUMEN

A los 65 años, Natividad de la Paz Hernández aprendió a escribir su nombre por primera vez. De niña, su padre le negó el derecho a estudiar porque “de la letra nadie comía”. Durante décadas trabajó en el mercado de San Marcos y crió sola a sus cinco hijas. Hoy, gracias a FUSATE, asiste a clases y cumple el sueño que siempre postergó. Con paciencia y determinación, traza cada letra como un acto de libertad. Aprender a escribir no solo le ha dado conocimiento, sino también esperanza y una nueva oportunidad para reescribir su historia.

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A los 65 años, Natividad de la Paz Hernández se sienta por primera vez en un aula con una meta que en su juventud nunca imaginó: aprender a escribir su nombre y a leer más allá de las primeras letras.

Letra por letra, con la calma que da una vida larga y el esfuerzo de una mano que nunca conoció el lápiz, Natividad traza en la pizarra una palabra que ha repetido incontables veces: «Natividad».

Frente a ella, su maestra Maribel —otra adulta mayor que enseña con paciencia y afecto— la guía paso a paso. Ambas comparten algo más que el aula: la convicción de que nunca es tarde para empezar.

Aprender el abecedario es ahora su desafío. Y cada trazo, cada palabra, significa también un acto de reparación, una forma de reescribir la historia que su padre intentó negarle: la del derecho a la educación.

Con su lápiz y cuaderno Natividad realiza sus planas para repasar la escritura. Foto/ elsalvador.com
Con su lápiz y cuaderno Natividad realiza sus planas para repasar la escritura. Foto/ elsalvador.com

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Una infancia sin escuela

Natividad nació en el caserío El Chirrión, cantón El Pilón, en Lolotique (San Miguel). Creció bajo la sombra de una creencia arraigada en su familia: la idea de que estudiar no servía de nada.

«Mi papá decía que de la letra nadie comía. Él decía: ‘a mí no me dieron estudio, por eso él a nadie le dio'», recuerda con tristeza.

Mientras sus hermanos menores por parte de madre sí pudieron ir a la escuela, ella y dos de sus hermanos mayores quedaron fuera de las aulas. Aquella decisión marcó su vida. No saber leer ni escribir se convirtió en una herida que cargó durante décadas y que limitó sus oportunidades laborales.

A los 15 años se trasladó a San Salvador. Primero trabajó como empleada doméstica, entre 1978 y 1985, y luego pasó 28 años en el Mercado de San Marcos. Allí crió sola a sus cinco hijas después de la muerte de su esposo. Fue el único camino posible ante la falta de estudios.

«Crié a mis hijas con un pequeño negocio de comida en el mercado… En los comedores uno sufre de todo, cualquiera se lo estafa por no poder escribir y leer. No hice nada en el mercado, trabajé solo para criar a mis hijos», relata.

Pese a las dificultades, Natividad hizo una promesa: «yo dije que ellas tenían que ser más que yo, no peor que yo». Y lo cumplió. Con préstamos y sacrificios, logró que sus hijas estudiaran. Hoy, una de ellas se encarga de su sostenimiento y logró sacarla del mercado donde pasó casi tres décadas.

FUSATE: un nuevo comienzo

La oportunidad de aprender llegó gracias a la Fundación Salvadoreña de la Tercera Edad (FUSATE), una institución con 35 años de trabajo dedicada a promover los derechos y el bienestar de las personas adultas mayores en El Salvador.

En el Centro Integral de Día María Álvarez de Stahl, Natividad encontró un espacio para estudiar y desarrollarse. Ahí, cada día entre 80 y 100 personas participan en talleres, terapias y clases que buscan darles una vida más activa y digna.

Karla López, directora del centro, conoce bien la historia de muchas como Natividad. «Generalmente, a las personas que vienen acá se les dificulta en su juventud el poder asistir a una escuela… quizás como un 10% al 15% son personas que no lograron ir a clase», explica.

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Natividad, junto a Maribel, repasan las letras minúsculas y mayúsculas del abecedario como parte de la clase. Foto/ elsalvador.com
Natividad, junto a Maribel, repasan las letras minúsculas y mayúsculas del abecedario como parte de la clase. Foto/ elsalvador.com

Esa carencia, añade, tiene consecuencias que se arrastran por toda la vida. «Perdieron la oportunidad de tener un trabajo estable. Generalmente se han quedado a ser amas de casa, a lavar, a planchar, a ser vendedoras ambulantes o pequeñas comerciantes, porque no han tenido la oportunidad de poder desarrollarse en esa área», señala.

López también advierte que el analfabetismo se vuelve una barrera aún mayor en un mundo cada vez más digital. «Quien no puede leer y escribir, pues difícilmente va a poder entrar ni a las redes sociales, no va a poder estar a la vanguardia. Si no nos preparamos, pues vamos a caer en ese punto de estancamiento», dice.

La chispa del aprendizaje

La motivación de Natividad nació de una clase de corte y confección. En ese taller, y con la ayuda paciente de su maestra, logró coser sus propias faldas. Años atrás no había podido aprender costura porque «no podía escribir» ni dibujar los patrones. Ahora, con apoyo, ha conseguido avanzar paso a paso.

«Así como estoy aprendiendo esto, digo yo, ¿por qué no puedo aprender a escribir? Tengo que aprender», se dijo a sí misma.

Su empeño la ha llevado lejos. Aunque nunca fue a la escuela, aprendió por cuenta propia a leer lo básico, descifrando la Biblia y comprando el periódico todos los días—un hábito que llama su «vicio»—. Pero escribir seguía siendo una frontera difícil de cruzar.

En el aula, Natividad no solo aprende letras: también sana heridas antiguas. Durante años enfrentó depresión y ansiedad, secuelas de una niñez dura y una vida llena de responsabilidades. La educación, acompañada del apoyo psicológico que recibe en FUSATE, se ha convertido en una terapia y en una fuente de autoestima.

Aun así, no todo ha sido fácil. «Hay gente que se burla de mí», confiesa. Pero lejos de rendirse, su determinación ha inspirado a otras compañeras que antes se negaban a estudiar por vergüenza.

Para la directora López, historias como la de Natividad son prueba de que el aprendizaje no tiene edad. «Pienso que nunca es tarde para aprender. Lo importante es que aprendan a leer y a escribir, y a hacer su firma, porque es difícil para ellos querer hacer un trámite legal y no poder poner su nombre», concluye.

Hoy, Natividad de la Paz Hernández sostiene un lápiz con orgullo. Frente a ella, la hoja muestra su primer nombre escrito con pulso firme. A un lado, una plana que repite “Mi mamá me ama” se convierte en símbolo de triunfo.

Natividad de la Paz Hernández, de 65 años, está aprendiendo a escribir y a leer.  Foto/ elsalvador.com
Natividad de la Paz Hernández, de 65 años, está aprendiendo a escribir y a leer. Foto/ elsalvador.com

Después de tantos años de silencios y limitaciones, ha logrado escribir el inicio de una nueva historia: la suya.
Una historia donde, a los 65 años, las letras dejan de ser un misterio y se convierten en una segunda oportunidad para vivir con dignidad y esperanza.

*Con reportajes de El Diario de Hoy

TAGS:  Ancianos | Educación de adultos | FUSATE | Hard News | Tercera edad

CATEGORIA:  Noticias | Nacional

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